Racismo gastronómico

Artículo de Albert Molins
No hay nada más cansino que un español por el mundo quejándose de que no le echan de comer lo que le hace su mamá.
Por Albert Molins
07 de diciembre de 2021

No se crean, le sigo dando vueltas al tema de la identidad gastronómica del otro día. La culpa ha sido de un noviembre que, en Barcelona, se ha despedido con un frío polar del copón, que hoy -cuando escribo esto- he querido combatir con una sopa rumana de carne ahumada. Mientras me la zampaba, caliente, reconfortante y demasiado abundante, no podía dejar de pensar que estaba a medio camino entre una minestrone y una sopa castellana. Al final, todos somos mestizos y nuestras cocinas hijas bastardas de varias tradiciones y despensas.

Y sin que tenga mucho que ver, en Rumanía -sin ir más lejos ni más cerca- también comen callos. Concretamente, ciorba burta que no es otra cosa que una sopa de tripas de ternera que se acompaña de crema agria y una guindilla en vinagre como las que comemos nosotros con algunos guisos de legumbres. Resucita a un muerto y es un remedio cojonudo para la resaca. Si algún día vienen por Barcelona, me dan ustedes un toque y les invito.

Yo soy un animal que hasta en verano, a más de 35 grados a la sombra, se la ha cascado, porque a las resacas no se les conoce estacionalidad, y porque, ¿quién dijo que las sopas son solo para el frío? Hay una larga tradición de sopas en países cálidos, y cómo me decía una venezolana con la que estuve casado doce años, «si aquí tenemos que esperar a que haga frío, ¿cuándo comeríamos sopa?». Y la verdad es que, como mínimo esta vez, tenía razón.

En esto del comer, conviene revisarse los prejuicios y las ideas preconcebidas. Y sobre todo los aires de superioridad y evitar el etnicismo. Juzgar a los pueblos y a las gentes por su forma de comer es bastante feo. Tanto como hacerlo por el color de su piel. O sea, que me refiero a que es bastante racista. Al final, comer forma parte del vivir y si no somos racistas en nuestra cotidianidad, pues no lo seamos al comer.

Sí ya sé, querido lector que has llegado hasta el quinto párrafo, que tú no eres racista nunca, pero quizás no solo te asombre -cosa por otro lado normal- sino que también te dé asco infinito saber que los waraos, en el delta del Orinoco, se comen a puñaos los gusanos del moriche -de la palmera-. Les arrancan la cabecita y listos. Puedes guglear y ver cómo son, para así reafirmarte en la idea de que ellos son unos salvajes y descubrir que un poco racista sí eres.

Por cierto, ¿has comido serpiente? Yo sí, en una boda china. No lo supe hasta habérmela zampado. Y me horrorizó saber que si lo hubiera sabido antes, no me la hubiera comido. La serpiente bien, ya que estamos, y sepas que los estadounidenses piensan de ti lo mismo que tú de los waraos porque comes conejo, aunque tu mujer tiene razón que no lo suficiente ni suficientemente bien.

Lo mismo sucede con el prestigio cultural que damos a algunas gastronomías por encima de otras. Eso de la mejor gastronomía del mundo es como poco un eslogan publicitario, business y una catetada.

La cantinela de que en Andalucía, Aragón, Balears, Canarias, Cantabria, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Catalunya, Madrid, Navarra, València, Extremadura, Galicia, País Vasco, Asturias, Murcia y La Rioja -elija usted donde vive- es donde mejor se come es una auténtica cazurrez.

Personalmente, no soy un apasionado de la gastronomía peruana y mexicana. La culpa la tiene que soy un memo que, aunque ha hecho progresos, no soporta el cilantro, que hasta hace dos días era la única cosa que era incapaz de comerme. Y si todo el mundo dice que en Portugal se come tan bien, seguro que lo mío cuando fui fue cuestión de mala suerte.

Todo esto viene a cuento de que una cosa es que no me guste determinada cocina y otra que no reconozca y valore lo que culturalmente significa. Hay que saber distinguir paladar y valor. Si algo no te gusta, pues no lo comas, pero cuidado con juzgarlo con comentarios del tipo «es que donde esté una buena paella» o «qué sabrán estos de comer si no han catado un cochinillo en su pu** vida». Pues ya te lo digo yo. Saben tanto como nosotros y se quejan bastante menos, que no hay nadie que se queje más que un español cuando va por el mundo y no le echan de comer lo que le hace su mamá.