El objetivo con el que abrió en julio de 2011 la cafetería madrileña Toma Café era claramente ambicioso: revolucionar la escena del café en España con producto de suma calidad, exquisita elaboración y extrema atención al detalle. ¿Y lo alcanzaron? Sin duda, al menos en su entorno teniendo en cuenta los alrededores de su establecimiento desde el momento de la apertura. Decenas de cafeteros ansiosos por probar una buena taza no podían estar equivocados.
Daba igual si la espera era de un par de minutos o de media hora, el olor a café con el que quedaba impregnada la calle anticipaba el saber hacer que se lleva a cabo en su interior. Una costumbre, la de esperar lo que haga falta por probar su café, que persiste acrecentada hasta el día.

Sus responsables, profesionales del marketing y unos avezados aficionados a la rica semilla tostada, sabían qué querían y cómo lo querían. Nada de sucedáneos. Nada de cafés que recuerdan ligeramente a lo que verdaderamente lo es. Producto, producto y producto. La mejor elaboración. El mejor servicio. Y el mejor acompañamiento. Aunque tenga que ser en un minúsculo local. Todo sea por el café.
Preparan, entre muchos otros, solos, cafés con leche, capuchinos, moccas, americanos, caramel macchiatos y un largo etcétera de especialidades hechas a partir de café de un buen número de procedencias, especialmente seleccionadas, y elaboradas con el método que mejor se adecue a sus particularidades. Desde el empleo de máquinas profesionales y sumamente especializadas como la GB5 de La Marzocco, a métodos más particulares e incluso caseros como las infusiones en frío, la cafetera Aeropress o la Chemex.

Toma Café, además, suma a su oferta cafetera diferentes propuestas gastronómicas de corte español, americano, francés e italiano. Desde bizcochos a macarons, pasando por tartas, brownies o tostadas.