Dame Panettone y dime tonto por Óscar Soneira

Artículo de Cartas al comensal
¿Es el Panettone el extraño que ha venido a incomodar nuestras festivas navidades? ¿Escudella o Ramen? Las comparaciones como bien dicta el dicho, son odiosas. He aquí un relato breve sobre panettones, escudellas y el batir de alas de una mariposa.
Por Cartas al comensal
18 de enero de 2021

Las primeras oleadas del invierno se dejaron notar más en las tiendas de la ciudad condal que en lo que al clima se refiere. Como no, las calles se empezaron a engalanar de luminosos estereotipos, las charcuterías empezaron a traer productos de la época, las carnicerías y pescaderías ídem de lo mismo. Estos pequeños y repetitivos inputs van llegando como pequeñas oleadas a tu córtex cerebral. Hasta me veo algún día, poniendo unas luces estroboscópicas en versión mini que acompañen a un árbol (de pega) y de fondo suene Andy Williams. Todo esto no tendría importancia (o simplemente no os importe, si es el caso, dejad de leer) de no ser por uno de los sucesos de esa semana. Mi pareja descubrió el Panettone.

Las alas de la mariposa empezaron a batir.

La primera ola llego directamente a la base de mi economía. El Panettone es bueno, es genial, es un postre estupendo de nuestro convecino país, Italia. Pero es un producto que merece mimo, cuidado y esmero. Tras él pueden existir de dos a tres días de trabajo sobre la masa. Esto lo convierte en un producto para nada económico, aunque es el precio a pagar por un pedazo de cielo. Es así. Tras unas semanas del unboxing más variado de distintos panettones, nuestra cuenta corriente ha bajado, mi tripa ha aumentado y casi nos hemos convertido en unos excelsos gourmands de tan dulce postre.

¡Plinc! Podría ser perfectamente el sonido de la segunda ola, pero fue el de mi móvil al subir la foto de uno de los panettones a Twitter. Esa segunda ola me devolvió al mundo en el cual todo, todo es juzgado. En una conversación amistosa entre amigos, me llegaron a decir lo siguiente: menos panettone y más neules. Para poner en contexto, la neula es un dulce típico catalán esparcido por toda la península, que llega a nuestras mesas en esta época tan brilli brilli. Es un tubo del tipo barquillo, aunque la masa está hecha de capas superpuestas más finas. Postre fino y elegante que hace las delicias en los corazones de mis paisanos.

¡No puede existir cosa más sosa! Por el amor de los asgardianos. Un puñetero canuto con sabor a barquillo, si ya per se el barquillo es puto mierder, las neules lo son más. No, no voy a pedir perdón. Sois unos sosainas. La única puñetera gracia que tienen las neules es cuando eres crio y juegas a ser el familiar de turno que prende un puro, eso o para beber el Kas naranja a través de ella. Con esto, no quiero hacer apología del tradicional dulce italiano en contra de mi querido y familiar postre catalán, no. Simplemente es cuestión de imparcialidad.

La tercera ola (aparte de ser una peli muy prescindible) es la que sucedió durante esos días. Muchas cuentas de Twitter evidenciaban precisamente esto, la subida del panettone como postre en las mesas en España en detrimento de los nuestros. Gente echándose las manos a la cabeza por esto mismo, mientras echan las manos a los risottos, tartares varios, ceviches, pizzas u ramen de turno. Amen a la no critica de la utilización de según qué productos o elaboraciones foráneas por parte de nuestros cocineros, con la excusa de que eso es arte fusión, como lo de Pitingo, pero sin tanta gracia. Una cosa similar fue tema de discusión días antes. La Escudella vs Ramen. El éxito del oriental plato frente a nuestra increíble sopa. Cosas como que, si la nuestra es mejor, diferente, que las modas, los influencers…

El provincianismo. El provincianismo es un arma de doble filo. Te hace querer lo tuyo por encima de todo, pero también te aleja de aquello que te puede aportar. Luego está esa costumbre citizen de querer ser el primero en… o los que tenemos tal u yo eso no lo pruebo porque es de… Y ahí, justamente es donde reside el filo que corta. Es muy fácil cortarse uno, pues querer competir con un Panettone implica no tener un uso de una razón adecuada o desconocimiento profundo de cómo se hace tal o cual cosa. La comparación no aguanta lugar, el Panettone es un dulce de tres fermentaciones, crea una masa con una conjunción rayana a la perfección. Alveolada e hilada, repletas de aromas que van desde la mantequilla a los frutos que ahí se abocan, por norma general, pasas y naranja. Un excelso brioche (para entendernos) que sublima nuestra esencia corpórea. Esto es realmente un Panettone. A partir de ahí, querer comparar la mayoría de los dulces ibéricos, geniales en sí mismos, pero, en su gran mayoría pastas secas, quizás en la comparación no la aguanten. Teniendo en cuenta que lo más cercano a este dulce italiano es el Roscón de reyes, (al que amo y me encanta degustar cuando la estacionalidad de este mismo llama a nuestra puerta) tiro para al monte. Ya que, si nos ponemos a mirar la masa, casi es la misma, encontrando al italiano postre más delicado.

La cuestión es, que no os voy a sacar de dudas de si una cosa es mejor que otra, ya que caeríamos en la trampa, deberíamos comparar. Y no quiero. En mi caso, todo es más fácil. En un mundo globalizado, no nos debería extrañar ver ciertos productos o platos en nuestras casas y restaurantes. El problema reside cuando ese provinciano amor sale a flote. El recelo de lo nuestro por lo de ellos se debería eliminar. Hacer apología de nuestros productos es bueno, no es nada malo, la nacionalización en este caso es lo mejor que podemos tener. Incluso entre comarcas o territorios. Pues de esta forma, ese recelo acerca del producto o recetario propios provoca una cosa que, si es importante. La transmisión y consecuente guarda de ello. Eso si es lo realmente importante.

Seguid siendo aguerridos defensores de lo vuestro, pero no con odio, malicia o cierto desprecio hacia a las personas que no son como tú o los platos y productos de fuera. No, sed provincianos alegres que sonríen con sus productos y los disfrutan sin complejo. Dejad que los demás coman lo que quieran y alimentad la parte que les falta de lo nuestro. Yo por mí lado seguiré comiendo Panettones, haré algún antipasto (saboteando la salumeria italiana con algún fuet, claro está) a la hora del vermut y prepare escudellas repletas de carn d’olla y tallarines finos de arroz.

Óscar Soneira (@oscarsoneira), nacido a las orillas del Llobregat entre huertos frutales. Siempre a lomos de una BH, Amat u Orbea, con repuestos o parches como todo en mi vida. Adoro el olor de los jazmines al amanecer, el bizcocho de limón al ser cortado, la tierra húmeda tras una tormenta de verano, la resina del pinar cuando el aire pasa y el salitre impregnando la atmósfera cuando estás cercano al mar. Como decía el Tío Ben; “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Así que no me jodas y ¡quita esa gaseosa!