Cerrando el círculo

Artículo de Albert Molins
Comer bien y de forma saludable depende, también, de que sepamos apreciar, querer y amar aquello que comemos.
Por Albert Molins
15 de julio de 2020

En mis últimos artículos les he estado dando un poco bastante mucho la brasa sobre algunos aspectos de lo que se conoce como sistema alimentario. Empecé con una defensa de nosotros los omnívoros y luego les hablé de por qué creía que debemos tratar con un poco más de respeto a la gente que trabaja y, sobre todo, vive en el medio rural. Hoy me gustaría cerrar el círculo y hablarles de por qué creo que hay que apreciar, querer y amar aquello que comemos.

Miren, resulta que alguien me hizo llegar una encuesta, que por otro lado ha salido en los papeles, que decía que las dos marcas de alimentación con más penetración en los hogares españoles son la de los refrescos chispa de la vida y otra muy popular de productos cárnicos. Vaya por delante que me parece muy discutible que los refrescos azucarados se puedan considerar un alimento.

Claro que si la gente los consume, pues habrá que hacerlo, pero cuesta, si realmente nos tomamos la alimentación en serio, pensar en ellos como tales. Ya sé que la hidratación sí es importante, pero si hay sed y hay que hidratarse, pues agua. Me dirán que qué pasa con el alcohol, con el vino sobre todo, que sí se le da la consideración de alimento. Y debo decir, que me encanta que me hagan esta pregunta.

La gran diferencia es que detrás de cualquier alimento hay cultura, historia y civilización. Por eso el vino es un alimento y los refrescos azucarados no. Y tal como escribo esto me doy cuenta de que es muy discutible que detrás de la chispa de la vida no haya algo de todo esto, pero seguro que me han entendido, y en todo caso el alcohol no sirve para hidratarse -al contrario- mientras que para mucha gente las gaseosas sí son la gran fuente de hidratación, cuando no la única.

Pero vamos a lo que vamos. Vivimos en una sociedad donde el que menos tiene come peor, y está más cerca de ser un obeso, sufrir diabetes y las siete plagas de Egipto nutricionales. Tal y como explicaba Carmen Alcaraz del Blanco en un artículo en esta misma sección, la industria y el marketing son en gran parte los responsables “de la deformación del gusto, del apetito y del acto social de comer”, del que los niños también son víctimas.

Ante este solar, nosotros los ciudadanos pedimos que los que tienen la responsabilidad construyan un muro con los bloques de la promoción de hábitos saludables, el control de las declaraciones que se hacen en los envases y el cemento de semáforos nutricionales que nos alerten de los niveles de azúcar añadido, sal y grasas trans de todo aquello con lo que llenamos los carritos de la compra.

Pedimos, en definitiva, que el Estado haga lo que se supone que debe hacer en la protección de nuestra salud, que al final, por acumulación es lo mismo que la salud pública: que nos proteja, uno de los motivos clásicos que explican la aparición del poder centralizado y del monopolio de la violencia desde tiempos inmemoriales.

Que nos proteja de los malos y, acaso, de nosotros mismos, porque a veces somos incapaces de ejercer nuestra propia y más elemental responsabilidad. Y no lo duden. Comer bien y de forma saludable es, antes que nada, algo que atañe a nuestra responsabilidad individual. Comer bien y de forma saludable debería ser entendido como un bien social que cultivar, tan importante como la solidaridad, pagar los impuestos y la democracia misma.

En otro artículo también les contaba que comer es un acto de una gran intimidad y cocinar un acto de amor. Pero eso empieza apreciando, queriendo y amando lo que comemos y cocinamos más allá de su relación calorías precio o de su alta palatabilidad. Si no, es que no se puede. Podemos echarle la culpa a la industria alimentaria, al marketing de las cadenas de fast food o la falta de iniciativas de promoción de buenos hábitos y el desigual reparto de los dineros por parte de los gobiernos, pero al final o entendemos que esto también depende de nosotros o no hay solución.

Sí, sin duda, decía que comer y cocinar son un acto de amor en relación los demás, pero en primer lugar hacia uno mismo. Tenemos que querernos más, pues.