Porras y churros llevan décadas como un estandarte en numerosas ciudades de España como los dulces preferidos a la hora de comenzar el día. Habituales sobre todo en ciudades como Madrid, su presencia en churrerías, cafeterías y chocolaterías es un dato innegable. ¿Su secreto? Su mezcla de cobertura crujiente y pasta esponjosa, además de un sabor inigualable.
Lo cierto es que mucha gente se pregunta por la diferencia entre churros y porras. Más allá de lo visual, claro, ya que los churros mantienen una forma fina y elíptica mientras que las porras son bastante más gruesas y su aspecto es recto, o con una fina curva. Hay quien piensa que quizá sean iguales a la hora de cocinarlos, pero no es así.
Lo primero, es que las porras usan una mayor cantidad de harina que los churros, ya que la preparación nos va a dar un resultado de mayor tamaño. Para conseguir esto, además es necesario añadir un poco de bicarbonato sódico o de levadura. Luego, se añade un poco de agua templada y se deja reposar.
El resultado es que la masa se hace más esponjosa y de un calibre mayor a la del churro. Luego ya entramos en un procedimiento parecido, pero que no es exactamente igual a la hora de cocinarlo. Con una manga pastelera (o una máquina preparada para tal efecto) se introduce la masa en aceite muy caliente hasta que la porra se hace por completo.
El resultado es, pues, diferente del churro tanto a nivel estético como en sabor y textura. Es un dulce ideal para consumir en invierno, ya que marida a la perfección con el chocolate a la taza o el café. Pese a que en verano su consumo se resiente, también es cierto que es uno de los platos presentes en las típicas churrerías ambulantes, presentes en toda feria o fiesta popular.