Rasgarse las vestiduras

Artículo de Alexandra Sumasi
El corporativismo mal entendido es lo que tiene: defiende a ultranza lo indefendible, y cree que las críticas generales son una ofensa para todos y cada uno de los miembros de la corporación.
Por Alexandra Sumasi
01 de septiembre de 2021

La anterior afirmación bien podría valer para todas aquellas profesiones que, de un modo u otro, están expuestas al público. Pero en este caso, vamos a hablar de sumillería.

Hace unos días, José Peñín, presidente fundador de la Guía Peñín, publicaba en Facebook una suerte de decálogo de ocho puntos (sí, se puede hablar de decálogo, aunque no sean diez las posiciones señaladas) en los que apuntaba los principales pecados capitales de un gran número de sumilleres.

¡Habrase visto! ¿Cómo se atrevió a tal ofensa? En el decálogo señalaba cosas como «escuchar poco y hablar mucho», «discursos enológicos que nadie de los comensales pide con una verborrea excesiva y demasiado técnica del vino y de la zona, con escasa psicología para adivinar los verdaderos deseos del cliente» o «botellas alejadas de la mesa fuera del alcance del cliente para poder servirlas el sumiller o camarero de un restaurante con un servicio escaso». Comentarios, a mi parecer, hechos con educación y manifestando algo que, por supuesto, existe en el servicio de hostelería. Por favor, que levante la mano quien no se haya encontrado con situaciones así.

Lo singular del asunto fue ver cómo unos cuantos profesionales se lo tomaron como el gran agravio. Incluso algunos, imagino que, como mecanismo de defensa, sugirieron a Peñín que por qué no examinaba igual a guías y blogs buscando sus fallos. Creo que la respuesta es clara. ¡Pues porque ese día estaba hablando de la sumillería! Chimpún.

Los sumilleres, como cualquier profesional, se equivocan, y no siempre hacen las cosas bien. No hay que saber de la profesión (aunque entiendo que Peñín sabe un rato) para poder apuntar cosas que no resuelven de la forma más adecuada. Porque una cosa es la academia, y otra el cliente. Y, señores, como cliente a uno le gusta el servicio de determinada manera y esa manera es, en la medida de lo posible, como tiene que actuar un profesional. ¿No tiene total lógica que nos dejen el vino en la mesa si no hay capacidad en el restaurante de mantener las copas siempre llenas? Quien diga lo contrario, ¡miente!

¿No es, acaso, impertinente y pesado que te suelten una perorata sobre el vino cuando ni siquiera te has mostrado interesado? Hay sumilleres que no comprenden que, en la mayoría de ocasiones, se va a un restaurante a beber, comer, y a charlar con tu acompañante, sin más distracciones. Y no se va a recibir una lección de enología. Por favor, maestro sumiller, ayúdeme con la elección de un vino, si así se lo pido. Pero manténgase a un lado si ese día que me atiende eso no es mi prioridad.

Un decálogo como el expuesto por José Peñín debe invitar a los profesionales a reflexionar sobre sus carencias y vicios adquiridos, y no a sentirse ofendidos. La crítica siempre mejora a los buenos, y ofende a los malos. Además, no hay que tomárselo al pie de la letra. Estoy segura que son pocos los que cumplen todos y cada uno de los pecados capitales que decía Peñín. Si es así, ¡apaga y vámonos! La sumillería no es lo suyo. Pero también pienso que la mayoría sí cumple alguno que otro. Aunque ante la detección del problema en uno mismo, lo mejor que puede hacer un sumiller es corregirlo, no rasgarse las vestiduras.