Más caro para qué

Artículo de Albert Molins
Lo deseable sería que cualquier aumento de precio en hostelería fuera, como mínimo en parte, destinado a mejorar las condiciones laboral y vitales de los que trabajan en ella.
Por Albert Molins
15 de diciembre de 2021

Ni que tuviera 300.000 euros, en la vida, me compraría -pongamos por caso- un Ferrari. Eso si su precio se acerca a esa cifra, pues la verdad es que no tengo ni la más remota idea. Del mismo modo, alguien puede considerar que ni que tuviera los más de 400 euros que cuesta ir a comer a DiverXo o, incluso, ni que pudiera ahorrar 40 euros al mes durante un año, pisaría ese restaurante, pues probablemente crea que es una pérdida de tiempo y de dinero.

Ponerse a discutir sobre si la subida de precio de DiverXo -y las que probablemente le sigan de los otros triestrellados- está o no justificada, y si hace o no más inaccesible la alta cocina es ridículo. Además, la segunda de las preguntas se respondió sola, cuando minutos después de abrir las reservas para el mes de enero el restaurante se llenó en un pispas.

Y es que el que podía pagar 250 euros y le apetecía ir, puede y seguro que no le importa pagar 360 euracos. Y el que no podía, por mucho que le apeteciera, pues ahora aún puede menos, claro. Y el que podía entonces y puede ahora, pero antes y hoy preferiría ser sodomizado por una manada de mandriles que ir a cualquier restaurante top, cree que somos todos una banda de cretinos por estar discutiendo estas cosas. El que se hubiera creído el cuento de la democratización de la alta cocina, pues…

Eso sí, -como decía Nacho Montes el otro día en Twitter- que tú prefieras ser empalado por unos simios salidos, no quiere decir que no esté plenamente justificado que el menú de marras cueste casi 400 euros. Él no usaba este símil, pero la idea era la misma. Yo es que soy más bruto, por si aún no se habían dado cuenta.

Hasta aquí nada más que obviedades, y si ha habido críticas por el aumento de precio del menú, el resumen sería que son ridículas y sanseacabó.

También se han escuchado diatribas ilustradísimas sobre lo que es el lujo y que, claro, lo que es lujoso es caro. El nivelazo de la discusión gastro de este país no deja de sorprender. Verdades como puños, oigan. A fin de cuentas, todo el mundo cuenta el mercado según le va, o sea que la apreciación subjetiva de lo que es caro y barato depende básicamente del bulto de la cuenta corriente de cada uno, así que por este lado estamos donde estábamos. Depende -ninonino- todo depende. ¿Y de qué depende al final?

Pues del deseo, que -señoras y señores, niños y niñas- es lo que de verdad mueve el mundo. Lo que hace que estemos dispuestos a pagar x, y o z por algo o por una experiencia única en la que el precio, sin duda, es una restricción importante, o lo que cada cuál decide que es un lujo, acaba siendo cuánto deseemos poseer el Ferrari o cenar en DiverXo, por delante de otras cosas. El lujo es algo aspiracional y la alta cocina también. El lujo también son los aquí sufriendo en el resort de pulserita de todo incluído y los esto es el paraíso, en Benidorm, de los post de Instagram cada verano.

Pero el problema es que no solemos hacernos las preguntas correctas. Y en mi opinión lo importante del aumento del precio de los menús no es si comer en un restaurante de alto copete vale 300, 400 o 500 euros y por tanto el subidón de Dabiz o de cualquier otro está justificado, sino para qué va a servir ese incremento del precio. A qué van a destinar los chefs ese dinero de más.

Porque no creo que en restaurantes en los que comer ya es una fiesta, por no decir un fiestón, esos cien y pico euros se destinen a que nosotros los clientes aún disfrutemos más. No sería lo lógico en todo caso.

Yo no tengo ni idea de a qué se van a destinar. No sé nada de gestión de restaurantes. No sé nada de nada, pero sí me gustaría -ya que estamos- formular un deseo y pensar que esa pasta gansa servirá para que todo el mundo que trabaja en estos sitios tenga un contrato y un salario, y que este sea digno. Además, me gustaría que sirviera para que las condiciones de trabajo no sean abusivas ni las jornadas inacabables. Ya hay restaurantes que han demostrado que es posible hacerlo, porque si cada vez hay más gente que preferiría ser sodomizada por una manada de mandriles que trabajar en la restauración, pues por algo debe ser.