Yo no voy a la cena de Navidad de mi empresa. A pesar de mi natural amable, educado y hasta cariñoso con mis compañeros de trabajo, considero que esta confraternización con la excusa de las fiestas navideñas es, a todas luces, excesiva. Además, la o las personas que se encargan de buscar el sitio y escoger el menú suele ocurrir que no tienen ni pajorera idea y se creen que por 20 pavos por cabeza —con la bebida incluida— les van a dar de comer dignamente y no suele ser verdad. Así que, además de no tener ni puta idea, se dejan engañar, lo que representa un motivo más para no ir. Oigan, que yo creo que por 20 pavazos se puede dar de comer bien, pero una cosa normal, no el festín que muchos esperan meterse entre pecho y espalda.
La verdad es que ya soy demasiado mayor para comer mal y ese sonsonete de que lo importante no es la comida ni el restaurante, sino estar todos juntos y pasarlo bien, pues, en mi caso, no cuela. Ya nos pasamos, cada día de nuestra vida, muchas horas juntos y, sinceramente, no hay necesidad de pasar más. No vamos a conseguir caernos mejor y en cambio se rifan papeletas para que terminemos cayéndonos peor, así que creo que no hay ninguna necesidad de vernos fuera del trabajo y encima terminar con acidez de estómago.
Pero mi rechazo a este tipo de celebraciones se sustenta en un argumento de mucho más calado: no quiero pasar vergüenza ajena. No sé si estos días se habrán fijado —yo sí—, pero las redes sociales se llenan de comentarios de restauradores sobre lo mal que lo pasan, la tortura y el suplicio que representan las cenas de empresa. Y si no tienen redes sociales, pregunten a algún propietario o sobre todo a los camareros que son los que sufren más directamente el maltrato de los alegres trabajadores de Rodamientos Gómez SL, allí congregados para celebrar la Navidad y tocar las narices.
Yo por encima de todo lo que no quiero es ser espectador, y mucho menos cómplice, del maltrato al que a veces sometemos a los trabajadores de la restauración con nuestras pretensiones sobre rebajar el precio del menú a cifras de risa con la excusa de que somos tropocientos. O con las exigencias de la de personal porque a ella no le gusta ninguno de lo que hay de segundo plato —y eso que tiene el menú desde octubre— y que a ver si le pueden hacer un entrecot bien gordo al punto, pero sin pagarlo aparte, se entiende, porque total…
O los que al terminar la cena se ponen ciegos a gintonics, güisquis y licores varios y se olvidan de pagarlos que tienen que salir los camareros a perseguirlos con la cuenta. O aquellos que se pasan la cena quejándose por la calidad y cantidad de las croquetas, el jamón y los calamares de los entrantes a compartir y en lugar de colgar de un árbol al de contabilidad, que fue el encargado de seleccionar restaurante y menú, se dedican a faltar al respeto a los camareros y hasta los hay, muy osados ellos, que piden hablar con el encargado. O los rácanos, que cuando llega la hora de pagar se extrañan del precio, que a ellos siempre les habían dicho que era mucho menos, y cuando les aclaran que los cafés y los chupitos no iban incluidos en el precio que le dieron al de contabilidad, se quitan la careta y dicen que ya les podrían invitar, que —de nuevo— son tropocientos y que les han dejado un buen dinero en la caja.
Después están los del barullo infinito, los que chillan, gritan y convierten en un infierno los que han tenido la mala idea de salir a cenar en plena temporada de cenas de empresa. Con todo, los peores siempre son los cuenta chistes, que si ya tienen poca gracia en horario laboral, ni te explico fuera de él.
Yo ya conozco restaurantes que han decidido que no vale la pena tanta tontería y tanto sufrimiento y que dicen no a Rodamientos Gómez SL. Porque es pan para hoy y hambre para mañana. Porque es muy poco probable que se logre fidelizar a ninguno de esos trabajadores y tal como haya ido la noche, sí que es muy probable que muchos de los comensales ajenos a la cena de empresa se lleven un mal recuerdo y no vuelvan. Yo, de hecho, no piso un restaurante desde ahora y hasta después de Reyes.
Y porque no. Porque no tienen que aguantar todas nuestras miserias y el cliente no siempre tiene razón y les da igual que seamos tropocientos o gigacientos. Solo piden un poco de respeto y que nos metamos la Navidad por el orto… Y que colguemos al de contabilidad de un árbol.