Tal es el Arte de Comer

Artículo de Fernando Huidobro
¡Dejemos de cantar los platos! El exceso de declamación por quienes son actores a la fuerza obligados a interpretar un papel para el que no han sido preparados, no solo perjudica sino que puede arruinar la buena, aunque corta, vida de un buen plato.
Por Fernando Huidobro
14 de septiembre de 2021

La narración de un plato será siempre insuficiente. Aunque sustituyéramos el torpe uso del lenguaje de los camareros por el verbo del más magnífico de los narradores, jamás se podría contar la verdad de los platos servidos.

Toda la palabra, todo lenguaje, nos aleja de la esencia de lo que se va a comer o se ha comido. Sea contado antes o después, por uno mismo o por un tercero, aunque su creador o su cocinador fuere.

Este forzado cántico convierte a los platos/recetas en meros fantasmas/espectros de sí mismos, en evanescentes ilusiones vagas. Toda explicación es en vano. Por mucho que se quiera hacer exhaustiva relación de todas-todas las cualidades de lo servido, nunca revelarán su esencia, su verdad.

Solo comiendo, mediante el acto de comer, al introducir en nosotros el alimento en sí mediante ese proceso que finiquita con su asimilación plena por nuestro cuerpo, podremos acercarnos al conocimiento cierto y pleno del plato, a su interioridad, a su ser.

Solo el comer puede ayudarnos a desvelar la intimidad final e interna, oculta y profunda, de una preparación diferente y distinta, por supuesto, de sus ingredientes, pues está por encima de sus propiedades individuales.

La cocina es el medio y es el traductor y el idioma un simple iluminador, un ayudante, porque no puede ir más allá aunque quiera. Dejemos de cantar largamente los platos, es inútil, además de desaborido. De nada sirve vestir el muñeco. No digamos ya el meter cualquier dedo señalizante en el plato -si es el meñique aún peor- por delante de nuestras narices y nuestra vista. Debería ser de general conocimiento civilizado que está muy feo señalar.

Es vital dejar que el plato se exprese por sí, que nos dé él mismo sus claves, nos muestre su interioridad, nos hable sin otra voz, sin otro acento que el propio y nos cuente sin cuentos; que se ejecute asimismo al dejarse comer en el acto suicida y supremo de ser comido. Con eso va que chuta.

Porque el plato tiene vida propia, emancipado ya de su ejecutante/creador al salir de cocina, manumitido por el magnánimo acto/gesto del cocinero al cocinarlo y servírnoslo. Esa entrega es la oferta, la ofrenda, por la que el plato se nos ofrece ya por sí mismo, él mismo y sus circunstancias que diría el filósofo, permitiéndonos conocerlo al comerlo, al ser sacrificado en el ara de la mesa en aras de nuestra posible y buscada satisfacción, en toda su profundidad, en todo su ser que, así, desaparece.

Requiescat in pace. RIP sin obituario y… ¡a otra cosa, mariposa! Tal es el acto de comer.