La polémica de la semana

Artículo de Albert Molins
¿Qué va antes? ¿El derecho de un cocinero a definir su propuesta como le venga en gana o el del comensal cliente a decidir qué come y bebé cuando va cualquier restaurante?
Por Albert Molins
01 de agosto de 2023

A veces uno no tiene más remedio que enfrentarse a sus propias contradicciones. Aquí he defendido en más de una ocasión que alguien que regenta un restaurante o un bar no tiene la obligación de estar dispuesto a satisfacer hasta el último de nuestros caprichos. Aunque a nosotros nos pueda parecer de lo más razonable, en ningún lado está escrito -ni siquiera en las normas básicas de la cortesía- que un hostelero deba tener toda y cada una de las leches vegetales que existen, disponer de wifi gratis para los clientes, estar dispuesto a permitir que alguien ocupe una mesa en un bar durante horas a cambio de un café u ofrecer una cantidad apreciable, en su carta, de alternativas para los que no comen carne, por poner algunos ejemplos.

Del mismo modo, a los clientes nos asiste el derecho de pasar de su culo y no ir a ese local que creemos que no nos trata con la suficiente consideración o cuya oferta no nos convence. Ajustándose unos y otros a estos parámetros, la relación restaurador cliente debería ser suave como el culo de un bebé. Pero, las cosas nunca son tan fáciles y a veces el bebé se caga.

El otro día, leí que el restaurante Kiro Sushi de Logroño -nada más y nada menos- había comunicado su intención de dejar de servir alcohol a los seis clientes a los que atenderá en un único servicio diario, y que se tendrán que conformar con acompañar el menú de 150 euros -que hay que pagar por adelantado- con agua o té. Kiro Sushi, que según anuncia en su web, tampoco es apto para celíacos, ni dispone de opciones vegetarianas, ahora tampoco es un buen sitio para los que les gusta beber vino (o sake) para acompañar la comida. Y deduzco que tampoco se va a permitir que se lo traigan de casa, aquello conocido como descorche.

De entrada, hay que reconocer el valor de tomar una decisión como esta en Logroño. Por un lado, se trata de la capital de La Rioja que casi equivale a decir que es la capital del vino en España. Por el otro, hombre, a 150 euros la tirada -que dice mi amigo Lluís- hay que confiar que gente que venga de otros lugares te ayude a cuadrar las cuentas y no sé si esta decisión ayuda. Seguro que Félix Jiménez, el chef propietario de Kiro Sushi, lo ha tenido en cuenta y ha hecho sus números.

Así que me vi a mi mismo tratando de responder a la pregunta de si yo iría a un restaurante en el que no pudiera abrir una botella de vino, que es una pregunta muy distinta de a si me parece bien que un restaurante decida prescindir de las bebidas alcohólicas en su carta. Lo digo porque se puede responder a la primera no y a la segunda sí, y seguir tan ricamente cada cual con su vida, el restaurante y yo.

Curiosamente o no tan curiosamente, la mayoría de reacciones que he observado estos días al respecto de la decisión de Kiro Sushi han estado más centradas en responder primero a la segunda de las preguntas que les planteaba con evidente enfado y negándole la posibilidad a Jiménez de hacer lo que le dé la puta gana con su negocio. Como consecuencia, la respuesta a la primera pregunta era, como se pueden imaginar, proclamar abiertamente su decisión de no pisar jamás ese lugar donde no se tenía en cuenta al cliente. Pero una cosa era consecuencia de la otra, en ningún caso se trataba, como creo que son, de cosas distintas: por un lado lo que ofrece un restaurante, del otro lo que nos gusta cuando vamos a comer a un restaurante. Si no tienen leche de avena y tú quieres leche de avena con tu café con leche, pues no vayas. Si no te sirven vino con el sushi y tú quieres champagne con el sushi, pues busca un lugar donde puedas beber champagne con el sushi. Solo el tiempo dirá, si desde el punto de vista del negocio la decisión de no servir alcohol es acertada o no.

Otra cosa muy graciosa con todo esto es que se le achaca a Kiro y a su dueño el arrogarse con el poder de decidir si podemos beber o no. Se apela, entonces, a que el cliente cuando va a un restaurante debe tener el poder de decidir qué come y, por supuesto, qué bebe. Que no tiene que venir ningún pringao a decidir por nosotros si bebemos o no, y cuánto y cómo.

No voy a entrar en las razones de Jiménez, porque aunque a mi esa apelación a la espiritualidad de su propuesta y sobre como el alcohol la podría llegar a distorsionar me puedan parecer una castaña, yo sí creo que está en todo su derecho de hacer lo que le venga en gana en su casa. Pero no es menos cierto que aquellos que apelan al poder de decisión del comensal como algo que está por encima del poder del cocinero para decidir qué se come y bebe en su restaurante son los mismos que llevan casi tres décadas zampándose menús degustación y haciendo maridajes en los que no deciden una mierda. Así que ahora no me vengan con historias.

A mi me costará ir a Kiro Sushi. En primer lugar porque vivo en Barcelona y en segundo lugar porque a solo seis clientes y un único servicio diario encontrar una plaza en su barra será más que complicado. Pero sobre todo, porque creo que ustedes se flipan mucho con la gastronomía japonesa, el sushi, el pescado crudo… Un rollo que a mi no me interesa demasiado. Pero miren, si alguien me pregunta ahora mismo por un japo al que me gustaría ir, seguramente diría Kiro Sushi. Ni que sea por joderles hasta el final.

Esto ha sido todo y debo decir que ha sido un placer escribir estas más de cien columnas. Gracias a los que las han seguido y sobre todo leído.