Comiendo como un hobbit en El señor de los anillos

Anillo Único de El señor de los anillos
Rosana Prada con licencia CC BY 2.0
Uno de los elementos más entrañables de la inmortal obra del maestro Tolkien es cómo se trata el tema de la gastronomía durante toda la trilogía.
Por Alfredo Álamo
08 de junio de 2017
Gastroliteratura

Está claro. Al final, mucho elfo de ojos de águila y mucho enano de fuerte brazo, pero los que mejor se lo pasan comiendo en El señor de los anillos son los hobbits. Sí, las demás razas que inventó Tolkien poseen poderes y habilidades más allá de lo normal, pero si me tuviera que cambiar por alguien en esa historia sería por un sencillo hobbit. Y no por su valentía y sinceridad, sino por su gran pasión por la comida.

Y es que casi desde el minuto uno ya intuimos que algo diferente se cuece en las ollas de estos personajes tan singulares. El viejo Bilbo se desvive por ofrecer a Gandalf algo de comer mientras que poco después asistimos al gran festín convocado por su cumpleaños. Y ahí empezamos a tener la certeza de que dentro de esos agradables agujeros hobbits se come mejor que en el resto de la Tierra Media.

Cerveza, pan, queso, mantequilla, embutidos, salchichas, carne asada, pasteles… ¿hay algo a lo que no le hinquen el diente los hobbits? Poca cosa debe ser, ya que vemos que su pasión por las verduras les lleva incluso a robar las mejores hortalizas de huertos cercanos… (bueno, esto lo hacen Merry y Pippin, conocidos por sus gamberradas).

Casa hobbit en Nueva Zelanda

Otro de los puntos que me hacen identificarme con los hobbits es la existencia de su segundo desayuno. Como valenciano, asocio directamente esta costumbre a la cultura del almuerzo que vivimos con pasión en estas tierras. No hay nada mejor que un buen bocadillo de embutido a media mañana, para hacer olvidar el desayuno y preparar al cuerpo para el aperitivo, poco antes de la comida.

Este amor por la comida se refleja en un momento cuando Sam, en medio casi de la nada, cargado con sus sartenes y utensilios de cocina en un viaje terrible y agotador, tiene que cocinar un conejo sin apenas carne en los huesos. Y ahí saca las especias que ha llevado, atesorándolas junto a su pecho, para preparar un guiso como toca. Puede haber perdido la esperanza, pero nunca el apetito.

Mención aparte cuando les toca, a regañadientes, llevar pan de los elfos, el lembas, que para ellos, pese a ser nutritivo y tener buen sabor, se queda siempre escaso. Sí, les gusta, pero, ¿acaso no podían haber hecho un plato con más sustancia? Menos mal que tras la toma de Isengard pueden disfrutar de buena comida y algo de hierba de la Comarca…

La pasión gastronómica por la comida de los hobbits hace que nos identifiquemos con ellos, con los pequeños placeres de la vida que ellos representan en una historia donde la esperanza escasea y quedan pocas cosas a las que se pueden agarrar. La nostalgia, la comida, la buena bebida, sentarse a fumar una buena pipa; elementos que todo hobbit tiene siempre presente y por los que nos tienen que caer bien, sí o sí.