Queremos continuar repasando algunos de los ágapes más célebres de todos los tiempos con la segunda parte del primer artículo que publicamos sobre ellos. En esta ocasión viajamos hasta la ceremonia por el deceso del famoso rey Midas, contemplamos la magnificencia del Antiguo Egipto representado por el banquete que Cleopatra ofreció a Marco Antonio, conocemos cuál fue una de las últimas comidas de François Mitterrand, nos sorprendemos con el recibimiento persa a un embajador francés y averiguamos cuál fue la primera comida en el espacio.
El alegre funeral del rey Midas

Conocido por gobernar Frigia entre el 740 y e6 696 a. C., pero más conocido por convertir en oro todo cuanto tocase, gracias al poder que le otorgó Dionisio según la mitología griega, el rey Midas se fue a la tumba con unos honores tan grandes como su popularidad.
Fue en el año 1957 cuando los arqueólogos que practicaron las excavaciones de su tumba descubrieron, para sorpresa de muchos, lo que parecían ser los restos de un gran festín funerario en honor al rey: tres recipientes de unos 125 litros para almacenar una mezcla de vino e hidromiel y un total de cien copas de bronce para bebérsela.
Suponiendo que el número de copas correspondiese al de invitados y que las grandes tinajas hubiesen estado llenas, los congregados habrían ingerido más de 3,5 litros de alcohol por cabeza. El vino, según los entendidos, habría regado un banquete que incluyó guiso de cabra, legumbres y cordero asado.
La millonaria cena de Cleopatra y Marco Antonio

Algunos se atreven a decir que esta cena fue la más cara de la historia y con las cifras que vamos a tratar, no es en absoluto descartable si, sobre todo, tenemos en cuenta que el momento más importante de la velada tuvo solamente una comensal. Hablamos de la particular cita entre Cleopatra VII, la última reina del Antiguo Egipto, y Marco Antonio, uno de los políticos romanos más importantes y un estrecho colaborador del emperador Julio César.
Ambos dirigentes, allá por el siglo I a. C., se reunieron durante cuatro días en Tarso para negociar un hipotético apoyo egipcio a los partidarios del triunviratos frente a los republicanos en la guerra civil desencadenada en Roma. Y en aquella reunión tuvo lugar una de las cenas en las que el amor entre ellos triunfó, la cena de los diez millones de sextercios, más de una decena de millones de euros actuales según estimaciones de expertos. Todo fue una apuesta de Cleopatra con su amado, una forma de impresionarle afirmando que era capaz de terminar por completo y sin pestañear una cena de tal coste. Marco Antonio, naturalmente aceptó la apuesta, y se dispuso todo para que el ágape tuviese lugar.
Viandas de las más variadas procedencias, manjares exquisitamente cocinados y bebidas casi divinas se sirvieron sobre la mesa, pero aquellos lujos no alcanzaban ni de forma lejana el precio estipulado. Fue entonces cuando la reina egipcia se dirigió al juez que había dispuesto para el desafío, Planco, para preguntarle por el valor de las dos grandes perlas que adornaban su cuello. Cada una, según el magistrado, valía al menos cinco millones de sextercios.
Cleopatra cogió una de las dos, la echó en una copa de vinagre y, una vez diluida, bebió sin dejar gota. Marco Antonio, antes de ver cómo la segunda perla terminaba convertida en calcio diluido, aceptó la derrota.
La primera comida en el espacio
Entre los años 1957 y 1975 dos países, Estados Unidos y la Unión Soviética, se disputaron la exploración espacial mediante satélites artificiales y humanos en la denominada carrera espacial.
Esta oficiosa competición tuvo como primer gran vencedor al bando soviético consiguiendo que Yuri Gagarin fuera el primer hombre en salir al espacio el 12 de abril de 1961 con la Vostok 1 y que Guerman Titov fuese el primero en alimentarse fuera de nuestro plantea a bordo de la Vostok 2 apenas cuatro meses más tarde.
El menú del comedido primer banquete espacial estuvo compuesto por una crema de verduras, una lata de pasta de hígado y un zumo de grosella que sirvió para determinar que la ingravidez, al contrario de la posibilidad que cabía entonces, no afectaba al consumo de alimentos. El cosmonauta soviético dio prueba de ello.
El último festín de François Mitterrand
El paso por el Elíseo del presidente François Mitterrand ha quedado marcado en la memoria de los franceses por su dilatada duración, estando catorce años en el cargo, y su gran afición a la buena comida. Sobre ella se ha rodado una película que sigue la vida de la que fuese encargada de la cocina privada del palacio durante unos años, La cocinera del presidente, y se conoce un polémico pasaje cronológicamente situado a escasos días de su fallecimiento.
Según cuenta el periodista Georges-Marc Benamou en su obra El último Mitterrand, publicada justo un año después de la muerte de su protagonista, el mandatario francés disfrutó de un prohibido manjar en su última cena de Navidad, en 1995. Fue en Latché, su propiedad en las Landas, donde François Mitterrand despachó junto a un selecto grupo de comensales un menú formado por un primer plato de ostras de Marennes, un segundo de capón y foie y un tercero, el quid, de escribano hortelano.
Amenazada su supervivencia en numerosos países y prohibida su caza en Francia, la preparación de este pequeño pájaro para su consumo está considerada todo un acto de crueldad. Tras ser capturaros con vida mediante mallas, los hortelanos son cegados con vendas o la directa lesión de sus ojos para forzarlos a alimentarse sin fin y engordar. Una vez alcanzada la medida que se considera oportuna, se despluman vivos, se sumergen en un buen armañac hasta su ahogamiento y se asan.
El controvertido plato se degusta según manda la tradición con una servilleta cubriendo la cabeza, mostrando figuradamente cierta vergüenza por lo que se va a hacer, y normalmente se consume un solo pájaro por comensal. Pero según cuenta Benamou, el expresidente galo comió dos. Una semana después del banquete moriría.
Un banquete del príncipe regente Jorge IV del Reino Unido

El rey del Reino Unido y Hannover, duque de Brunswick-Lüneburg, duque de Bremen y príncipe de Verden, Jorge IV, fue príncipe regente antes de servir a su patria como monarca. Fue durante este periodo, de 1811 a 1820, cuando la futura majestad se ganó su fama de glotón.
Era un 18 de enero de 1817 cuando Jorge se hizo con los servicios de unos de los más importantes cocineros de la época, Marie-Antoine Carême para preparar una cena en honor del Gran Duque Nicolás de Rusia. El Banquete del regente, como se lo conoció, tuvo lugar en el Royal Pavilion de Brighton y quedó marcado en la historia como uno de los mayores banquetes superando incluso los que el mismo chef preparó para Napoleón o la Casa Rothschild.
La decoración del lugar siguió el exotismo y la exuberancia que tanto gustaban a Carême. La mesa de más de sesenta metros contó con ornamentación del mismo estilo y una fuente que hacía fluir el agua en todo su largo. Y lo más importante, el menú de la noche, no defraudó: 120 platos, siendo un centenar sopas, guisados o estofados y el resto postres, servidos sobre fuentes de oro y plata. Con tales festines no es de extrañar que entre el pueblo se hablase que el abdomen sin encorsetar del rey alcanzaba sus rodillas.