Las frutas de Aragón son conocidas tanto por su abrumador dulzor como por su clásico empaquetado. Es difícil no visitar ciudades o pueblos de la geografía aragonesa y no encontrarse con las tradicionales cestillas de madera, rellenas de estas frutas capaces de satisfacer al más goloso.
Las frutas confitadas se han preparado desde hace décadas. El proceso consiste en cocer las piezas en un almíbar con alta concentración de azúcar -al que se le puede añadir ocasionalmente algún tipo de licor- para obtener estos pequeños y deliciosos bocados dulces. Más reciente es la costumbre de bañar la fruta en chocolate, una manera de prepararlas que ha ganado muchos adeptos.
Sin embargo, la manera en que conocemos hoy día a las frutas de Aragón, que recoge la tradición anterior, nace en la confitería La Española de Zaragoza. Allí, el repostero Julio Asín dio forma a los tradicionales bombones de fruta. A partir de este momento, su popularidad se extendió y fueron muchos los pasteleros que se dedicaron a su preparación y venta. Hay que tener en cuenta que Asín fue uno de los grandes cocineros de su época, llegando a preparar el pastel nupcial del rey Alfonso XIII.
Por norma general, las frutas de Aragón son de unos ingredientes determinados. Se suelen usar manzanas, peras, melocotones, albaricoques, cerezas, higos, ciruelas y naranjas. El chocolate que se usa tiene que tener un mínimo del 35% de cacao, y su recubrimiento no puede ser grueso en exceso, permitiendo disfrutar del sabor completo de la fruta.
Las frutas, si no van recubiertas de chocolate, se escarchan con azúcar para darles ese tono tan característico. Ni que decir tiene que estamos hablando de un postre de un alto contenido calórico, que es todo un clásico para complementar las largas comidas tradicionales.