Patraix es un barrio —un distrito si nos ponemos escrupulosos— especial. Conserva todavía la esencia del pueblo que fue en el pasado, con su plaza mayor, sus casas bajas, sus calles serpenteantes y sus gentes haciendo vida en la calle. Con sus mayores anunciando que van a Valencia cuando, en realidad, se acercan al centro de la ciudad de la que son habitantes. Como si la anexión no se hubiese producido hace cerca de un siglo y medio.
El barrio, el distrito... proporciona un fuerte sentimiento de pertenencia. Como el que probablemente sentían aquellos que vivían en las barracas que otrora ocuparon estas calles e inspiraron a Vicente Blasco Ibáñez para escribir La Barraca. Al mismo tiempo que insufla el cosmopolitismo de una ciudad viva, que mira y siente su ayer avanzando a paso firme hacia el mañana. En él, en esa atmósfera, vive El Observatorio.

Al lugar llegó primero su restaurante hermano, El Astrónomo. Un espacio ni mayor ni menor en parentesco, simplemente diferente. Un rincón familiar en el que comer sabroso, beber rico y descubrir, si no se conoce, la historia de quien da nombre a la calle que ocupa y al negocio, Jerónimo Muñoz. Para, poco más de un año después, abrir un particular complemento a apenas unos metros. Una extensión. O nada de eso. Porque lo enmarcamos como restaurante, pero ni siquiera se encasilla bajo esa definición. Allí uno se alimenta y disfruta, pero no solo.
Al frente está Sergio Mendoza, en solitario, sin dejar de ser una parte del engranaje del informal comedor que ha sido germen de este. El diseñador conquistado por el mundo de la hostelería llevaba años dándole vueltas al proyecto. Quería algo parecido a un restaurante en el que extender sus inquietudes. En el que mostrar desde lo que hace en su estudio de diseño a cualquier otra virtuosa ocurrencia. Un espacio en el que crear y expresar mediante platos, decoración o lo que se antoje.

Con los mimbres dispuestos, surgió la oportunidad de quedarse con una de las pocas droguerías que quedan en el barrio. Paco Muñoz se jubilaba, el espacio quedaba vacío, y él le iba a dar una nueva vida con El Observatorio. Durante meses se trabajó en el espacio, con él formando parte de la adaptación. Se respetó la rotulación exterior, donde dos luminosos rezan «Droguería Muñoz» y «Perfumería Muñoz», y se adecuó tanto la fachada como el interior.
La primera pista de lo que estaba por venir fue el cemento a la vista del exterior, sospechosamente semblante al de El Astrónomo. La siguiente, la construcción de una cocina y una barra en el interior. Y la tercera, los curiosos escritos que aparecieron en su cristalera. Se decía que iba a abrir un salón de belleza, que se ofrecerían «tapas y terapias», que sería una cevichería canadiense, un puesto de helados y sardinas e incluso un típico negocio de pollos a l’ast. No cabía duda que detrás de tanto misterio e ingenio se escondía la mano de un creativo desmedido, Mendoza.

Finalmente El Observatorio de Patraix abrió y lo que descubrimos no podía ser mejor. Con una propuesta gastronómica inicial firmada por el cocinero peruano Richi Goachet, versado ampliamente en la ciudad del Turia, brilla la cocina peruana, la fusión nikkei y la influencia de la terreta.
En la carta, lo que permanecerá durante un buen tiempo mientras el telescopio no apunte a otras constelaciones son una causa limeña de aúpa, un ceviche de pescado del día con aguacate y mango, croquetas de pollo a la brasa con ajolí o bocatines de sepia en bao con mayonesa oriental y cebolla acevichada. Platos que miran a sus orígenes al mismo tiempo que van más allá. Creaciones ejecutadas, en el día a día, por la joven cocinera Andrea Castellanos. Quien desde el primer día ha estado en la cocina «con una disciplina y unas ganas brutales», afirma Mendoza.

A esto se une el protagonismo diario de un plato inédito firmado por David Pallás, anunciado en su cristalera, esa misma que intentaba despistar mientras duraron las obras, que se acompaña de pan, una bebida y, opcionalmente, una ensalada y un postre. «Están saliendo maravillas», dicen en el restaurante. Y podemos dar fe de ello.
Nos podrá dar la sorpresa una buena pasta con huevo, panceta, un poco de brócoli y la carbonara que «no lleva nata ni cosas que ofendan a un italiano». Un plato de arroz a la cubana reinterpretado que, ante la presión popular, volvió hace poco. Una combinación de pisto y pollo con el rebozado japonés conocido como panko, patatas y huevo a baja temperatura. O unos espaguetis nero con gulas, gambas y aceite de trufa. Asombros recurrentes en un restaurante multidisciplinar en constante evolución. Para ponerse en órbita.
El Observatorio
de PatraixCalle de Jeroni Munyós, 15 46007 Valencia
960807752
www.instagram.com/el.observatorio
Creativa, Fusión
15€-30€