Micheland

Artículo de Fernando Huidobro
En mis sueños el futuro mundo Michelín se me aparece como Disney World. En ellos, asisto a la celebración de Le Grand Gala de la Gastronomie Michelín Universelle que se celebra en Disney Land Paris.
Por Fernando Huidobro
27 de enero de 2022

Todo es de color… rojo, por supuesto, y el elemento decorativo dominante son las ruedas neumáticas en todas sus versiones imaginables.

Allí, el show mundial de la gastronomía está teniendo lugar y se retransmite urbi et orbi en streaming, es decir, en inglés y con todos sus perejiles al más puro estilo de los Oscars americanos. España es el país ‘invitado’ -a poner un pastón- y se me aparecen holísticamente como presentadores “la” Pedroche esplendorosamente vestida y “el” magnífico Echanove con uniforme trujivillano de La Fiesta del Chivo.

Al parecer y en el desvarío de mi duermevela, maldita desilusión, a aquella fecha, se había producido una bestial concentración empresarial multinacional cocinada mediante túrbidos y estratégicos movimientos de fusiones y adquisiciones orquestadas conjuntamente por el bufete de abogados de “Suits” y los publicistas de “Mad Man”, es decir, conseguidos a base de mucho enreo y mucha de esa pasta carbonara con la que la mafia del dinero se sienta a la mesa.

Así, la Gastronomy Gorld Wide Corporation -Gordocorp-, nombre dado al engendro, había tomado cuerpo a base de ir embebiendo y engullendo a los grandes protagonistas gastro-empresariales de hoy día. Léase las guías, listas y ránkines de éxito; los grandes congresos internacionales; las Macro Ferias alimentarias; las centrales de reservas; las recomendadoras y plataformas en redes; los grupos mediáticos de la cosa; las agencias de comunicación y representación; las escuelas de negocios culinarios; las productoras de los gastro-programas de TV y audiovisuales del sector; etc. etc. Resumiendo, el monopolio estaba servido y su conglomerado era de aúpa, musho ma peó que la reunión de “Toreros Muertos” y “No me pises que llevo chanclas”.

Para el eventazo, que duraba una semana, se habían dado cita allí lo más granado y chic de los periodistas, críticos, escritores, micro y macro influencers de la gastronomía astral del momento, entre los que, por supuesto y por la patilla, me encontraba. Muchos de ellos vestían ya togas y birretes de doctores universitarios de las disciplinas y ciencias de la Gastronomie. Ante las cámaras y la oficialidad todos bebíamos michelanda, la bebida oficial del evento. Los discursos eran aún más y más largos que los de hoy.

Había sido instalado el más pollúo de los escenarios donde tenían lugar las actuaciones estelares musicales en vivo más top del momento -en aquel momento actuaba Meat Loaf- y sobre otro monumental escenario parejo tenía lugar Globo Fusión, el definitivo y único expo-congreso viviente -junto con su versión femenina- que durante cada año se ramificaba en diversas versiones nacionales por todos los países del mundo. Para esta edición especial, allí había sido montado el mayor piano de cocina jamás visto, rodeado de una gigantesca pantalla circular, donde los más afamados chefs del mundo mundial, de toda raza, edad, religión, procedencia y sexo, realizaban -casi todos por conexión interestelar o vídeo- sus show cooking que incluían coreografías y números musicales tipo La La (Miche) Land -ya sabéis cocineros, habrá que ir apuntándose a las academias de baile-, para finalmente abrazarse a un rejuvenecido y cachas Bonvibendum sin michelines para hacerse las fotos de rigor. En esta ocasión las chaquetillas corrían a cargo de Yves Saint Laurent.

Por las calles del complejo habían sido instalados cientos de puestos de Street Food capitaneados por los mejores de las grandes capitales del globo entre los que triunfaba como la Coca-Cola el StreetXo. También se sucedían los pop-up de los restas más estrellados del planeta, incluso alguno extraterrestre venido de alguna lejana galaxia, y los 4 manos se habían multiplicado hasta los 4 mil. Ante los tenderetes de tattoo y las churrerías con banderitas españolas se formaban interminables colas. ¡Calentitos, los tengo calentitosssss!

El muñeco Michelín caminaba de la mano de Michey Mouse; otros 100 muñecos, réplicas de los 100 Best Chefs del año, lo hacían de las de Pluto, Bugs Bunny, Elmer, Correcaminos, Daisy o el Tío Gilito; en un descampado el Lobo Feroz se zampaba a Caperucita, más roja que nunca, con papas asás; en los comedores populares Blancanieves daba de comer a los 7 millones de enanitos que acudían from everywhere; los Casacas Rojas montaban su festivallll descendiendo en globo en una de las plazas; el grupo La Unión había sido invitado a tocar y cantar en francés y en dueto con Raphael, el “Lobo hombre en París” en un templete bajo la luna llena; las cadenas de hamburguesas y las grandes franquicias de Fast Food lo petaban y las tiendas de salsas de bote se ponían de bote en bote. ¡Ahhh las salsas!

A los verdes, vegetarianos y gentes del Slow Food se les compensaba y contentaba con cientos de estrellas verdes y mercadillos para pequeños productores; reverdecían los timbirichis de brotes y florecillas; de todas partes brotaban campeonatos mundiales de recolectores de chiles, pimientos y ajíes, wasabis y rábanos, nabos y calabazas; se celebraban concursos de pinchos de tofus y proteínas vegetales; y la carpa-nave donde se exhibían y concursaban los mejores formatges y queserías all over the world/we are the champions, ocupaba más espacio que Les Champs Elysées.

Cuando desperté, la amenaza de la Orden del Gastro Monopolio ya estaba allí.