Un marzo después

Artículo de Gemma Bargues
Nos gusta cómo damos y nos dan de comer, tan sencillo como eso. Pero nuestro orgullo gastronómico ahora está tocado, y quizás sea momento de escribir nuevos renglones.
Por Gemma Bargues
16 de marzo de 2021

Estamos a punto de cumplir un año. Un año desde que, encerrados en casa, dimos paso a una nueva forma de entenderlo todo; y cuando digo 'todo', me refiero a 'todo'. A vista de pájaro, la cosa fue que cuando en enero de 2020 se detectó el primer caso por coronavirus en España, a nosotros eso 'plin', nos sonaba a chino. Sin embargo, aprendimos pronto que Covid también se escribe con "ñ", y nos sigue quedando claro después de tres oleadas como tres soles, dos estados de alarma y no sé cuántas mil medidas restrictivas de quita y pon por el medio. Todo esto, en un año. Y todo esto, claro, servido con su correspondiente crisis económica, fuertecita hasta decir basta.

Pues bien, un año después te pregunto: ¿qué narices hemos aprendido y qué vamos a hacer a partir de ahora para no pisar de nuevo la misma mierda? Como "this is Spain", me temo que la improvisación y los parches seguirán siendo las principales medidas de actuación para un país, una educación, una economía, una hostelería... que se cae a pedazos. Y quizás en esto último, por ser el país que somos precisamente (gastronómicamente hablando, tenemos mucho y muy bueno de lo que presumir) es donde más nos han tocado la patata.

Nos sentimos orgullosos de nuestra imagen de marca gastronómica, aquí y en la Conchinchina. España es querida en cada uno de sus rincones por ofrecer bocados rebosantes de cultura, de amor por la tierra, por nuestra ganadería, agricultura y nuestra infinita vegetación. Sentimos orgullo por todos y cada uno de los chefs que, con sus estrellas, se convierten año tras año en los mejores embajadores posibles de nuestra cocina. Pero también, se nos llena el pecho de orgullo por esos restaurantes, bares de tapas y pequeños locales que cada día levantan la persiana con una única norma: hacer felices a quienes se sientan en su mesa. Ellos también lo son, grandes embajadores, aunque no salgan a la palestra.

La cocina casera de España nos enorgullece, nuestros platos típicos ponen nombre y apellido a cada una de las comunidades autónomas que conforman nuestro territorio. La "caña y tapa" es un sello del que nos gusta presumir cuando viajamos a otros países; el siempre "como en casa, no se come en ningún sitio". España ama con todas las letras la gastronomía de la que está hecha; una pasta única en el mundo.

Bien llenos de orgullo como estamos, ¿cómo íbamos a quedarnos callados ante el tremendo vendaval que ha sufrido, sufre y seguirá sufriendo el sector de la hostelería? Que sí, que se habrán hecho cosas mal, -obvio, siempre pagan justos por pecadores-, pero yo sigo sin entender por qué tanto machaque en comparación a otros sectores. ¿Por qué de nuevo las persianas cerradas a cal y canto?, ¿por qué no más apoyo?

Un año después, seguimos intentando levantar el ánimo de nuestro orgullo gastronómico. Pero pensemos, ¿qué podemos hacer nosotros -tú, que me lees y yo que lo pregunta- para que no haya más cierres, para que las cocinas enciendan sus fogones sin más apagones? Será el momento de empezar a escribir nuevos renglones. Renglones donde de verdad nos lo tomemos en serio y donde pensemos que, si el marzo del año que viene queremos estar mejor (mejor de verdad), más nos vale ponernos ya a trabajar. En las pequeñas cosas, en las que están a nuestro alcance. En todo lo demás, que cada cual haga sus deberes.

El marzo de la ciudad en la que vivo hace dos años que tiene el orgullo tocado, que ya no huele como siempre. El humo, el olor a pólvora, a buñuelos de calabaza, a leña, a chocolate, a concursos de una buena paella... que inunda durante estas fechas las calles de Valencia ya no está. Yo, pese a ser una valenciana muy poco fallera, estoy tremendamente orgullosa del huracán gastronómico en el que se convierte Valencia durante estas fiestas tan queridas. Así que, por esta parte, no puedo evitar sentir cierta pena.

Nos gusta cómo damos y nos dan de comer, tan sencillo como eso. Nos hace felices compartir una mesa y una buena conversación. No hay más. Solo deseo que dentro de un año, lea este artículo y lo reescriba con un enfoque diferente. Optimista. Nuevos renglones para nuestra gastronomía bonita.