De locus amoenus

Artículo de Albert Molins
Hemos idealizado el medio rural que creemos que es exclusivamente el jardín al que vamos a pasar el fin de semana y no el lugar en el que viven y trabajan aquellos que producen lo que comemos.
Por Albert Molins
26 de junio de 2020

Para los de ciencias -pobricos ellos que se pierden la poesía del mundo- y para los que ese día no fueron a clase, el locus amoenus es un conocido tópico literario, o sea algo a lo que los escritores de todas las épocas recurren con frecuencia, y que consiste en la idealización de un lugar de especial belleza, típicamente un bosque, un prado, un río o sea un espacio natural, que se convierte en fuente de paz, amor y sosiego, pero no exento de drama, conflicto y tensiones. De la salsa de la vida, vaya. Y que me perdonen todos mis profesores de literatura por esta torpe explicación, pero ellos saben que fui mejor lector que estudiante.

Las idealizaciones, las que sean, pueden estar bien en una novela, un poema, una obra de teatro, incluso en una película, pero trasladarse con ellas a la vida real puede ser un problema. La ensoñación y el realismo forman parte por igual del alma humana, solo hay que saber administrarlas. Y no sé si con la naturaleza y el medio rural -lugar que nos da casi todo lo que comemos- lo hacemos.

Me refiero a que a veces tenemos una visión muy idealizada de lo que es el medio rural y nos horroriza -ojalá solo fuera sorpresa- que allí haya tensión y drama -vida en definitiva-, y que, por ejemplo, se críen animales para terminar matándolos o que se practique la caza para controlar las poblaciones de jabalíes que destrozan sembradíos, y que se usen perros que, claro, como la naturaleza es como es -creación de vida, muerte y destrucción- y no la representación mental que nosotros nos hemos hecho de ella, a veces se llevan un buen trompicón y hasta mueren.

He estado en un matadero. ¿Fue una experiencia agradable? No, pero tampoco esperaba que lo fuera. Sabía a lo que iba. Tampoco fue peor de lo que imaginé que sería. Y por cierto, el concepto de procurar una "muerte humana" a los animales es algo que nos interpela a nosotros, y que poco tiene que ver con que los animales tengan el derecho de ser muertos con dignidad. Quiero decir que es algo va más dirigido a tranquilizar nuestra conciencia de carnívoros que a intentar que los animales se vayan de este mundo de la mejor manera posible. Me quedó claro en el matadero, como también quedé convencido de que se hacía todo el proceso de forma escrupulosa y legal.

Desde luego, vivimos en una sociedad que tiene un problema con la muerte. El filósofo francés Jacques Derrida decía que la pérdida es algo constitutivo a nuestra vida. Nunca tenemos nada ni a nadie de forma plena, y que por tanto el reto es vivir con los fantasmas. No hay nada vivo que un día u otro no muera. Da lo mismo que sea un jabalí, una acelga o yo. Y no olvidemos que muchas de estas cosas que mueren terminan en nuestra barriga y -de nuevo- da igual que sea un cordero que un tomate.

Pero por encima de todo, en ese locus amoenus en el que hemos convertido el agro lo que sucede es que viven personas. Eso que nosotros llamamos el campo, a veces con un deje de superioridad, es el hogar de mucha gente. Y lo siento, pero no. No son los masoveros -les juro que la palabra existe que lo he mirado en el diccionario- que nos cuidan el jardín para que los urbanitas lo disfrutemos el fin de semana. Es su casa, su lugar de trabajo y su medio de subsistencia. Su lugar en el mundo.

Hay tres errores que no deberíamos cometer. Criminalizar al sector primario por su relación con los animales o bajo acusación de cargarse el medio ambiente, ni pensar que es un entorno atrasado y por civilizar, ni considerarlo exclusivamente nuestro lugar de esparcimiento. Y a menudo cometemos los tres. Es muy fuerte.

Hay tanta ignorancia en este tipo de discursos, tanta desconexión del mundo rural que nos da de comer, tanta superioridad moral y tanto desprecio hacia la vida del ganadero o del agricultor que asusta.

No entiendo qué problema hay en que los que viven en él, no quieran que sea el escaparate bucólico y de postal de la gente de Barcelona, València, o Madrid. O que sean personas que entienden que la vida y la muerte forman parte de una misma cosa y que amen el lugar donde viven y trabajan. Y sí, también a los animales, quizás mucho más que muchos animalistas, corriente de pensamiento (sic) de la que participan básicamente personas que viven en ciudades. Y el trabajo en el campo, bien hecho, es sostenible y medioambientalmente respetuoso, porque lleva siglos y siglos siéndolo.

Es que he llegado a escuchar al presentador de un programa de radio preguntarse cuándo iba a terminar “esta pesadilla de la producción de huevos y leche”. ¿De verdad? ¿Pero tú sabes de qué narices estás hablando, hijo mío? ¿En serio alguien cree que un ganadero que vive de ellos no es el primer interesado en que sus animales vivan en las mejores condiciones posibles? “Pero es que los explotan y los matan y los animales también tienen derechos”. ¡Qué si quiere bolsa, señor/a!

El otro día en una entrevista Ferran Adrià dijo que “si no hay cocineros no hay agricultores”. Aunque a Adrià siempre haya que interpretarlo (sic), creo que se pasó de frenada, porque me parece que en todo caso, y como dijo Javier Olleros -chef de Culler de Pau- en uno de los webinar de #GastronomikaLive, “somos cocineros gracias a la naturaleza”. Por cierto, el webinar iba sobre la importancia del producto, y me parece muy triste que aún estemos hablando de esto.

Y el día que quieran les hablo de la criminología verde, que establece que aquellas personas que no “aman a los animales no humanos desde el amor, la responsabilidad, la compasión y la empatía (…) requieren una intervención educativa especial y de alto riesgo social, ya que diversos y prestigiosos estudios criminológicos demuestran la estrecha relación que existe entre la violencia hacía los animales y hacía las personas humanas”. Por lo visto existen las personas no humanas. Poco nos pasa, en serio.

De verdad. Ahorrémonos las lecciones de abrazaárboles infantilizados por Disney -matemos a Musafa ya, como escribió alguien una vez-, y si no nos gusta lo que sucede en el campo, pues siempre nos queda la solución de alimentarnos a base de esos batidos -que he probado- que hacen furor entre los gilis de Silicon Valley, aunque mucho me temo que la lista de ingredientes nos retornará a nuestro querido locus amoenus.