En el centro de Italia, sobre una colina delimitada por los montes Tezio y Acuto con Porta Sole como punto más elevado, se encuentra Perugia, una ciudad conocida por los restos etruscos, romanos y medievales que salpican sus calles y plazas, por la enorme importancia que tuvo en la antigüedad y por el chocolate, protagonista indiscutible de su gastronomía gracias en gran medida a Perugina.
Todo comenzó con una pequeña fábrica de confites y cuatro socios entusiasmados con endulzar el mundo hace más de un siglo. Ganas, ilusión y trabajo eran el combustible de su actividad y solamente una década más tarde, coincidiendo con el fin de la Gran Guerra, el humilde obrador de dulces se había convertido en una de las primeras manufactureras del sector alimentario del país.

Las ganancias que poco a poco iban creciendo, la popularidad que iban ganado y el reconocimiento que recibían hicieron que sumasen a su producción la elaboración de cacao en polvo y chocolate y, con la expansión, surgiese casi por azar el producto que hizo popular a la marca por todo el mundo. Porque los deliciosos Baci fueron el resultado ni más ni menos que de un ahorro de costes.
Quince años después de la fundación, con la empresa consolidada, en Perugina se quería hilar todavía más fino conteniendo gastos de producción y a uno de sus fundadores, Luisa Spagnoli, se le ocurrió que sería buena idea aprovechar de algún modo los minúsculos restos de avellana que quedaban tras picarlas para elaborar alguna de sus especialidades. La idea fue elaborar una crema de chocolate con los restos, plantar una avellana tostada entera encima y bañarlo todo con el chocolate con leche que llevaba su nombre. El resulta fue asombroso, los nuevos bombones eran una exquisitez.

Tras su invención y primigenio bautizo como Cazzoto, ‘puñetazo’ en español por su similitud con los nudillos, otro de los fundadores fue el responsable de un nombre mucho más adecuado que se quedó para siempre: Baci, es decir ‘beso’ en nuestro idioma. Y un poco más tarde, de la mano de uno de los ilustradores más célebres de la época en Italia, Federico Seneca, la ocurrencia de añadir a los bombones frases generalmente amorosas de autores famosos o anónimos, característica por los que son principalmente conocidos.
La popularidad de unos bombones ya de por sí apreciados subió de forma espectacular, el diseño de un envase con dos enamorados besándose terminó por redondear el aura de romanticismo que con su nombre y las citas incluidas irradiaban y las campañas publicitarias que impulsó la compañía convirtieron a los Baci Perugina en los bombones italianos más famosos del mundo.
El romanticismo tenía ahora más que nunca sabor a chocolate.