Ayer era sábado.
Uno de esos sábados de este último año en los que generalmente me encuentro fuera de mi casa en hoteles que hace años eran desconocidos pero que a día de hoy, aun cuando su imagen corporativa haya podido cambiar no una sino varias veces de dueño o dueños, resultan tanto o más conocidos para uno como los más íntimos rincones de la CASA.
Son días en los que, mientras espero a que llegue esa hora de la tarde en que me dirijo al Teatro de la localidad... totalmente relajado y con ganas de hacer mi trabajo bien, aprovecho esa tranquilidad que te da la gira para elaborar estos pequeños relatos con los que pretendo poneros al descubierto todos aquellos productos o experiencias que a mí de un modo totalmente subjetivo, más me han emocionado últimamente en este vastísimo mundo de la gastronomía.
Pues bien... ayer como os digo era sábado y estaba componiendo una pieza sobre las características de la miel y la importancia de este producto en el que tenemos tanto que decir en el mundo, cuando recibí la llamada de mi hijo quien, además de ser mi hijo, es mi ayudante de cata en determinados productos que se acercan mucho a su envidiable juventud.
¡Papi!- me dijo.
Acaba de llegar un envío de Valencia de una cerveza que se llama Micalet, y de unas hamburguesas que tienen una "pintaca" que lo flipas... de una carnicería también de Valencia que se llama "Francisco Aranda e hijos".
Estoy viendo el tenis en casa con mi colega Riki y que si nos podemos tomar una birrita a tu salud.
¿Cuántas Micalet han llegado?- le pregunté yo.
¡Cuatro! - Me dijo él.
Vale pero dejadme a mi dos, que las tengo que catar.
Yo ya conocía de sobra la cerveza Micalet. Incluso había organizado una cata en mi bar de cabecera del Barrio... el Bar Alonso, en donde los parroquianos la sacaron literalmente a hombros, pero es que si no le hubiera dicho que las tenía que catar es que, literalmente, se las hubieran bebido las cuatro "a gargarón".
Y de las hamburguesas... ¿nos podemos merendar una para cada uno?- dijo el depredador.
¡Vale también, pero no les pongáis ni ketchup ni mostaza ni nada, que según tengo entendido estas hamburguesas están hechas con una reducción de la propia cerveza Micalet y otros ingredientes como verduritas y pimientas de Sichuan!
Vamos... ¡que son hamburguesas gourmet chaval...! Así que como diría el gran Arguiñano: ¡A comerlas con fundamento!
¿Ha llegado algo más?- continué con el interrogatorio.
Sí Papi... ¡Han llegado unos huevacos como del Parque Jurásico en una caja que pone: HUEVOS DE GANSO IBÉRICO. Y un mogollón de hierbas y cosas para ensaladas de una tal "Charito".... ¿Esa Charito es un ligue tuyo Papi?
¡Que no anormal...! ¡Charito es una de las mejores tiendas de verduras y frutas de Madrid!
Ya, ya, ya... tú disimula... ja ja ja ja, reía el aprendiz de gourmet.
¡Los huevos de Ganso ni tocarlos¡ ¡Y las hierbas de Charito otro tanto!
¿Ni siquiera las piparras vascas frescas?
¡Cómo os comáis las piparras os corto una mano!- le dije en tono amenazante dando así por concluida la conversación.
Representé en Toledo dos funciones memorables, y mientras volvía a casa cansado pero con apetito me acordé de los tiempos en que José Luis Castro, gran director de Teatro con quien tuve el honor de componer "El Cerdo" en el año 1993, y un servidor comíamos en Sevilla casi todos los días algo que nos encantaba a los dos y que nosotros llamábamos el MENÚ INFANTIL, que no era otra cosa que un filete o hamburguesa con ensalada, con su huevo o huevos fritos (dependiendo de la gusa), y un par de cervecitas fresquitas de esas que bebidas con ansia nos roban alguna que otra lágrima de las comisuras de los ojos.
Recordando a Castro empecé a visualizar lo que sería mi cena al llegar a casa y, aunque ya era la una de la madrugada, me puse "sartenes a la obra" y me preparé con deleite dos hamburguesas de Amparo y Esther Aranda, con unas piparras fritas de Charito, dos rodajas impresionantes de tomate del Perelló valenciano, y dos cervezas heladas de Micalet y al grito de ¡Amunt Valencia! di cuenta de una magnífica cena en la que me sentí como un niño.
He de decir que la cerveza Micalet me gusta más que comer con los dedos, que las hamburguesas de Carnes Aranda son de las mejores que he probado en mi vida y que los Huevos de Ganso Ibérico recogen en su esencia tanta autenticidad en su cría y alimentación que hacen de ellos un bocado de lo más exquisito que pueda alguien encontrar en este mundo en el que los huevos han perdido tanta identidad. (Como anécdota os diré que romper la yema con el trozo de pan no fue tarea fácil... tal era la consistencia de la misma).
Y de Charito y sus verduras...basta con citar el comentario de mi hijo.
¡Papi... esta Charito es la hostia!... Riki y yo nos hemos comido un paquete de una cosa que se llamaba "Ficoide Glaciale" que es de las cosas más ricas que se pueden comer... ¡En serio que no es tu novia!
Que no hijo... ¡Qué pesado eres...! ¡Que mi novia es valenciana...!
¿Cómo las hamburguesas...?
¡Si tío plasta, como las hamburguesas, los tomates y la cerveza y como esa luz de Sorolla que finalmente es la que les da a estos productos tanta alegría de vivir!
Y así pasó la madrugada hasta que, con la miel en los labios de la que ya os hablaré, me fui a la cama a dormir como un niño.