En Michelin y en la sociedad, la negación de la mujer es un problema endémico

Artículo de Alexandra Sumasi
Las (casi) inexistentes estrellas Michelin otorgadas a restaurantes con liderazgo de mujeres han vuelto a sacar a la luz la desigualdad imperante en la gastronomía que solo se solucionará con mayor conocimiento de campo, y no el que aportan críticos, periodistas y gastrónomos.
Por Alexandra Sumasi
25 de noviembre de 2022

Está en boca de todos y han corrido ríos de tinta. El mundo gastronómico está agitado con mujeres clamando al cielo por la práctica ausencia de congéneres entre los nuevos ‘estrellados’ y varios hombres apoyando la legítima reivindicación. Entre 60 nuevas estrellas Michelin (rojas y verdes) tan solo hubo tres mujeres receptoras, y dos fueron compartidas con las respectivas parejas. Fue en la foto de familia, donde el agravio se hizo más que patente, cuando el runrún de la noche se convirtió en un silencioso grito.

En general, se hable con quien se hable, hay una especie de mantra que lo copa todo: "Es que mujeres casi no hay", es la frase habitual. Y es verdad. En la excelencia, es decir, en el universo tres estrellas, no parece (aun) haberlas. Obviando, claro está, las de Arzak y las de Les Cols, que todo se andará.

¿Y en la base? ¿De verdad no hay restaurantes con cocinas lideradas por una mujer con méritos suficientes para lograr una estrella Michelin o, simplemente, los inspectores no se toman la molestia de buscarlas? Urge mayor atención por su parte junto a la necesidad de investigar la realidad de las cocinas y de sus equipos.

Tengo el firme convencimiento de que la igualdad plena solo puede conseguirse de abajo a arriba. Esto es, buscando buenos restaurantes, con buenas cocineras que, aunque no hayan salido nunca en un periódico ni hablado en una radio, un inspector las conozca en el desarrollo de su trabajo y les otorgue, por merecimiento propio, una estrella Michelin. Después ya se encargarán ellas mismas, una vez estén dentro del sistema, de retarse para lograr una mejora continua y, algún día, entrar en el firmamento de la excelencia. O no. Pero, por lo menos, tener la posibilidad de partir en igualdad de condiciones. Si uno tiene una estrella, no es descabellado soñar con lograr la máxima distinción; si una no tiene ninguna, soñar con las tres no es más que una quimera.

Estarán conmigo, que se elija a quién se elija, siempre habrá voces disonantes. Es habitual discutir con colegas, con amigos, con aficionados a la gastronomía sobre la idoneidad de una estrella en tal sitio o en otro. De los 235 restaurantes con una estrella, veinticuatro están liderados por cocineras. Ergo, quedan 211 restaurantes con cocineros a cargo. Yo aseguro que son varios los discutidos. Probablemente, a muchas de las personas que me lean, les pasará igual. Es más, es muy posible, que hasta coincidamos en algunos. ¿Podrían, dejar, pues, los señores inspectores que los frikis de la gastronomía nos pudiéramos entretener discutiendo sobre si el restaurante de menganita o zutanita merece la estrella dada? ¡Quién sabe! Quizás esa señora objeto de nuestras filias (o fobias) algún día pudiera llegar a ser la representación máxima de la alta gastronomía en España. Las ruedas Michelin también deberían servir para que los inspectores de la Guía se pierdan por España, y descubran por sí mismos que en cualquier rincón remoto pueden encontrar sorpresas.

Nota: el año pasado se creó el premio al 'Chef Mentor' y el primer galardonado fue el cocinero vasco Martín Berasategui. Este año el premio ha recaído en Joan Roca, quién, al igual que su antecesor, ya tiene todos los premios y reconocimientos habidos y por haber. Y me pregunto, con tantos cocineros a los que se les llena la boca hablando sobre su fuente de inspiración (casi siempre femenina), ¿habría sido imposible encontrar para este segundo año de vida del premio una Cocinera Mentora?