Desde un rincón de su cocina, en una bonita casa de campo inglesa, Jamie Oliver machaca con las manos unas fresas, añade un puñado de azúcar, un poco de limón y sigue removiendo con los dedos. Entonces forra un plato hondo con masa y rellena con el puré de fresas. Aún no se ha limpiado las manos cuando extiende otra capa de masa, que atusa como si fuera una sábana encima de una cama. Le hace un par de agujeros e introduce la tarta en el horno de una cocina de hierro. Se chupa los dedos y dice ‘lovely’, su coletilla. Por fin se limpia con un paño. Mientras esperamos a que el pastel se cueza, Jamie nos muestra su jardín, de donde vienen las jugosas fresas de su tarta , también enseña las patatas, las cebollas… Le acompaña su amigo y jardinero Brian, que come una hoja cruda de brócoli como si fuera el mayor manjar. Los pájaros cantan, la cámara capta el primer plano de una oruga, la tarde empieza a caer y los dos amigos vuelven al calor del hogar. Jamie saca la tarta del horno, la masa se ha roto y la salsa de fresa burbujea en la superficie, los bordes se han quemado un poco, humea, pero, sin duda, se ve deliciosa. Hace unos años esa misma tarta no hubiera sido servida en un restaurante. Pero hoy Jamie Oliver es uno de esos cocineros que abogan por la sencillez, la vuelta al huerto y a las recetas de toda la vida, sin mayores barroquismos. Este chico de Essex se ha propuesto cambiar los hábitos alimenticios de Occidente. Su sobreexposición mediática, sus cientos de programas y acciones en contra de la comida rápida y procesada están calando hondo. Es rubio, joven, atractivo y ambicioso. Pero, más allá de sus juegos de despacho, Jamie ha conseguido que chuparse los dedos ‘manchados’ y llevar camisa de leñador mientras rellena bollos de canela sea ‘lo más’.

Aunque la repostería de quirófano sigue su avance firme, en paralelo se perfila esta nueva corriente de reposteros que reivindican la elaboración relajada, los ingredientes más humildes y la imagen un tanto descuidada. Podrían denominarse los dulces shabby chic y el mundo anglosajón está rendido a los pies de cookies y cupcakes que podrían haber sido hechos con ayuda de los niños. Magnolia (famoso por la pandilla de Sexo en Nueva York), Polka Dot en la misma calle neoyorquina, Cups en Los Angeles, Tartine Bakery en San Francisco… son sólo algunos de sus templos. Entonces, y siguiendo este concepto, España es trendy de por sí, ya que siempre ha tenido una repostería más sencilla y humilde que nuestros vecinos europeos. Churros, rosas, o dulces de monjas de clausura forman parte de nuestro repertorio dulce más sui géneris. ¿Cómo reconocer estos productos? Si parecen caseros, lo más seguro es que lo sean entonces.
El Jardín del Covento
Casi todos recordamos algún festejo familiar en el que los postres de las monjas del lugar acompañaban al café de la merienda para deleite general. Según Isabel Ottino, que ofrece lo mejor de los conventos españoles en su tienda El Jardín del Convento, el secreto es que estos dulces han sido hechos con mimo e ingredientes naturales. Isabel cambió el estilismo por el ‘extraperlo’ de los mejores dulces, y no le ha ido nada mal. Pastas, mazapán, hojaldrillos, hasta gelatina de flores, una maravilla elaborada por un convento de Sevilla (Cordón, 1, Madrid, tel. 915 412 299, www.eljardindelconvento.com).

The Little Big Café
Un espacio con vigas de madera, pared de ladrillo a la vista donde escriben con tiza las novedades y los platos del día. En su mostrador, panes rurales, bizcochos de plátano, tartas con ingredientes del momento… (Fernández de los Ríos, 61, Madrid, tel. 915 497 799, www.thelittlebigcafe.com).

Granja Petitbo
En una antigua vaquería de comienzos del siglo XX, se ubica este pequeño café de ambiente mágico, con Belle and Sebastian como hilo musical y revistas al estilo Monocle para apuntar las últimas novedades a nivel mundial, donde hacer un alto y disfrutar de sus bizcochos homemade (Passeig de Sant Joan, 82, Barcelona, tel. 932 656 503, www.granjapetitbo.com).

Caelum
Un oasis de repostería artesanal enfocado a las delicias de convento en pleno centro de Barcelona. Escondido en una de las calles que da a la Iglesia de Santa María del Pi, ofrece en su primera planta un magnífico salón de té, y en el sótano, rosquillas, magdalenas, yemas de Santa Teresa… (Palla, 8, Barcelona, tel. 933 026 993, www.caelumbarcelona.com).
