Bienvenidos al reinado de lo efímero, donde la creatividad y la adrenalina de lo que está a punto de acabar prima sobre la estabilidad y la calma. Pongamos, sí, que también hablo del territorio gastronómico. Emergen en cantidad generosa las propuestas con fecha de caducidad. Debe ser una manera de camuflarse ante las leyes inflexibles del mercado; la habilidad para adelantarse y elegir uno mismo el momento de bajar la persiana. El reclamo de la novedad sobre todas las cosas. Para qué vamos a negar que aquello temporalmente finito incrementa nuestros biorritmos, no vaya a ser que dejemos pasar la oportunidad…
El pasado junio en Madrid clausuraba The table by, el proyecto de la agencia Better por el que 12 cocineros de distintas partes de España tomaron consecutivamente un espacio para adaptarlo y cocinar a su manera. Experiencia doblemente efímera: cada cocinero sólo podía estar unas pocas semanas y la propia propuesta sólo iba a durar doce capítulos. Fin. Oda a lo momentáneo.
Alrededor del mundo se acumulan los insólitos ‘inventos’ foodies pródigos en brevedad o nomadismo. Los defensores de este modelo híper rápido hacen hincapié en el fomento de la creatividad: adaptarse a escenarios concretos cada vez diferentes. También al ingrediente clave: generan un interés añadido en el público bajo la promesa de la experiencia única… e irrepetible.
Estos son los cuatro ejemplos Bon Viveur para comer y vivir a cuestas de lo efímero:
Gingerline, enigma gastronómico en el subsuelo de Londres

El canto a la sorpresa. Una manera bien eficaz de conocer los ‘bajos fondos’ (en la mejor de sus versiones…) de Londres a través de la gastronomía. Llamar a la puerta de Gingerline es como acceder a un laberinto cuya dirección y destino uno desconoce. Sólo hay una evidencia previa: vas a comer. Vas a comer bien, pero el dónde y el cómo forma parte del puro misterio.

Gingerline se ha convertido ya en una máquina bien engrasada con varias líneas de negocio y una cúpula de creadores (Suz, Kerry, Davy, Hannah, Alejandro, Molly…) que como novelista de ficción van recreando realidades inesperadas. Ponen a la venta los tickets para una cena durante unos cuantos días a la semana. Ajá, hasta aquí todo normal. La novedad llega cuando la ubicación de la cena es secreta (el precio no, está en torno a las 60 libras).
En sus inicios las citas eran mayoritariamente en puntos de las líneas de metro del East End. Aunque la geografía de las veladas ha ampliado su radio de acción, los lugares en los que cenar suelen ser inverosímiles. Una hora antes del acto el comensal recibe una ubicación con el punto exacto. Está a punto de adentrarse en una cena que no volverá a repetir…
Numero 7, el restaurante se traslada de ciudad

Harry Cummins y Laura Vidal querían algo más que perdurar durante un tiempo indefinido las puertas abiertas de su restaurante Numero 7 en París. Son paradigma de una tendencia alcista: los restaurantes viajeros, aquellos que viajan, se desplazan, se transforman de un lugar a otro hasta ser de pleno derecho un restaurante entre varios mundos.
Harry, especialista en gastronomía de kilómetro cero, y Laura, sumiller de la casa, quisieron trasladar su Numero 7 más allá de sus fronteras. La primera parada fue Fez, en Marruecos, alojando su proyecto en un hotel de la ciudad.

Lo más apasionante de la experiencia -la intención es repetirla en distintas partes del mundo- no es tanto el cambio de residencia como la adaptación total al nuevo escenario. Numero 7 no siguió siendo en Marruecos el mismo restaurante que era en Francia, sino que su propuesta se adaptó al nuevo entorno. ¡Excitante!
Fat Duck, el gran éxito del restaurante inglés en Melbourne

Heston Blumenthal es el gran enfant terrible de la cocina británica. Su restaurante Fat Duck, abierto en 1995 en Bray, se alzó con la triple estrella Michelín consagrando a su cocinero entre altas cuotas de popularidad. Blumenthal decidió este año transferir el cien por cien de su Fat Duck hasta Australia, en una suerte de clonación que el pasado febrero y durante seis meses estalló en la ciudad de Melbourne.

La gran demostración de que los grandes chefs se han apuntado al nomadismo y lo efímero, en una búsqueda bastante clara por ampliar mercados y agigantar las oportunidades de negocio. La experiencia no pasó desapercibida; se ha convertido en uno de los hits del año en Melbourne, atiborrando de comensales la lista de espera del restaurante. Otra vez la apasionante atracción de la oportunidad única.
Dinner in the sky

¿Seguro que para degustar y cocinar en necesario tener los pies en el suelo? No, o al menos no siempre. Bienvenidos a la ciertamente alocada propuesta De Dinner in the sky, un proyecto mundial llamado a hacer de la gastronomía un espectáculo visual.
La única regla: comer por los aires. La ubicación no sólo es que no sea igual en cada comida, es que es insólita. A 45 metros de altura, colgados sobre una estructura suspendida entre los aires en marcos tan vibrantes como Copacabana o frente al Duomo de Milán. No apto para aquellos que gusten de los restaurantes discretos.
El proyecto incluye entre su plantilla de chefs a Paco Roncero. Un canto rotundo por la sorpresa.
