El origen el árbol del tamarindo se ha rastreado hasta el actual Sudán, en África, si bien es cierto que se extendió por gran parte del continente que cumplía las condiciones tropicales para su cultivo. A partir de ahí, la mano del hombre fue indispensable para su extensión: primero por Asia, hace miles de años, y luego en América, donde llegó de la mano de los españoles.
La parte que se consume del fruto es su pulpa, sobre todo como condimento. Si se coge verde, resulta de un sabor ácido y refrescante, mientras que, si la pulpa está madura, sirve para elaborar deliciosos postres o incluso bebidas.
En Latinoamérica y Asia, es usada para complementar otras salsas, sobre todo picantes. En la India, por ejemplo, es uno de los alimentos fundamentales para preparar platos tradicionales, como el sambhar. En Tailandia no se podría entender la gastronomía sin el tamarindo, ya que es parte indisoluble de su plato estrella, el Pad Thai.

Pero, además de por su sabor, el tamarindo es conocido por sus notables propiedades saludables. De entrada, tiene un alto porcentaje de tiamina, fantástica para el sistema digestivo, además de mucha vitamina C. A esto hay que sumar que tiene gran cantidad de potasio y hierro. La pulpa de tamarindo es rica en fibra, por lo que ayuda al tránsito intestinal y puede ser usada como laxante natural. Se apunta, aunque está por demostrar, que también es beneficiosa para controlar tanto el nivel de presión arterial como el colesterol. También se pueden usar otras partes del tamarindo como medicina, además de la pulpa. Con las hojas se prepara una infusión para reducir la fiebre y de las semillas se extrae un aceite esencial para tratar la conjuntivitis.
Sin duda, un fruto que se ha extendido por todo el mundo gracias a su peculiar sabor, pero que, además, es todo un hallazgo para la medicina natural.