Los adoquines del Pilar son una de esas curiosidades gastronómicas imposibles de pasar por alto. Si visitas Zaragoza, vas a encontrarte con ellos a poco que callejees un poco y pases por cualquier tienda de productos típicos de la zona. Grande. Dulce. Eterno. Así es este caramelo tan icónico.
Sobre su origen corre alguna leyenda, como que fue elaborado en tiempos del rey Jaime I y su descomunal tamaño responde a la grandeza necesaria para ser un regalo real, pero lo cierto es que su aparición tal y como lo conocemos hoy responde a la inventiva del empresario Manuel Caro.
Caro creó la versión actual del adoquín del Pilar en 1928. Estamos hablando de un verdadero adoquín de caramelo cuyo peso original era de 500 gramos. Los sabores tradicionales son naranja, fresa, limón y anís y es identificable a primera vista no solo por su gran presencia física, sino también por el envoltorio en el que aparece, sí o sí, una imagen de la Virgen del Pilar, con los extremos imitando la tela del típico cachirulo maño.

Otro de los puntos que identifican a un adoquín del Pilar es que, dentro del envoltorio, encontramos impresa una pequeña jota, que puede ser cómica, una jota de picadillo, o una más clásica. Hay que tener en cuenta que estos caramelos llegaron a formar parte de la idiosincrasia zaragozana, y que fueron durante tiempos de gran emigración, un recuerdo de la tierra dejada atrás.
Hoy en día podemos encontrar adoquines del Pilar de tamaños más asequibles, como de 250 gramos, 25 o incluso en formato mini, con las mismas características que sus hermanos mayores. Eso sí, mucho más fáciles de poder comer, ya que caben en la boca sin demasiados problemas.
Los adoquines del Pilar son parte de la cultura zaragozana y uno de los recuerdos típicos de la zona. Solo hay que echar un vistazo rápido a uno de estos gigantescos caramelos para saber dónde has estado de viaje. Eso sí, por favor, no caigáis en la tentación de comerlo de golpe, usad un pequeño martillo para ir rompiendo poco a poco el caramelo.