Con mucha probabilidad, si les preguntan por el Pronus dulcis, no sabrán lo que es. Pues bien, este término latino alude al comúnmente conocido como almendro, el árbol que da lugar a uno de los frutos secos más nutritivos del planeta: la almendra. Se trata de la semilla comestible del fruto del almendro, una pequeña simiente de color blanco brillante, alargada y blanda, que se rodea de una ligera película canela, que a su vez se protege con una cáscara no comestible de color marrón claro. Esta última representa el mayor peso del fruto y está envuelta por una piel verde que se va secando progresivamente hasta dar lugar a la almendra tal y como la conocemos.
Propiedades
La almendra es una fuente de energía que concentra grandes cantidades de los principales nutrientes: proteínas, grasas, hidratos de carbono y minerales. Es rica en vitaminas E y B, que la convierten en un fuerte y poderoso antioxidante para combatir los radicales libres. Contiene hierro, fósforo, potasio, magnesio, zinc y una dosis más que considerable de calcio, el gran aliado de nuestros huesos y articulaciones.
Cada 100 gramos de este fruto nos aportan 21 de proteínas, prácticamente más que la misma cantidad de carne, lo que contribuye al correcto funcionamiento de nuestras células. Estas proteínas vegetales son las responsables de la sensación de saciedad que sentimos cuando las ingerimos, sin embargo, no acostumbramos a comer grandes cantidades, entre otras cosas, porque podría suponernos una indigestión.

También contienen ácidos grasos esenciales que ayudan a la protección de nuestro sistema cardiovascular, y aunque suponen un alto aporte calórico para nuestra dieta, son grasas buenas para nuestro organismo. Y por si esto fuese poco, los hidratos de carbono que las componen son de lenta absorción, lo que nos proporciona energía a largo plazo sin alterar nuestros niveles de azúcar. Energía de la buena y en estado puro.
Beneficios para la salud
Son muchas las bondades de este superalimento, que además de proporcionarnos infinidad de beneficios, nos deleita con su sabor: suave, un poco dulce, oleoso e intenso cuando se tuestan. Está científicamente demostrado que el consumo regular de almendras previene las enfermedades cardiovasculares, aquellas relacionadas con el corazón y las arterias, pues la incidencia de los ácidos grasos mantiene a raya el colesterol.

Pese a la falsa creencia que asocia a los frutos secos con engordar, las almendras en su justa medida no engordan, y en muchos casos contribuyen a la pérdida de peso. Su ingesta también mejora el funcionamiento del sistema inmunitario y aumenta nuestras funciones cerebrales, manteniéndonos más lúcidos y activos. Y como hemos comentado anteriormente, son una fuente indiscutible de hierro que nos ayuda a prevenir y combatir la anemia.

Los expertos recomiendan ingerir entre 15 y 20 almendras al día, lo que corresponde a 24 gramos diarios y alrededor de 150 calorías. Se pueden consumir en crudo como un snack o acompañando a otros alimentos, de hecho, la almendra es un ingrediente muy recurrente en la gastronomía a nivel mundial. Crudas, fritas o garrapiñadas, en su justa medida, siempre serán un placer y una opción más que acertada.