Alea Jacta Est

Artículo de Fernando Huidobro
El futuro de la altísima cocina española ya está aquí y se llama pasta gansa. Que nadie se rasgue las vestiduras. Es la crónica de una evolución anunciada. ¿No se han enterado?: el dinero manda en este mundillo y en todos los demás.
Por Fernando Huidobro
31 de diciembre de 2021

Los hispanos tiempos gastrós están cambiando. Ooootra vez. Los efectos de la pandemia no han tardado en aparecer y el post-tardo-neo capitalismo que nos domina ha dictado ya sus normas de comportamiento a la restauración patria: la pequeña-familiar subsiste agónicamente o muere; las grandes marcas proliferan e incrementan considerablemente su trozo del pastel; los restas de producto por el momento siguen en boga aunque afilando los cuchillos porque la pelea por conseguirlos va a ser de aúpa y chequera; los de carácter y personalidad propia y arraigada se mantienen en su unicidad y localismo; y los de los más altos vuelos siguen su curso y nadarán en la riqueza de la élite que no sabe de vaivenes ni los sufre. Todos siguen un sólo denominador común: sus precios suben.

Y así, mientras andábamos masticando esta realidad, de repente, surgió el notición en el fine dinning español. Y como casi siempre, vino de la mano del intrépido Dabiz Muñoz. El precio del menú de Diverxo a partir de enero será de 365€. ¡Dicho y hecho!

Esta subida de precios y las que vendrán, se amparan, con todas las de la ley, en la justicia social de mantener la dignidad de sus trabajadores, de sus horarios y honorarios, su conciliación familiar, etc. Bueno, necesario y coherente es. Ya era hora. Mas... ¡cúmplase!

También en los réditos y beneficios del bisnes, claro está. Con todo el derecho, pues el sistema de libre empresa del capitalismo actual así lo establece. A ver si así se acaba de una vez por todas con la dichosa y repetida cantinela de que “la alta gastronomía no es rentable“. Pero... ¡dígase!

Dabiz vuelve a ser el adelantado. El que toma sus propias decisiones, se moja y no se lo calla: el clarividente claridicente. Yo aplaudo su independencia y valentía. Y, ¡ojo!, también su riesgo.

Y explica su razón. Es bien sencilla: si se quiere, como él quiere, poder sostener un restaurante de tres estrellas a los más altos niveles de calidad en cocina, local, decó, producto y servicio y si se quiere la excelencia que él quiere, en España se tienen que subir los precios. Muchos serán los compañeros que estén ya sacando punta a sus lápices con la chaira para seguir su camino de precios al alza. ¡Gracias Dabiz, compañero!

¿Cuánto han de subir? ¡Ahhh! cada cual que atienda su juego. El empresario es libre para definir su negocio. Y, por supuesto, la clientela para decidir si ir a él o no. ¿Cuánto puede o está dispuesta a pagar? ¡Ahhhh! cada cual que atienda su juego.

Desafortunadamente con ello la altísima restauración en España va a dejar de ser un chollo -hasta ahora hemos venido siendo unos privilegiados- para pasar a ser un lujazo, porque hará falta desembolsar una pequeña fortuna para poder gozar de ella. Hay mucho recorrido hasta ponernos a la altura de los mismos restaurantes europeos. A ver si nos enteramos: los lujos hay que pagarlos. Lo mismo sucede con todos los otros lujos que la sociedad del ocio ofrece. Les aseguro que hay ahorradores, aficionados y foodies, millonarios y pastosos, forofos y pirados suficientes en el mundo y en España como para pagárselos.

Pero cuidadín, que como las desgracias siempre vienen juntitas, adviértase que ya hoy día el precio de la restauración intermedia general ha subido considerablemente y lo está haciendo, por el contrario, a la chita callando y de la mano de unos grupos de restauración que ponen más énfasis en decorar los locales y ponerlos de moda en el ranking del ver y ser vistos que en el de la calidad de su comida cada día más pre-preparada. Pero ese es otro yantar.

Porque el cantar que aquí nos trae hoy no es otro que el del triste fado que muchos foodies entonaremos al tener que rascarnos más los bolsillos si queremos seguir acudiendo a gozar de nuestros preferidos templos de la alta cocina, al tener que borrar de una vez de nuestra cara la utópica sonrisa de la democratización de la alta cocina, al tener que hacer hucha para ello o al quedarnos con dos palmos de narices al no poder reunir o sacrificar lo suficiente. ¡Sniff! Alea jacta est.