Hace poco manteniendo una conversación veraniega sobre la locura, dejé en el aire algo que me lleva susurrando al oído estas últimas palabras...
F: "Bueno, creo que es un tipo muy valiente..."
Contestación de mi interlocutor: "Eso no es ser valiente, eso es estar loco..."
Introspección, suspiro y de nuevo mi respuesta.
F: "Lo que algunos llaman locura, otros lo llamamos valentía"
Escuchar a Lucio Battisti (Roma, Marzo 1943) es como catapultarme sin necesidad ni siquiera de saber si llevo la cabeza sobre los hombros, en los recuerdos más pausados y serenos de mi infancia y de mi adolescencia allá por los años 80 y principios de los 90. Como si pudiera colarme en las imágenes de aquellos veranos pasados a bordo de un Leopard color blanco con rayas verdes esmeralda y bandera italiana, me veo tumbada a la sombra, vestida con camiseta y pantalones escuchando como si no hubiera un mañana y a todo volumen, la Canzone del Sole de mi amado Lucio y su inseparable compañero de aventuras, Mogol, autores de todos y cada uno de los temas que han marcado la juventud italiana de los últimos 40 años. No hay italiano que se precie que no tenga entre sus hits alguna de las canciones de este dúo que cargó la música italiana de poesía pura, sentimentalismo desbordado y el sublime arte de convertir palabras y notas en escalofríos para el alma. Battisti, mi madre tomando el sol día y noche, mi padre gruñendo y maldiciendo, y mi hermano pequeño intentando pescar con un hilo y un palo de madera, son sólo pequeñas reminiscencias de mis veranos pasados durante muchísimos años surcando los mares italianos, descubriendo el color inimaginable del mar Mediterráneo bañando las pequeñas islas que tanto cuidamos, pisando con pies soñadores los puertos pesqueros y sencillamente agradeciendo a la vida que alguien, en algún momento, hubiera hecho posible que lugares tan mágicos que el ser humano parecía no poder destruir ni tocar, realmente pudieran abrirse ante los ojos de los visitantes sin inmutarse ni sonrojarse.

Nunca me sentí desgraciada por no tener un verano como los demás niños de mi colegio, no tenía amigos de verano, no vivía sus mismas experiencias, casi todo el tiempo lo pasaba rodeada de peces y flotando en las aguas del mar como si ese, fuera el único lugar en el mundo capaz de devolverme al sentido estricto de mi existencia, sin dudas, sin cuestiones. Los años pasados con la piel de gallina y la piel fría observando paulatinamente cómo la vida del mar era tan misteriosa y compleja que la vida sobre la costra terrestre me resultaba incomprensible y terriblemente compleja, desafiante, arrolladora y muchas veces superficial, como dictaba su ubicación. No es necesario ni siquiera cerrar los ojos para recordar y rápidamente sumergir mi cuerpo blanco y pequeño, flotando bajo la primera capa de agua marina intentando hacer el menor movimiento posible, con la piel de gallina, manteniendo la respiración casi inmóvil, resistiendo con el cuerpo rígido la corriente y la marea, las gafas de buceador bien pegadas a la cara, el sonido de mi respiración a través de un tubo de plástico que me devolvía a la vida real recordándome que yo, aunque mis dedos tuvieran membranas al igual que los peces, no podía respirar bajo el agua como lo hacía ese mundo que me dejaba cada vez, más sin palabras. Pasaba horas, días y meses, casi fueron años contemplando lo que la tierra escondía bajo el mar, un lugar temido por muchos y sin embargo, para mí, una pisciana necesitada de todo el agua del mundo, un lugar donde refugiarme, entender el sentido de la vida, la sencillez de la existencia y la magnifica labor de la madre naturaleza capaz de ejercitar su maestría superando al mismísimo Leonardo en la corte de los Medicis. Miraba, intentando abrir bien mis ojos humanos y aturdidos por la luz terrestre, como esos seres de colores, con membranas, branquias, escamas, bocas y ojos escurridizos, y esas rocas como montañas, algas como prados, corales como tesoros de piratas se asemejaban a mi familia y a mi entorno pero conservando la abundancia espiritual y la sabiduría que nosotros habíamos olvidado hace mucho.

Mi hermano pequeño Andrea, con pelo rubio platino y sonrisa pícara, me seguía en mis aventuras convirtiendo esas largas escapadas e introspecciones en cimientos para nuestros futuros recuerdos, quitándole la piel a lo amargo y dejando solo la melancolía del que no sabe que las cosas buenas, muchas veces, se acaban. Flotando, pensando, perdiéndome en la soledad pasaba mis veranos contemplando la vida pasar y dejándome sabor a sal.
Sonaba Battisti, sonaba su 7,40... Mi madre cocinaba sin marearse en su cocina acuática: recuerdo mirar el horno y los fuegos bailar al son del mar y de las olas, y ella preciosa, bronceada hasta los límites de lo insano, sin inmutarse y luciendo siempre trajes de baño a la última moda y pareos de todos los colores, preparar la comida con la destreza de un chef renombrado, aun siendo consciente que para ella, la ejecución del arte del buen comer se limitaba a una obligación básica de madre y esposa, y que el perder más tiempo de lo necesario en el arte de la gastronomía era de las cosas más estúpidas que podían hacerse. Seguramente sería así porque, hiciera lo que hiciera, alcanzaba la cumbre de la perfección culinaria. Recetas sencillas, recetas hechas con el amor de una madre, recetas italianas, recetas aliñadas con el mar, recetas que se guardan como una joya en el fondo de mi corazón.
Sonaba, de nuevo, Battisti: I giardini di Marzo, seguramente, mi favorita.

Acqua Chiara, Acqua Azzurra, esto es lo que tatareábamos al atardecer entrando despacio, a unos dos nudos, en los pequeños puertos de mar que pacientemente esperaban la llegada de visitantes enamorados, todavía emocionados por tanta sencillez, con el pelo todavía húmedo y la sal cubriendo la piel y las emociones. Luces tenues de color amarillo alumbrando las ventanas y las pequeñas casas, barcas de madera capaces de aguantar las tormentas y la desesperación, suelos de piedra y las abuelas sentadas, observantes e incrédulas el alboroto. Magia.
Pelo rizado y aclarado por el sol, la calidez de los días pasados y ensoñados por la luz del agua, el atardecer sobre nuestros hombros y los pequeños puestos de pescadores convertidos en un momento, en Trattorie donde tomar Spaghetti allo scoglio o un Risotti ai frutti di mare.
Han pasado, desde entonces y desde la última vez, yo tenía 16 años, ya 20 años y sin embargo, aún hoy en día, sigue tarareando al son de los latidos de mi corazón la voz de Lucio y el recuerdo de mis noches sin día y mis días sin noches. Baños nocturnos en busca de la luz de la luna, baños desnudos, baños al salir el sol, baños abrazados, baños maternos, baños clandestinos, baños solitarios, baños llenos de paz y de amor. El tiempo pasa, y sin embargo y aunque hoy en día sea imposible no convertir los agostos en la aglomeración de seres humanos sobre la misma interfaz de la tierra como abejas salivando por la merecida miel y el exigido descanso, esos lugares que acogieron mi infancia, siguen todavía inertes al paso del tiempo, congelados o quizá sazonados y marinados por la costumbre de la conservación, dejando todavía entrever sinopsis de autenticidad tan difíciles de reconocer.
Porto Azzurro, Porto Venere. Portofino. Ponza. Ischia. Capri...

Recuerdo los pies descalzos, el frío del viento del atardecer y el sol poniéndose glorioso e inmutable, incansable, día tras día acompañado de la luna, noche tras noche. Dormir acunados por el movimiento lento y silencioso de las mareas y el latir en el casco de las olas pequeñas residuos del viaje de alguna otra embarcación. El olor a Cif y la esponja rugosa entregada para una limpieza rigurosa e incansable. La piel morena de mi hermano, mi piel blanca. Sus ojos marrones y mis ojos verdes. Su pelo liso y mi pelo rizado. Sus manos pequeñas, mis manos ya adolescentes y con las uñas mordidas. Recuerdo la guitarra de amigos de mis padres, sus canciones y sus risas; recuerdo la pequeña linterna para leer, recuerdo los besos esporádicos de mis padres. Recuerdo algunas sonrisas. Recuerdo bajar al puerto y acompañar a mi madre a tomar su cappuccino hirviendo y comprar verduras y mozzarella en el mercado del pueblo. Recuerdo tantas cosas que mis dedos no son capaces de escribir tan rápido. Recuerdo haber visto el paraíso con mis propios ojos y haber sentido una gran felicidad. Entonces no lo sabía, pero ahora sí.
Recuerdo también, cada una de las recetas que se cocinaban y que no dejaban lugar al aburrimiento. Parecía que ya entonces, sabíamos que el #slowliving era el secreto para la eterna juventud y que la materia prima y el amor por la cocina sin pretensiones eran las recetas más sencillas para sobrevivir casi cuatro meses embarcados.
Por esta razón no tuve ninguna duda en abrir la caja de pandora de mis recuerdos y escribir sobre algunas de aquellas recetas que acompañaron mis veranos y que este agosto del 2014 no me he cansado de volver a repetir hasta la saciedad de mi generoso y paciente público:
Summer-Boat Perfet Menu
Battisti canta: Io Vorrei, Non Vorrei, ma se vuoi...
- Suppli o Arancini
- Scamorza ai Ferri con Pomodorini
- Crostini Vari
- Spaghetti alle Vongole
Os dejo aquí estos recuerdos de mi infancia italiana cuando me enamoré del mar y comenzamos una historia de amor que aún hoy persiste.
Suppli

I Suppli son unas bolas de risotto de ragú (Boloñesa) rellenas de mozzarella típicos de Roma; en Sicilia se conocen también como Arancini, la diferencia es el tipo de risotto que usamos y su aderezo. Una vez que hayamos aprendido a hacerlos de la manera tradicional, ¡podemos usar nuestra imaginación y prepararlos con los ingredientes que más nos gusten! Aquí os revelo también la salsa de Ragú (Boloñesa) de mi abuela Valeria que preparaba continuamente.
Ingredientes para 12 Suppli (¡o más!):
- 200 g de arroz Arborio
- 2 zanahorias
- 1/2 cebolla grande
- 2 ramas de apio
- Agua Caliente
- Vino Tinto
- Albahaca (un buen ramo)
- 750 g carne picada dos veces de vacuno
- 1kg de tomate triturado natural
- 3 Mozzarella di Búfala
- Pan rayado
- 3 yemas de huevo eco (ya sabéis, los que empiezan su numeración con el N. 0)
- 200 g de queso Parmesano
- Sal
- Pimienta
Preparación:
Picamos todas las verduras, cogemos una sartén y antes de encender el fuego, echamos Aceite de Oliva suficiente como para humedecer la superficie de la sartén. Echamos la cebolla y la mitad de la albahaca, removemos 2 minutos y enseguida añadimos el apio y las zanahorias. Cocinamos a fuego medio durante 10 minutos hasta que las verduras estén a media cocción. Echamos la carne picada y removemos otros 8 minutos intentando que no se haga demasiado ya que debemos acto seguido, añadir el arroz, remover durante 2 minutos, subir el fuego y tras 20 segundos añadir el vino tinto cubriendo tanto la carne como las verduras como el arroz. Removemos al instante y dejamos evaporar unos 8 minutos (siempre removiendo el arroz).
Bajamos el fuego y añadimos el tomate triturado fresco. Removemos y dejamos cocinar 15 minutos. Intentamos remover constantemente para que la carne absorba el sabor del tomate y no se quede compacta al mezclarse con el arroz. Una vez se haya condensado ligeramente la salsa, añadimos un vaso grande de agua caliente y seguimos cocinando hasta que el arroz este hecho (otros 15 minutos). Salamos, pimentamos al gusto y añadimos más albahaca. Retiramos todo del fuego y lo dejamos reposar un día entero ¡para que se convierta en una masa casi pegajosa!
Al día siguiente añadimos el queso Parmesano, cogemos con los dedos la cantidad suficiente del arroz con ragú como para preparar una bola de 4-5 cm de diámetro. La trabajamos con las manos para que se vuelva compacta. Mientras, batimos en un bowl las 3 yemas, preparamos una superficie plana con pan rayado, cortamos la Mozzarella en trozos de 3 cm x 1. Cogemos una de las bolas, las rellenamos con mozzarella, cerramos, pasamos por el huevo y empanamos. ¡Podemos preparar cuantas queramos! ¡Y a freír unos pocos minutos teniendo cuidado que no se nos queme y que la mozzarella se funda en el interior! ¡Yo lo suelo hacer en la sartén pero es cierto que en la freidora salen perfectas!
Enjoy!
(Se pueden hacer con todo tipo de risottos y rellenos de quesos).
Scamorza ai Ferri con Pomodorini

Y sigue sonando Lucio Battisti : Fiori Rosa, Fiori de Pesco...
Esta receta es facilísima, rapidísima y una de mis favoritas del verano. Lo importante es como siempre la materia prima, ¡que cuanto mejor más lo agradecerá nuestro paladar!
Ingredientes para 4 personas:
- Aceite de Oliva Virgen
- 1 queso Scamorza ahumado (se encuentra en muchos súpers y en tiendas especializadas)
- ½ kg de tomates Cherry (si queréis una mejor presentación comprar de diferentes colores)
- Un manojo de Albahaca
- Sal Maldon
Preparación:
Tumbamos sobre una tabla y cortamos el queso Scamorza en rodajas de unos 2 cm cada uno. No importa cortar también la parte más pequeña ya que para esta receta se puede usar sin problema. Cortamos por otro lado los tomates cherry en trozos muy muy pequeños y picamos el Albahaca.
Ponemos sobre el fuego a media temperatura una sartén grande y echamos el aceite de oliva. Cuando este caliente (pero no como para freír) colocamos el queso scamorza sobre en la sartén con cuidado que entre cada uno haya un espacio de unos 3 cm. Cocinamos hasta que este derretido. Retiramos y colocamos en el plato para servir. Cubrimos con los tomates, la albahaca, la sal y un poco de aceite de oliva. ¡Servir caliente y recién hecho!
Crostini Vari

Lucio toca: Acqua Azzurra, Acqua Chiara...
I Crostini son típicos de toda Italia, de hecho en Roma se llaman Bruschetta que es exactamente el plato que preparé y que sale en esta foto. ¡Es también sencillo y muy fácil! Con tomates y aceite de oliva, con jamón queso scamorza y albahaca, con higos miel y queso cabra, con peras queso azul melón y nueces...
Ingredientes para 4 personas:
- 4 rebanadas de pan de pueblo o pan redondo de 1 cm cada una
- 1 diente de ajo
- 1 Mozzarella di Búfala
- Aceite de Oliva
- 200 g de Tomates Cherry
- Sal Maldon
- Pimienta negra
- Albahaca

Preparación:
Cortamos el pan en rebanadas de 1cm, precalentamos el horno a 180 grados y una vez caliente, tostamos el pan durante 6-7 minutos (no apagamos el horno). Sacamos del horno, frotamos con ajo crudo y colocamos los trozos de mozzarella cortados en laminas y los tomates cherry cortados pequeños, encima; echamos un poquito de aceite de oliva y al horno. Cocinamos durante unos 3 minutos hasta que el queso este fundido. Sacamos y cubrimos cada pan con albahaca al final y sólo una vez que lo servimos. Salamos y pimentamos al gusto. Hay mil opciones! (Quesos, verduras, salchichas...)
Spaghetti alle Vongole

Y vuelve a sonar Battisti: Ancora Tu...
¡Y finalmente una de mis recetas favoritas del mundo! Y no es porque sea italiana y se trate de pasta. La pasta para nosotros es un básico en nuestra dieta diaria y he crecido saboreando todas y cada una de las formas y maneras de prepararla. Por desgracia mi metabolismo no es amigo de los carbohidratos así que estoy limitada y muchas veces tengo que hacer un esfuerzo sobre humano para contenerme... También es fácil y muy sencilla de preparar.
Ingredientes para 6 personas:
- Aceite de Oliva Virgen
- 700 g de Spaghetti
- 2 dientes de ajo
- 1 kg de Almejas frescas, o en su lugar Chirlas
- 15 g de Peperoncino o en su defecto Guindillas rojas troceadas muy pequeñas
- 1 vaso y medio de vino blanco
- Perejil
Preparación:
Ponemos a remojo las almejas o chirlas en un bowl con agua y sal y removemos con los dedos cada 5 minutos para conseguir eliminar toda la arena posible.
Picamos los dientes de ajo. Ponemos un cazo hondo cubierto de agua ¾ partes y en el que habremos echado un puñado de sal gruesa, a calentar con el fuego al máximo. Mientras en una sartén grande echamos suficiente aceite de oliva como para cubrir ligeramente su superficie. Echamos los ajos, la mitad del perejil y el peperoncino o guindilla y encendemos el fuego a temperatura media (muchas personas me preguntan porque no suelo calentar el aceite antes de empezar a cocinar, en este caso y por ejemplo los ajos, y es porque me gusta que todo se cocine al mismo tiempo, con calma y sin prisas). Mientras en cuanto el agua este hirviendo echamos los Spaghetti y cocinamos durante unos 5 minutos probándolos cada 2,5 para comprobar que no se pasen y que estén al dente (no importa si se quedan más al dente de lo normal ya que los repasaremos en la sartén con la salsa)
Cocinamos durante dos minutos. Subimos el fuego y echamos las almejas. Removemos durante unos 2 minutos y echamos el vino blanco. Evaporamos durante dos minutos más y removemos durante otros dos minutos. Escurrimos (podemos guardar una cuchara de agua) la pasta e inmediatamente la echamos la en la sartén y removemos rápidamente otros dos minutos. Apagamos el fuego, salamos y añadimos la otra mitad del perejil. Servimos al instante.
Un secreto... Si cocemos la pasta en agua de mar, nos convertimos en unos chefs de primera...
Enjoy!