Una Crock-Pot u olla de cocción lenta funciona gracias a una resistencia localizada en el interior de su base, en el cuerpo en sí mismo del electrodoméstico. Este elemento es el que genera el calor necesario para llevar a cabo las cocciones prolongadas que la caracterizan, transmitiéndolo al cuenco en el que se depositan y cuecen los alimentos.
Dependiendo del modelo, a través de una ruedecita o un selector pueden establecerse diferentes niveles de temperatura e, incluso, fijar una hora concreta en la que se desee que la olla se ponga en marcha. En esa hora que hayamos configurado, o cuando la enchufemos si no dispone de este tipo de programación, comenzará a funcionar proporcionando el calor determinado.
Cuando finalice, el plato quedará listo y, de nuevo, dependiendo de la olla de cocción lenta que tengamos, es posible que exista una opción para mantener caliente la preparación hasta el momento en el que vayamos a consumirla.
Gracias a esta temperatura, la Crock-Pot consigue que carnes, pescados o verduras se cocinen de una forma excelente. Los sabores se hacen mucho más intensos que con un cocinado normal, concentrándose en todas y cada una de las partes del alimento. A esto, se suma que en carnes y pescados la textura se vuelve increíblemente más tierna, deshaciéndose en la boca incluso los trozos cárnicos aparentemente más rudos. Por eso, además, es tan recomendable para preparar guisos. Este funcionamiento tan especial hace posible que los resultados recuerden a esos cocidos de abuela, hechos durante toda una mañana con tanto amor.