Mi disfrutón favorito del mundo

Artículo de Gemma Bargues
Hoy, cuando las ocasiones de celebrar comiendo y en familia ya no son tan recurrentes, es cuando espabilo, y soy capaz de apreciar todos los momentos disfrutones que me han traído hasta aquí. "El Repito" tiene gran parte de culpa; te lo presento.
Por Gemma Bargues
29 de marzo de 2021

Hace 32 años conocí al que sería, es y será el hombre de mi vida. Por aquel entonces, yo no lo sabía -de hecho, apenas sabía de mi propia existencia-, pero su vida en la mía iba a marcar todo lo que he sido, soy y seré siempre. Se llama Pepe, un nombre que también ha tenido su día en el calendario en un marzo que, como cada año, se tiñe de un maravilloso pero a veces abrumador color morado.

Seguramente, todos y todas tenemos mucho que decir sobre nuestro padre, sobre todo lo que nos ha enseñado, sobre su amor incondicional, sobre cómo ha doblado el lomo toda su vida para sacarnos adelante, todo eso, ya sabes. Podría hablar de todo esto para definir cómo es mi padre, y se me llenaría la boca de orgullo, créeme. Pero hay otro lado de mi padre que también me define y del que, orgullosa yo, presumo; su lado "disfrutón".

Sus momentos disfrutones que han sido también míos. Su buen comer que me ha marcado a través de un sinfín de recuerdos. Ahí van unos cuantos: sus almuerzos con los compañeros de la peña ciclista y que nos recrea gustoso con todo lujo de detalles ("cremaet" incluido); ser el perfecto pinche de cocina de mi madre cuando -¡qué tiempos aquellos!- nos dejaban disfrutar de la paella de los domingos; ser el perfecto sumiller antes, durante y después de todas las comidas en familia (con él, nunca tendrás la copa vacía); ser el primero en sentarse en la mesa y el último en levantarse; cederle a mi madre los honores de cortar el melón o la sandía ("a ti se te da mejor", le dice siempre); gozar como un niño cenando chocolate caliente los domingos (en verano, horchata con "fartons"); comerse con gusto, feliz y sin juicio los platos vegetarianos de mi madre (sea lo que sea, fe ciega); dejarse listo el desayuno del día siguiente cuando toca salida en bici (no falla, religiosamente); proponer un brindis por lo que sea, sin nada que celebrar; preguntarte cada media hora si todo está bien, si te falta algo, si la comida está buena, si quieres más (tienes que disfrutar tanto como él y así será feliz); pedir una pizza los viernes (antes, su favorita era la que yo le preparaba, casera casera); etc.

La felicidad disfrutona de mi padre es todo esto. Pepe, al que de joven su suegro le apodó como "El Repito", porque siempre repetía plato. El mismo que siempre me ha enseñado que el verdadero significado de la armonía no tiene sentido si no es en familia.

Hoy, cuando las ocasiones de celebrar comiendo (o de comer celebrando) y en familia ya no son tan recurrentes, es cuando espabilo, y soy capaz de apreciar todos esos detalles y momentos disfrutones. Siempre lo he hecho, en realidad, pero nunca con la idea de que fueran a tener fecha de caducidad.

Pues bien, después de meses separados, este domingo le vi, comí con él, conversé con él y entonces me di cuenta de cuánto echaba de menos su manera de disfrutar de la familia, su forma de entender que sentarnos juntos en la mesa es lo que más le llena del mundo, el lugar donde no necesita nada ni nadie más.

Gracias, papá, por inculcarme también este lado tan tuyo y tan disfrutón de la vida. Comida, familia, armonía.

Y perdón Albert, aquí estoy de nuevo romantizando la cocina. Con amor, siempre.