Aquelarres gastronómicos

Artículo de Albert Molins
Hay demasiados congresos gastronómicos y me parece que la cosa no da para tanto. La mayoría deben ser aburridos e intrascendentes. Y digo deben, porque yo no voy ni que me apunten con una pistola.
Por Albert Molins
17 de noviembre de 2022

Yo no voy a un congreso gastronómico ni que me apunten con una pistola. Solo iría si me pagaran… por trabajar, claro. Cosa que veo complicada que suceda. No caigo simpático en según qué círculos. Qué le vamos a hacer. Y digo que no iría ni bajo amenaza, con conocimiento de causa.

Hace un porrón de años fui a un Fòrum Gastronòmic de Girona. Fui, vi y… me aburrí. Y no he vuelto. Una vez, por curiosidad, intenté ir a un Madrid Fusión, pero los precios desorbitados de las entradas, el tener que ir hasta Madrid y pagarme un hotel, me echaron para atrás. A fin de cuentas, tengo una hermana que vivía y vive en Girona.

No me interesan nada estos aquelarres gastronómicos. Y hay muchos, ¿no creen? Demasiados, en mi opinión. Tantos que en un intento de especializarse en alguna área temática —por decirlo de algún modo—, en muchas ocasiones caen en el ridículo. Otros no son más que un método sacacuartos a alguna administración desprevenida —normalmente local o autonómica— y a un buen montón de marcas y esponsors. Además, la mayoría están organizados por los mismos y participan los mismos.

Durante años, además, a los cocineros sí se les apuntaba con una pistola en la sien para que participaran. No hacerlo, no salir en la foto, podía tener consecuencias. Seguro que ya no sucede, pero sucedió en los años de plomo de la gastronomía española. Esos donde nos creímos los reyes del mundo y todo quisqui quería ya no salir en la foto, sino sacar tajada.

Claro que también nos han dado su ración de morbo. Como por ejemplo el Madrid Fusión de 2009, cuando se organizó un debate que llevaba por título Ciencia y cocina, ¿existe la cocina molecular?, en el que participó Ferran Adrià, pero en el que se vetó la presencia de Santi Santamaria. Estaba muy reciente toda la polémica que suscitó lo que el de Sant Celoni contaba en su libro La cocina al desnudo.

No tengo ni idea de quién fue la idea del veto. Supongo que de alguien a quien no le había hecho demasiada gracia el éxito de crítica y público que cosechó Santi Santamaria en la ponencia final que ofreció también en Madrid Fusión, pero en 2007. Total el chef solo se había dedicado a repartir estopa a diestro y siniestro como era habitual. «Somos una pandilla de farsantes que trabajamos por dinero para dar de comer a ricos y snobs», dijo en plural. Incluso —dicen las crónicas— le dio un tirón de orejas a Arzak. Verbal, claro.

Una cosa curiosa es que la mayoría de las crónicas que se publicaron dando noticia de esa sonora y rotunda intervención de Santamaria no van firmadas por ningún periodista de los medios en las que aparecieron. Raro de narices, porque eso solo suele suceder cuando o bien el periodista no ha estado presente porque los hechos han tenido lugar en la conchinchina y se tira de despacho de agencias o el periodista no quiere problemas.

En todo caso, esa época de oro —la de las putas y la coca en algún certamen del norte— ya ha pasado y ahora, para bien o para mal, todo es mucho más tranquilo, porque ahora los congresos gastronómicos son marketing y negocio. Y todo eso que me ahorro no yendo, la verdad.

Con todo, sí que últimamente hay tres congresos —dos se han celebrado y otro está por celebrar— que en alguna ocasión me gustaría visitar. Hablo de Gastrollar, el Congreso de Periodismo y Escritura Gastronómica de Menorca y Conversaciones heladas que se celebra desde hace ya unos años en Logroño.

Son pequeños, sirven para hablar de cosas pequeñas pero importantes y sobre todo no están los de siempre. También entre los que moderan los actos, ponencias y/o debates se ven caras nuevas. Incluso en el reciente Fòrum de Barcelona pude ver a mis queridos Marc Casanova y Carlos G. Cano al frente de alguno de los mismos.

Abrir las ventanas y dejar que corra aire fresco. Qué importante que es eso.