Las flores de calabaza forman parte de la tradición gastronómica de países tan dispares como México o Italia, y están presentes en una gran variedad de platos y recetas. La única complicación con la que nos podemos encontrar a la hora de prepararlas es encontrar un buen manojo de flores frescas, ya que, en pocos días, aun manteniéndolas refrigeradas, empiezan a estropearse y a perder sus propiedades más interesantes.
Se pueden preparar de muchas maneras, aunque si queremos aprovechar al máximo su potencial, lo ideal sería que las consumiéramos crudas, normalmente en ensalada. Prepararlas es sencillo, hay que retirar los tallos de la flor y luego acompañar con aceite, sal y vinagre. Se le puede añadir otro tipo de vinagreta, recomendamos alguna cítrica, así como lechuga, tomate o aguacate.
Pero la naturaleza de la flor de la calabaza nos permite maltratarla un poco en la cocina para obtener otros resultados, quizá menos saludables pero mucho más sabrosos. Una de las recetas más populares consiste en hacerlas fritas o salteadas, y luego usarlas como complemento o guarnición en tamales, tortitas, quesadillas, o incluso en sopas. También se consume rellena, con queso o carne. Es muy versátil y acompaña bien la carne de ave.

Ya os hemos comentado que es un alimento muy saludable, y es que la flor de la calabaza es rica en vitamina A, C y B, además de contener hierro, magnesio, calcio, fósforo y potasio. Su consumo ayuda a reforzar el sistema inmunitario y se recomienda en dietas diabéticas o relacionadas con la degeneración macular o las cataratas.
Es una flor muy digestiva, aunque claro, cuando se consume frita o rellena de queso, sus efectos no son tan evidentes. Como recomendación, lo mejor es comprarlas en tiendas de alimentación especializadas y no usar las que se venden para ornamentación.