Siempre positivo

Artículo de Gemma Bargues
En una Navidad donde lo único que nos ha faltado ha sido regalarnos test de antígenos para el amigo invisible, la hostelería ha vuelto a estar de nuevo en el punto de todas las miradas y de un positivismo que ha batido todos los récords.
Por Gemma Bargues
25 de enero de 2022

Siempre positivo, nunca negativo. La Navidad se avecinaba fuertecita, eso lo sabe hasta el apuntador. Las ganas de celebrar comiendo, o de comer celebrando (nunca me queda claro cuál es la forma más acertada de expresarlo), anunciaban un final de año a lo grande. A lo bestia, de fuegos artificiales. De brindis, de abrazos, de reuniones familiares donde el amor era mucho más fuerte que cualquier bichito. Es Navidad. Y como todo el mundo sabe, en Navidad no puede pasar nunca nada malo. Siempre positivo, nunca negativo.

Y así ha sido. Positivismo a mansalva, la mayor ola de positivismo jamás vista. Lo que se anunciaba se ha cumplido, y con creces. ¿Será que la magia de la Navidad se ha llevado por delante el sentido común de los humanos? ¿Será que el turrón y los mazapanes nos han idiotizado? ¿Será que las medidas de seguridad se han pasado por alto porque aquí lo importante era celebrar la Navidad? Sí, lo creo, pero ahora y antes de la pandemia. Porque esto ya es como una era, y está el antes y el después.

Y de nuevo, la gastronomía vuelve a ser el punto de mira en unas fechas en las que todo vale. ¿Qué ha pasado en las casas? ¿Se ha respetado el aforo? Espera, ¿había límite de aforo o eso ya no? ¿Cuántos test de antígenos te has hecho? Y en los restaurantes, ¿se han cumplido las medidas de seguridad? ¿Se han respetado los aforos máximos, la ventilación de las salas o la distancia de separación entre mesas? ¿Qué ha pasado con el pasaporte Covid? ¿En todos los casos se ha pedido, y no solo eso, se ha comprobado con DNI en mano? ¿Se ha hecho la vista gorda en algunos casos si la caja bien lo merecía? ¿Tienen derecho los no vacunados a quejarse (y a montar el numerito, incluso) por negarles el acceso a un restaurante, bar de tapas o sala de fiestas? Y los camareros, los currelas, ¿conocían y han puesto en práctica toda la normativa y el protocolo sanitario mientras servían y atendían mesas rebosantes de subidón navideño? ¿Daban abasto para saber quién sí y quién no iba al baño con la mascarilla puesta? En definitiva, ¿ha estado la hostelería a la altura de unas Navidades tan, paradójicamente, positivas?

Para todas y cada una de estas preguntas podríamos tener una respuesta, pero ni yo misma cuando las respondo tengo la certeza de saber qué narices ha sucedido. Nochebuena, Navidad, Nochevieja, año nuevo y el día de Reyes eran citas ineludibles para la gastronomía. La temporada alta de las grandes mesas, de las grandes reuniones, de los abrazos, tal y tal. La Navidad que merecemos, decía no sé qué anuncio de televisión. Deseábamos con todas nuestras fuerzas ser positivos, alejarnos de la negatividad y pensar que el cambio de año iba a suponer el fin de algo que nos pesa ya demasiado, como dos piedras gigantes atadas a nuestros tobillos.

Siempre positivos, nunca negativos. Puede que ahora esta frase invierta su sentido, o no. Según quieras tú interpretarla. Yo la dejo tal cual está, quiero ser positiva, más que nunca. Y sí, por cierto, pienso que la hostelería sí ha estado a la altura de todas las exigencias que se han cebado con ella antes, durante y después de la Navidad. Sin embargo, solo nos miramos el ombligo y solo buscamos culpables fuera cuando quizás no hay culpables, sino actos y decisiones individuales que, queramos o no, afectan al resto.

Porque vivimos en una sociedad hambrienta y sedienta, ahora más que nunca, de positivismo. Menos palitos por la nariz, por favor, y más sentido común para que al menos el año empiece con un mejor sabor de boca. En positivo de verdad.