¿Cómo? Comiendo

Artículo de Fernando Huidobro
No es tan difícil ser feliz aunque sea por unos días. Que ¿cómo? Pues muy simple, comiendo bien mientras se viaja visitando amigos y lugares. Es decir, practicando una de las más viejísimas aficiones humanas: lo que hoy hemos dado en llamar gastronomía.
Por Fernando Huidobro
02 de noviembre de 2022

Sí, la misma vieja historia, carretera y manta, en base a la que se inventó algo como la Guía Michelin. Modus operandi: se hace y empeña uno en la idea, se diseña algo parecido a un plan de ruta, se pilla pasta, se reserva lo principal, se vuelve uno a empecinar y se vencen los sempiternos obstáculos. Y tira millas.

Regla número uno: sacúdete tu mundano mundo, pisha. Libérate de comecocos, shosho. Deja de correr y empieza a pasear la vista. No hay prisas. Lo único urgente es esperar. Esperar a que llegue la próxima parada o alguno de tus destinos programado o fortuito. Y vas pensando en el porvenir y en las musarañas. Y te ilusionas con lo que está apunto de suceder y los restas y personas que vas a visitar. Y lo bien que te lo vas a pasar.

Y así atraviesas La Mancha y paras en Puerto Lápice a comprar queso y empiezas a llenar el maletero reconvertido en alacena. Y sin duelos ni quebrantos, pero con blanco pan comes gachas, migas o perdiz a la antigua usanza sobre blanco mantel. Y lo manchas de manchego tinto del año de la casa. Y sigues camino.

Llegas a Lerma y tu cuarto de lechal asado en horno de sarmiento y unas mollejitas te están esperando en Casa Antón, lechuga, pan y cuajada. Y vino claro de las tabernas que te llevas contigo. Ya en Burgos te abrazas y solazas grandemente con queridos y añorados viejos amigos y revisito con nostalgia la ciudad y Casa Ojeda. Vas al Mercado del Norte para comprar gordas y deformes morcillas frescas de criona de Primi con las que obsequiar a tus próximos anfitriones y te vas de vinos. Bebes y ríes sin cuidar de alzar la voz ni de llegar al extremo y despiertas feliz con el corazón henchido de sangre de uva, de morcilla y de la que enriquece la amistaz, que así se dice en castellano. Y, más contento que unas castañuelas, sigues camino.

Llegas a Ezcaray y ¡caray! Allí hay una panda de más amigos que reencontrar reencarnados en vida y entrañable compás que lleva a unos al monte y a otros al bar. Con la inestimable ayuda alimentaria de Echaurren y Masip y sus Riojas, comimos, bebimos, charlamos y reímos cual endiosados espíritus libres. Chorizos, panceta, alegrías, caparrones y otras legumbres y piquillos verdes engrosaron la despensa. De remate, noche de domingo con Francis, Pedro y su cuadrilla del pueblo. Ir de vinos y bares y orejas a la plancha para luego planchar bien las nuestras. Y, más a gusto que un arbusto, sigues camino.

Más parajes en el horizonte riojano, navarro y alavés hasta llegar a Santa Cruz de Kampezu, al Arrea! de Edorta y Leire. Rodeado de ruralidad olvidas la ciudad y te recreas en su campechana felicidad compartida con el entorno: sus ríos de cangrejos y truchas; sus montañas de jabalíes y corzos; sus bosques de torcaces y agraces; su bajomonte de madroños y perdices y sus vinos apegados a esa naturaleza. "Natural porque viene del campo", rezaba aquel antiguo eslogan publicitario. Pues eso. Cuchara de palo de boj al morral y arreando que es gerundio. A seguir camino.

Recorres hasta llegar a las rectas líneas de la ancha Castilla y su Tierra de Campos zamorana en calma espera de siembra y lluvia. Y, sin AVE de por medio, arribas a Lera en Castroverde de Campos donde se te caen los palos del sombrajo con su "Cozina de Cazerío". Y Luis y su Dama Blanca te acogen como a pichón alicaído. Cuidan de ti y, con su volátil magia, curan tu maltrecho cuerpo y tu alma herida. Y te domesticas, te amansas y te afinas aprendiendo de cómo ellos lo hacen con los no humanos que campan por sus fueros castellanos en sus afueras. Y te lo llevas dentro de todo corazón. Felizmente. Y pillo más legumbres. Y así, más feliz que una perdiz, sigues camino.

Y tiro de vuelta pa' bajo vuelto del buen revés gracias al gusto y el sabor, a la cocina y la comida, a la amistad y el cariño, al buen hacer y el saber recibir. La autenticidad está aquí y no en la impostura. Y me reconcilio y reenamoro de esta gastronomía a la que con tanta locura mía vengo queriendo desde siempre. Ojalá viva y muera comiendo y bebiendo bien, pues eso me mantendrá dispuesto el ánimo y alegre el corazón. Que ¿cómo? Pues con la boca abriendo.