El derecho a la hospitalidad

Artículo de Albert Molins
No existe el derecho a montar la oficina en una cafetería por el precio de un café. Si alguno te lo permite, pues muy bien, pero si te echa o te pide que consumas, tienes que entender que antes que nada son un negocio muy distinto del de ser la oficina de nadie.
Por Albert Molins
29 de marzo de 2023

Hay temas que son recurrentes. Hace unas semanas volvió a surgir, brevemente, el del wifi de las cafeterías con su corolario de la gente que las usa como oficinas. Personas que se instalan en una mesa y a cambio de un café con leche —o dos— se tiran horas y horas. Como ya saben, el "debate" es entre aquellos que defienden que esta es una práctica legítima y que entra dentro de los servicios que deben prestar —sin ninguna duda— los bares y cafeterías, y los que opinan que es directa y llanamente un abuso.

En el fragor de la discusión, incluso hay quien opina que aquellos lugares que, al cabo de un tiempo prudencial y un gasto exiguo, invitan —ya sea amablemente o no— a los del portátil a abandonar el local, se convierten ipso facto en enemigos del pueblo, sitios a los que no volver e incluso dignos del boicot por parte de la comunidad portatilera, e incluso de los que a los bares y cafeterías vamos a tomarnos algo o a socializar, en una petición muy extraña de solidaridad.

Pues bien, en primer lugar, debo decir que nunca he entendido que los que necesitan trabajar escojan y sean capaces de hacerlo en un bar. Pero muy bien oigan. Les envidio su capacidad de concentración, porque a mi me resulta imposible. Lo he intentado y no puedo. Claro que a mi me distrae el vuelo de una mosca y la más mínima conversación de la mesa de al lado capta de inmediato mi atención, porque soy curioso y cotilla a partes iguales. Así que habiendo bibliotecas —con wifi también gratis— y vuestra puñetera casa, no entiendo lo de vuestra afición por las cafeterías. Tanta lloradera a favor del teletrabajo y ahora resulta que algunos reclaman su derecho —miren si es fuerte la cosa— de trabajar en la cafetería de debajo de casa. Hay que joderse.

Yo es que donde trabajo bien es en la redacción o en mi casa. En mi despachito, en silencio. Es que, muchas veces, no pongo ni música. Pero ya entiendo que lo que vale para mi, no tiene porque valer para los demás. Pero lo de exigir —porque se plantea en estos términos— que las cafeterías ofrezcan el servicio de oficina y wifi a cambio de los 2 euros de un café con leche, me parece tener un morro de pisárselo muy mucho.

Hay gente por ahí, toda indignada, diciendo que los propietarios de las cafeterías que les han invitado a irse después de un par de horas y un único café con leche son unos asnos, porque de haberlos dejado quedarse, casi seguro que habrían pedido —tachán, tachán— ¡otro café con leche y quién sabe si hasta un cruasán! Vaya, que han perdido el negocio de su vida.

A mi el asno de verdad me lo pareció el protagonista de esta escena que contemplé no hace mucho y que me animó a escribir este artículo. Entra una persona en un bar y pregunta si tienen wifi. Le responden que sí, y el personaje en cuestión ocupa una mesa de cuatro cuando había mesas de dos libres. Evidentemente, las inspeccionó a conciencia y busco una que tuviera un enchufe cerca. Y allí que dispuso el ordenador portátil encima de la mesa y lo enchufó a la corriente sin ni preguntar. A continuación, empezó a sacar papeles, libretas, bolígrafos… Solo le faltó sacar una macetita, una lámpara de escritorio y una foto enmarcada con su pareja de sus últimas vacaciones de senderismo por La Palma.

Claro, ante este percal y puesto que se lo veía venir, se acercó el camarero y antes de pedirle qué quería tomar, le preguntó si estaba solo o esperaba a alguien más. Nuestro protagonista le dijo que, efectivamente, no esperaba a nadie, ante lo cual el camarero le pidió que, por favor, ocupara una mesa de dos, que se acercaba la hora punta de los cafés y los desayunos y que seguro que esa mesa que había ocupado casi manu militari le haría falta.

Nuestro protagonista, evidentemente, objetó con el argumento obvio y físicamente cierto de que en una mesa más pequeña no le cabría el portátil y todo lo demás. Y que no había ninguna mesa de dos cerca de un enchufe y que el ordenador estaba casi sin batería. El camarero se mostró inflexible, ante lo cual nuestro protagonista decidió recoger sus bártulos —lo que le llevó un buen rato— desenchufó su ordenador y se dispuso a largarse con viento fresco, no sin antes decir a grito pelado que «vaya mierda de servicio y para que lo sepas, iba a pedir un café con leche y un bocadillo».

Mirad, antes que nada un bar es un negocio que se basa en algo muy antiguo como es la hospitalidad. Pero sobre todo son negocios que tienen que pagar sueldos e impuestos, además de a los proveedores, entre los que se encuentran los de la electricidad y la conexión a internet para vuestros ordenadores.

Encima, son negocios pensados y dimensionados para que haya rotación, eso es, que la gente vaya, consuma algo de forma más o menos rápida y dejen sitio para el próximo. En ningún caso están planteados para que nadie los convierta en su oficina o no por el precio de un café con leche. Si estás dispuesto a ir consumiendo de manera que al local le salga rentable que estés allí cuatro horas, dudo mucho que nadie te largue a patadas. Si no es así, permíteme que te diga que no mereces otra cosa.

Pero con todo, lo que más me enfurece de todo este tema es la exigencia del "derecho" de usar la cafetería o el bar como oficina, a abusar de la hospitalidad de los demás. Sencillamente porque es un derecho que no existe, que tú te has sacado de la manga por tu propia conveniencia. Así que si en un bar te dejan que te quedes, ten claro que es porque les da la gana, porque son amables y comprensivos, no porque estés en tu puto derecho. ¡Ah! Y sobre todo sé un poco digno de su hospitalidad y haz algo de gasto.