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No me comas la Cabeza
Autor
Albert Molins
27 de julio de 2021

Carnaca y cervecita (I)

Un ministro recomienda reducir el consumo de carne por razones de salud y medioambientales, ¡vaya novedad!, y se lía la de Dios es Cristo, con todos los tópicos y boludeces saliendo al escenario.
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Ya se lo digo yo. No hay peor angustia que la que nos autoinfligimos. Ni más estúpida, ya sea dicho de paso. Por eso la templanza, el autocontrol y tener una buena comprensión lectora son buenas virtudes para manejarse en la vida. Eso y entender bien los mensajes que, en materia de alimentación -o de lo que sea-, nos lanzan de un lado y otro de la trinchera y que sin duda, muchas veces, son interesados.

Así que no se angustien. Nadie les va a prohibir -escuchen bien-, jamás, comerse su carnaca y beberse su cervecita. No han prohibido el tabaco, van a prohibir el chuletón y la cañita. A Dios gracias, pues practico los tres vicios sin avaricia.

Y a ver, morir, lo que se dice morir, pues todos lo vamos a hacer un día. Pero comer carne no les va a matar sí o sí. Fumar ya es harina de otro costal, claro. El veneno está en la dosis, en el caso de los chuletones, y lo que dice la evidencia científica es que determinada cantidad de ingesta de carne aumenta la probabilidad de sufrir cáncer colonorrectal. Ya sé que suena como muy terrible, pero aquí la clave, aquello en lo que hay que hacer funcionar la comprensión lectora y la capacidad de entendimiento, está en "determinada cantidad de ingesta" y "probabilidad de".

Eso no quita que la dichosa evidencia dentro de un tiempo diga una cosa distinta, que por eso es científica y, por tanto, sujeta a refutación constante. De no ser así, estaríamos hablando de fe, dogma y religión. También es buena cosa, para no angustiarse demasiado, hacer caso de la evidencia científica. De la de verdad, claro…

Porque después hay mucho estudio de chichinabo que se viste de seda y que pretende que creamos cosas que contradicen, precisamente, lo que la ciencia seria tiene claramente establecido. No hace falta que les diga quién sufraga este tipo de estudios que dicen que la cerveza es buena para la salud o que lo son los botánicos de la ginebra o el timo de la estampita de la copita de vino diaria. Y es escandaloso que aparezcan con el aval del CSIC, por ejemplo, cosa que no ayuda, sin duda, a que el populacho lego tengamos confianza y predisposición a creer en los mensajes de salud.

Con el alcohol es distinto y no hay dosis segura. Las cervecitas, las copitas de vino y los cubatitas en cualquier medida y proporción están directamente relacionados con el cáncer. Lo aconsejable es no beber nada, claro. Porque aunque nadie quiera ser eterno y vivir para siempre, seguro que todos queremos vivir lo mejor posible. Aún así, si les apetece beban. Eso sí, at your own risk. Poquito, pero cásquense su cervecita, su vinito español y su gintonic bien de botánicos ahí. Y sobre todo, no se angustien que nadie se lo va a prohibir en la vida.

Y todo esto a cuento de las reacciones hiperventiladas después de que un ministro se atreviera a re-co-men-dar que por razones de salud y medioambientales sería bueno que todos re-du-jé-ra-mos nuestro consumo de productos cárnicos, en base a esa evidencia científica. Una recomendación de reducción de consumo, y se lía la de Dios.

Por contra, no se montó ningún zipostio cuando el presidente del Gobierno salió con una ocurrencia de cuñado cuando, preguntado sobre el affaire, dijo que a él un chuletón al punto le parecía algo insuperable. Menuda bobada y qué sacrilegio. Todo el mundo sabe que el chuletón como está bueno y hay que comerlo es poco hecho. Eso es así, a menos que seas mi amigo Miquel Seguró que, como es filósofo y lleva la angustia instalada de serie, le gusta bien pasado.

La polémica también sirvió para que reapareciera el sonsonete de que la carne no se toca porque forma parte indisoluble de la sacrosanta dieta mediterránea, con imagen de un escalope rebozado del tamaño de Kansas de guarnición. Pues bien, la dieta mediterránea, tal y como nos la venden, es como poco un animal mitológico, cuya torticera y famosa pirámide se sacaron de la chistera en Estados Unidos. Las dietas mediterráneas precisamente se caracterizan por ser ricas en frutas, legumbres, verduras y cereales, y pobres en carne. Pero, de verdad, cómanse su carnaca que nadie les va a quitar su carné de mediterráneos y mucho menos el de españoles por hacerlo. Pero háganlo sin caer en el ridículo.

En esta vida pocas cosas son monocausales y la mayoría son multifactoriales. El problema no es la dieta, el problema es el estilo de vida. Y esto es tan obvio que hasta me cuesta escribirlo. Hay estilos de vida saludables y otros que no. Y la dieta es solo una parte de ese estilo de vida. Hacer ejercicio, las horas que dedicamos al trabajo, nuestras relaciones sociales, incluso nuestra vida sexual -por citar solo algunas- son tanto o más importantes que lo que comemos, y por supuesto muchísimo más que si incluimos o no a nuestro amigo el chuletón en la dieta.

No se angustien, de verdad. Y a los que crean que me he dejado cosas por el camino, que no se preocupen que la semana próxima lo retomo. Porque los anticarnaca también se apuntaron al festival y claro, ellos tampoco pueden evitar ser unos cachondos.

Autor
Albert Molins

Albert Molins es Licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente, trabaja como Jefe de la sección de Sociedad del periódico La Vanguardia abordando informaciones relacionadas con el mundo de la gastronomía y el turismo, la tecnología, el consumo o las redes sociales. Ver autor

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