La trucha de Néstor Luján ya huele a podrido

Artículo de Albert Molins
Hay que empezar a buscar otros referentes entre autores gastronómicos jóvenes, modernos y contemporáneos porque siempre les estamos dando la vuelta a los mismos y, sinceramente, ya basta.
Por Albert Molins
16 de marzo de 2022

Lo confieso. No he leído casi nada de Néstor Luján y de Josep Pla solo leí El quadern gris, obligado, en mi último año de instituto porque era una de las lecturas que entraban para el examen de Selectividad -hoy EBAU- y he ojeado alguno de sus Homenots y El que hem menjat, que tengo en casa. No me siento especialmente orgulloso pero, si les soy sincero, este manchurrón en mi expediente gastronómico tampoco me quita el sueño. Ambos, más allá de que escribían muy bien, me parecen un auténtico coñazo y como decimos en catalán dos auténticas tietes. Ya está, ya lo he dicho.

Con Luján me topé una vez. Habíamos ido, mis padres, mis hermanas y yo, a pasar un fin de semana a la Cerdanya -tampoco soy nada fan de esta comarca pirenaica- y nos paramos a cenar en el Hostal Boix. Era un viernes por la noche y allí estaba Luján -y señora- en toda su colosal enormidad, él, y con esa cara de sapo que no podía con ella. Yo esperaba que se pusiera a croar de un momento a otro o a dar saltos como en cuclillas por todo el comedor. Desgraciadamente no sucedió ni lo uno, ni lo otro, pero hubiera sido divertido. No me lo negarán.

Comía, Luján, como con desgana. Parecía enfadado y a disgusto con la vida. Vaya, que me pareció todo lo contrario de lo que debería ser alguien que disfruta comiendo. Y no, no croó, pero en cambio hizo una seña a un camarero, le susurró algo rápido y al cabo de poco tiempo apareció, Josep Maria Boix, cocinero y propietario de la, por aquel entonces, más afamada casa de comidas de la Cerdanya.

En el plato de Néstor Lujan, vestido de traje con americana y corbata como si estuviera en el paseo de Gràcia, había una trucha a medio comer y yo juraría que, así que el señor Boix se acercó con todo el ceremonial con el que en aquella época los cocineros trataban a los clientes habituales de la casa -y es de sobras conocido que Luján lo era- lo que vino a continuación fue una regañina en toda regla, porque seguramente la trucha no era del gusto del escritor.

Evidentemente, no puedo asegurar que fuera eso lo que realmente sucedió, pero es muy probable, pues es bien conocido que a veces Luján montaba estos numeritos en los restaurantes. Por cierto, circula entre la burguesía catalana algún espécimen -que también escribe- que ha recogido el testigo lujaniano en esto de tener el tupé de escarmentar a los cocineros en público. Me parece de tan mal gusto como un cava semi seco.

He leído que Luján y Pla coincidieron en un viaje a Estados Unidos y ambos volvieron despotricando de la pizza, que no les gustó nada -Pla dijo literalmente que era una marranada- y de la Coca-Cola que les pareció una bebida horrible. Realmente unos linces. Probablemente una de las recetas y una de las bebidas más populares del planeta y ellos, en su Olimpo de superioridad gastronómica de truchas pirenaicas y cim i tomba, pues solo supieron ponerlas a bajar de un burro.

Se acaban de cumplir 100 años del nacimiento de Luján, lo que me parece un buen momento para empezar a olvidarnos de él, de una vez por todas, como uno de los grandes referentes de la escritura gastronómica en Catalunya. Y no, no me olvido de Manuel Vázquez Montalbán -mil veces más interesante- ni de Xavier Domingo, ni de tantos otros extraordinarios.

Y de Pla ya ni les cuento. A ver si así, como mínimo, no tenemos que volver a leer que Pla escribió en El que hem menjat que la cocina es el paisaje en la cazuela, cosa que creo que ya les he explicado en alguna ocasión que no aparece en ese libro. Reto a cualquiera que me diga la página.

No quiero restar ni un ápice de mérito a la obra de ambos -ni literaria ni periodística- que quede claro, pero si los referentes siguen siendo un señor que nació en 1922 y otro que lo hizo en 1897, es que tenemos un problema muy serio. Y estoy convencido de que lo tenemos.

Creo que ha llegado el momento de empezar a fijarse en autores y autoras mucho más cercanos en el tiempo algunos de los cuales, ay va la hostia, incluso están vivos. Y por favor, no miremos tampoco, hacia los sospechosos habituales que solo escriben de restaurantes y presentan ponencias en congresos.

Por increíble que les parezca, de una manera moderna y contemporánea, hay gente que ha recogido el testigo de Luján, Pla, Vázquez Montalbán y Domingo. Son sus nietos e incluso sus bisnietas. Búsquenlos y léanlas, porque la trucha de Luján, hace tiempo que huele a podrido.