La bodega Martínez Lacuesta se interesó por el mundo de los aperitivos vínicos en plena Guerra Civil, casi una década y media después del fallecimiento de su fundador, Félix Martínez Lacuesta.
Aquellos años de enorme conmoción, en los que pese a todo y mientras la contienda lo permitía la producción no cesaba, la bodega se hizo en exclusiva con la fórmula magistral de vermouth que hasta ese momento había poseído el catalán de ascendencia suiza José María Jové. En apenas unas semanas, en agosto de 1937, arrancaron la elaboración del vermú rojo, el primero de todos los que han venido después.
Esa receta artesanal que fue adaptada a las particularidades de los vinos que esta bodega de Haro produce desde el 1895, el año en el que emprendió su actividad, parte de caldos blancos. Tras la maceración, la mezcla con la selección de ingredientes y el resto de procesos que lo distinguen, se torna rojizo con el añadido de caramelo. Un broche final que proporcionó la idea de elaborar su hermano blanco.
Si pasar de la elaboración del rojo al reserva fue cuestión de tiempo, del rojo coloreado al blanco también. Así que con una selección adaptada de más de veinte plantas y hierbas aromáticas junto con el empleo de esa cuidada selección de vinos blancos como base, comenzó la elaboración del vermut Martínez Lacuesta Blanco.
A la vista destaca por su color, amarillo pálido, de cierto tono marronáceo. En nariz lo floral se impone, con predominancia de manzanilla y menta, con cierto acompañamiento de vainilla. En boca, este vermut blanco muestra notas a regaliz, canela y jengibre hasta alcanzar toda su expresividad sápida con ese amargor característico dominado por el ajenjo y la artemisa. Siendo, por encima de todo, suave y agradable al paladar.
El consumo del vermut Martínez Lacuesta Blanco se recomienda frío, acompañado por una rodaja de limón y una aceituna. El aperitivo por excelencia.