Mejor me callo

Artículo de Alexandra Sumasi
Existe una regla no escrita entre muchos periodistas gastro que consiste en no decir nunca nada malo de un restaurante, aunque sea verdad. Averigüemos por qué.
Por Alexandra Sumasi
28 de septiembre de 2021

Muy poco tiempo después de empezar a trabajar en el periodismo gastronómico me lo transmitieron. Mejor callar que hablar mal. La explicación dada es que se consideraba que había familias detrás que comían de este restaurante y ningún plumillas quería ser causante de mandar a nadie al paro. Y se sigue considerando.

Pero ¿es cierto que esa regla se cumple o solo se dice de boquilla? Bien es verdad que muchos periodistas y comunicadores evitan informar sobre cuestiones negativas de un establecimiento optando, únicamente, por describir detalles positivos o neutros. Esto es: su decoración, el tipo de comida, sus horarios, la carta de vinos que ofrecen… ¡Qué sé yo!

Y siguiendo esta regla a rajatabla ocurren dos cosas que, por definición, son lesivas para el periodismo: que se deje de informar o que se informe a medias.

Esta práctica tan habitual cuando se habla de restaurantes conocidos, con poderío, con dinero detrás y con agencias de comunicación que hacen del restaurante noticia constante, ya no lo es tanto, digamos, cuando se trata de un mindundi. En los medios de comunicación, un don nadie, directamente, ni aparece y, por ende, ninguno de sus periodistas o colaboradores se molesta siquiera en mencionarlo. Pero otro gallo canta cuando se trata de las redes sociales de los propios periodistas. En ellas, a muchos se les olvida la ‘regla’ y no tienen ningún problema en poner el foco en el más mínimo fallo del bar de pueblo o del polígono perdido. Y ojo, no me parece mal, siempre y cuando, intentemos hacerlo con todos. Pero, el atrevimiento, casi siempre surge contra el que no es nadie.

Volviendo a los medios… ¿Por qué no decir cosas negativas de un restaurante? ¡Alguna tendrá! La respuesta siempre es la misma: ‘hay que tener cuidado porque puedes hacer daño a un negocio’. ¿No es, acaso, pretencioso pensar que algunas de nuestras objeciones puedan causar algún daño?

A su vez, esa respuesta también me plantea otras preguntas. ¿No es, también, una película un negocio? ¿No lo es un banco? No veo que la prensa cultural o económica se calle las cosas feas, y solo nos cuente las bonitas.

Me apuntaba una compañera o compañero, no recuerdo, que el motivo es que con los restaurantes tenemos un trato más cercano. Es posible, pero ¿no nos debemos más al lector, aunque lo tengamos más lejano?

No se trata de buscar fallos y retransmitirlos como si de un político con el que no comulgamos (o no comulga el medio para el que trabajamos) se tratara. Aunque sí se trata de informar desde la ecuanimidad y la veracidad de las cosas que están sucediendo. Y que el lector juzgue o decida si quiere ir a comprobarlo.

Y para finalizar, aclaro: no hablo de que los periodistas hagamos crítica, pero en una crónica o pieza informativa también cabe contar lo menos lucido, incómodo o poco profesional.

Esta premisa, estoy segura, parte de la buena intención, pero las mejores intenciones pueden acabar resultando dañinas para todos los implicados. Periodistas cuya palabra ha dejado de valer, cocineros y restauradores que no admiten ninguna objeción, robándose a sí mismos la capacidad de mejora, y lectores descreídos y privados del derecho a una información veraz. ¡Qué más da! Si solo hablamos de restaurantes.