The Menu

Artículo de Albert Molins
Se publicita como una sátira del mundo de la alta cocina y se queda en un cuento de hadas un poco gore y tampoco demasiado. El cine siempre ha reflejado muy mal el mundo de la alta cocina y esta no es una excepción.
Por Albert Molins
26 de enero de 2023

Hoy, con su permiso, me transmutaré en Carlos Pumares. Sí, Pumares. Ese feroz crítico cinematográfico del que no sé muy bien qué ha sido. ¿Sigue vivo? Espero que sí. También hubiera podido elegir ser Carlos Boyero, otro señor que siempre está enfadado y que, como Pumares, nunca le gusta ninguna de las películas que ve. A veces creo que, en el fondo, lo que sucede es que a ninguno de los dos les gusta el cine. O a lo mejor es que estoy demasiado acostumbrado a leer crítica gastronómica, que es como Neverland —el País de Nunca Jamás de Peter Pan— en el que todo es maravilloso.

En el fondo, si tuviera que elegir un crítico de cine me pediría ser Antonio Gasset, presentador mítico del no menos mítico programa de Televisión Española, Días de cine, y que nos dejó —murió en 2021— perlas como cuando dijo en un programa que «para ir al cine con esta cartelera hay que tener coeficiente intelectual negativo» o esta otra: «Se estrena estos días la película El último samurai, protagonizada por el ex marido de Nicole Kidman, único dato destacable de este actor llamado Tom Cruise». Tenía mucha gracia el jodío.

Y es que hoy quiero hablarles de The Menu, la película protagonizada por Ralph Fiennes y Anya Taylor-Joy entre otros, y dirigida por un tal Mark Mylod, cuyo apellido confundí con el del autor de los libros de The modernist cuisine, Nathan Myhrvold, y que así de entrada me pareció que todo encajaba más. Pero no, no tienen nada que ver y era todo cosa de mi cerebro desquiciado.

El cine, con todas las excepciones que se quiera, ha tratado más bien mal a la gastronomía y especialmente todo lo relativo a la cocina y a los restaurantes. Más que nada porque ha tendido siempre a lo fácil. A construir las historias en función de tópicos y en general ofreciendo una visión muy infantil y muy superficial. Por eso fue de agradecer una serie como The Bear, en la que, como mínimo, los personajes tenían algo más de profundidad psicológica y algunos momentos cinematográficos destacables, como el episodio siete, un one shot de poco más de 20 minutos que es puro arte.

La verdad es que no pensaba ver The Menu, pero personas cuyo criterio valoro me hablaron bien de ella, así que decidí darle una oportunidad. Ya les avanzo que no me gustó nada, lo que no quita que siga pensando que las personas que me hablaron bien de la película son inteligentes y tienen un criterio que vale la pena tener en cuenta. Pero valga este apunte para remarcar que iba bien predispuesto.

Así que el pasado viernes, cuando volví del trabajo, me dispuse a verla con todo el kit necesario para pasar una velada de cine. Luces apagadas, suscripción a la plataforma de streaming en orden, pantallote de 50 pulgadas, un barreño de palomitas y una litrona de cerveza. Bendita cerveza, ya se lo digo. Pasó entera.

He leído que la peli es una sátira negra del mundo de la alta cocina, una parodia e incluso hay quien opina que es una comedia desfasadísima y algún genio ha llegado a decir que mezcla la comedia con el género del terror. Yo creo que es un truño y un aburrimiento de tomo y lomo que, por suerte, solo dura una hora y cuarenta y ocho minutos lo que, teniendo en cuenta la manía de los directores de hoy en día a hacer películas de tres horas sin despeinarse, fue una auténtica bendición como la de la cerveza, ya que de lo contrario hubiera necesitado dos litronas y además de terminar aburrido y cabreado hubiera acabado borracho. Como mínimo a Mylod hay que agradecerle el ejercicio en la contención del metraje.

En The Menu no cabe un tópico más. Pero es que ni uno. Aparece, supuestamente satirizada, toda la fauna que rodea este tipo de restaurantes top. Lo segundo es cierto, lo primero ni de puta coña, vamos. Tenemos un cocinero que es un genio torturado al que la industria ha destrozado la psique, los clientes habituales que son incapaces de recordar un solo plato de la última vez que estuvieron, la crítica despiadada y presuntuosa, los nuevos ricos que consiguen mesa porque conocen a alguien que conoce al chef, la celebrity venida a menos, el foodie pelota —todos hemos sido en algún momento ese foodie— que habla de palatabilidad y que haría cualquier cosa por ese cocinero al que tanto admira, hasta el punto que cuando este le pide que se quite la vida, va y se ahorca con la corbata. Y por último, la chica que no pinta nada en ese ambiente y que cree que eso no es comida ni comer.

Evidentemente, en nuestra imaginación todos podríamos poner nombre y apellidos de la vida real a cada uno de estos personajes. El problema es que, más allá de lo que les acabo de contar de cada uno de ellos, hay poco más en la película. Es todo muy superficial. ¿Sátira? Mis cojones. La sátira es algo mucho más sangrante y necesita de mucha más mala leche que la que se despliega en The Menu, que se queda en algo muy previsible y blanco. No es una sátira. Como mucho un cuento de hadas un poco gore. Y tampoco demasiado.