Los mejores platos de Como agua para chocolate

Detalle de la portada de Como agua para chocolate
Penguin Random House
Desde su aparición en 1989, la novela Como agua para chocolate se convirtió en todo un canto a la cocina tradicional y familiar mexicana en todo el mundo.
Por Alfredo Álamo
07 de septiembre de 2017
Gastroliteratura

Es difícil lograr trasladar de una manera sencilla y cercana la pasión por la cocina. No me refiero a la que desata en nosotros disfrutar de un buen plato, eso es más o menos fácil, ya que somos todos un poco tragones; estoy hablando de esa agradable sensación que nos llega cuando estamos cocinando para alguien que nos importa. Ahí se mezcla el amor por la cocina por el amor por los demás. Es algo maravilloso, y poca gente lo ha logrado igual que Laura Esquivel en Como agua para chocolate.

Ambientada en Piedras Negras, en México, y con un trasfondo de revolución y conflictos sociales, Como agua para chocolate usa la comida también como metáfora de los propios sentimientos de los personajes. Las recetas tradicionales forman parte fundamental de la estructura narrativa, ya que cada capítulo se abre con una de ellas. La realidad, la magia y la gastronomía se dan la mano en esta novela, que fue llevada al cine con gran éxito por el director Alfonso Arau.

Doce recetas para doce meses y doce capítulos, de entre las que habría que destacar algunos platos fantásticos y que forman parte de la gran tradición gastronómica mexicana. El primero de ellos es la tortita de Navidad, un plato de enero, cuyos ingredientes principales son el chorizo, sardinas en lata, cebolla, orégano, chiles serranos y teleras. Las teleras son unos pequeños panes de bocadillo que se rellenan. Contundente y sabroso.

Retrato de la autora Laura EsquivelPenguin Random House

Quizá uno de los platos más icónicos del libro son las codornices con pétalos de rosa, que aparecen en el mes de marzo. Es una receta un tanto laboriosa, que requiere mucha mano en la cocina y una buena materia prima. Te harían falta codornices frescas, pimienta, sal, ajo y cebolla, además de, para la guarnición, castañas, ciruelas y (fundamental) 10 rosas comestibles de las que sólo se usan los pétalos. Visualmente, es un plato espectacular: el color de las rosas contrasta con la codorniz asada en una composición muy interesante.

Al llegar agosto, el libro nos regala el champandongo, un plato tradicional como pocos. Se hace un sofrito de carne de cerdo, nueces, almendras, cebolla, ajitomate y acitrón. Se añade también crema, queso, mole -la variedad queda a gusto del cocinero-, comino y caldo de pollo. Se monta con tortitas de maíz y queda como una especie de pastel de carne. Para los que no conozcan la palabra jitomate, es la manera de llamar al tomate rojo en gran parte de México.

Por último, me gustaría destacar un postre, que aparece en el capítulo dedicado a octubre: las torrejas de natas. Especialmente recomendadas para los más golosos, este dulce plato se prepara con huevos, canela, almíbar y nata líquida. Se baten las yemas con la nata y se dejan a fuego lento hasta que cuaja. Se rebozan con las claras batidas y se fríen. Como toque final, se añade el almíbar y la canela. Recuerda, en cierto modo, a otro postre contundente: la leche frita.

El libro presenta más recetas, pero merece la pena explorarlas a través de las páginas del libro, ya que todas tienen un significado especial que es clave en cada capítulo. No os perdáis la oportunidad de probar, o imaginar, el pastel de chabela, el mole de guajolote con almendra y ajonjolí, el chorizo norteño, los frijoles gordos con chile a la tezcuana o los chiles en nogada. Platos que son toda una delicia y forman parte del paisaje mexicano.