Los alimentos procesados son aquellos que han sufrido algún tipo de alteración desde su estado natural hasta su disponibilidad para consumo habitual. Esto incluye procesos de conservación, como los tratamientos de temperatura, la adición de sustancias antibacterianas, la hidrogenación o el envasado.
Una de las grandes revoluciones de la industria alimentaria fue la aparición de procesos de conservación de los alimentos. Quizá un ejemplo claro sea la pasteurización de la leche, un proceso que consiguió alargar la vida de un producto básico, eliminando además la aparición de enfermedades como la brucelosis. Un sencillo tratamiento térmico consiguió que la leche llegara a zonas de difícil acceso y que se pudiera almacenar durante meses.
Si hablamos del envasado, un invento como el tetrabrik consiguió un mejor almacenaje y conservación de los alimentos conservados en este paquete. La mejor resistencia a los cambios de temperatura ambiente y la resistencia a la luz fueron hallazgos que hoy en día damos por hechos, mientras que en su momento resultaron impresionantes.
A esto se le une la congelación en todas sus formas, destacando la que se realiza en origen y de manera rápida, que alarga la vida útil del producto y permite, manteniendo la cadena de frío, la exportación de productos a nivel mundial. La irradiación también permite un efecto similar, aunque su uso no está tan extendido.
Otros alimentos procesados serían las conservas, las salazones, o incluso frutas y verduras frescas si han pasado por algún proceso de limpieza antibacteriana en el proceso de selección y almacenamiento. Los envases con atmósfera protectora también entrarían en este apartado. No olvidemos que las margarinas dependen también de un proceso industrial, la hidrogenación.
Si bien el procesado de alimentos es una solución a un mundo globalizado y en el que los alimentos no pueden consumirse de manera fresca por toda la población, es cierto que algunos procesos de conservación demasiado agresivos pueden reducir nutrientes, minerales y vitaminas.
Del mismo modo, aquellos que llegan cocinados pueden tener dosis demasiado altas de sal y azúcar, lo que los convierten en un riesgo para la salud en el caso de que se consuman de manera habitual. Por lo tanto, es necesario tener todas estas variables en cuenta a la hora de construir nuestra dieta, tratando de evitar los precocinados y analizando la información nutricional de los alimentos.