Los alimentos transgénicos son aquellos que han sufrido algún tipo de modificación en su ADN gracias a un proceso de ingeniería genética, buscando unas características determinadas. Este proceso se puede lograr por adición de genes de otra especie, o bien mediante la eliminación de algunos de ellos.
El nivel científico actual ha llegado a un punto en el que podemos aislar ciertos genes de una especie e identificar cuál es su función dentro de un organismo. Mediante la técnica del ADN recombinante, hoy día podemos extraer unos genes determinados e insertarlos en un nuevo organismo, buscando replicar esas nuevas funciones.
Esto ha dado lugar a los alimentos transgénicos, un paso más allá de la selección artificial que ha venido usando la humanidad desde el origen de la agricultura, o los esquejes tradicionales dentro de numerosos cultivos. La idea a la hora de crear alimentos transgénicos puede variar, dependiendo del interés de la industria alimenticia.
Los alimentos con los que más se ha experimentado son los más consumidos: trigo, arroz y soja. Con el paso de los años se ha trabajado, por ejemplo, para conseguir tipos de trigo con mayor resistencia a ciertos tipos de plagas, pesticidas y sequías.
Del mismo modo, se ha conseguido un tipo de arroz con mayor porcentaje de vitamina A. El llamado arroz dorado se usa en la actualidad en zonas donde esta vitamina es difícil de aportar a la dieta de manera habitual, provocando numerosas enfermedades.
Si bien los alimentos transgénicos se usan en numerosos países, algunos de ellos son los más grandes exportadores agrícolas del mundo, no están exentos de cierta polémica. Algunas voces opinan que no sabemos los efectos a largo plazo de su consumo, otras están en contra de que algunas especies acaben siendo propiedad intelectual privada y, finalmente, alertan sobre el uso de grandes monocultivos, vulnerables a nuevas plagas.
En cualquier caso, los alimentos transgénicos son una realidad y están presentes en la mayoría de productos preparados que consumimos de manera habitual. Si las condiciones climáticas del planeta siguen a la deriva, el uso de cepas más resistentes se hará inevitable, convirtiéndose en los únicos cultivos posibles.