Carnaca y cervecita (y II)

Artículo de Albert Molins
El problema no es el chuletón, ni el aguacate. Es cómo se produce todo aquello que comemos y lo que termina en la basura sin llegar a ser comido, y una industria de lo vegano que no está dispuesta a hacer prisioneros.
Por Albert Molins
04 de agosto de 2021

Al festival del humor que vivimos después de la garzonada, y que les contaba la semana pasada, se añadieron también los que nunca se cansan de recordarnos la contribución de la ganadería a la deforestación del planeta, las emisiones, el agua que se necesita para obtener un quilo de carne -mucha- en comparación de la que se necesita para tener uno de lentejas -mucha menos-, and so on. Es como un mantra.

Pero tienen razón. Eso también es una evidencia científica tan gorda como que las generalizaciones son siempre peligrosas e injustas. ¿Es posible una ganadería que sea respetuosa con el medio ambiente y al mismo tiempo sea sostenible económicamente para productores y consumidores? Sí, se llama ganadería extensiva, pastoralismo, y llevamos siglos practicándola.

El problema es que la mayoría de la carne que consumimos proviene de la ganadería intensiva, la otra, la mala. Y, claro, que cuando se estudia el impacto medioambiental de la producción de carne se mete toda en el mismo saco. Y no es justo. Los beneficios de la extensiva son muchos y van, además, mucho más allá del medio ambiente.

Así pues, el problema no es el chuletón. El problema es qué chuletón compramos y comemos. Una perogrullada de manual, pero en fin… Además, el discurso de demonización de la carne tiene algo de demagógico y de interesado. Me explico.

Hay una potente industria de lo vegano que está muy interesada en que este discurso cale a cualquier precio. Una industria que no está dispuesta a hacer prisioneros y por tanto no va a reconocer nunca que producir y comer carne puede ser sano para nosotros y para el planeta. Y además respetando el bienestar animal. Y mucho menos está dispuesta a reconocer que el cultivo de productos vegetales para consumo humano también genera problemas medioambientales y situaciones de crueldad infinita para muchos agricultores de no pocos países. El caso del aguacate en México es paradigmático en este sentido.

Porque de nuevo el problema no es el aguacate, sino qué aguacate compramos y comemos. Y si me apuran, el problema no es ni el chuletón ni el aguacate, sino el sistema alimentario, responsable en su conjunto del 25% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Ah, y por cierto, un tercio de estas emisiones provienen del desperdicio alimentario.

Les decía en una ocasión que cocinar es un acto político y revolucionario, seguramente el último que nos queda. Y puesto que cocinar empieza con la lista de la compra, sin duda lo mejor que podemos hacer es comer menos carne y procurar que sea de ganadería extensiva, de proximidad. Pero lo mismo deberíamos hacer cuando compramos aguacates, tomates y acelgas. Fijarnos de dónde vienen y cómo han sido cultivados.

No lo duden. Esa es la auténtica revolución y eso es preocuparse por nuestra salud y la del planeta, y no lo que ofrece la industria vegana high tech, que estos días también ha aprovechado para sacar la patita.

Me refiero a todas estas startups que hacen imitaciones de carne partiendo de proteína vegetal, básicamente a base de legumbres. Y hombre, si me vas a hacer una imitación del pollo partiendo de la soja, de los garbanzos o de los guisantes, pues casi mejor me casco unos buenos guisantes o unos garbanzos de puta madre y nos ahorramos todo lo del medio. Bueno, pero es que se trata de dar una alternativa a los que no quieren comer carne. Pues, la verdad es que pocos ingredientes se me ocurren que sean más versátiles en la cocina que las legumbres, como para que vengas tú a venderme la moto, la verdad.

Todos estos inventos son productos que no necesitamos. Los veganos tampoco. Pero bueno, los omnívoros también tenemos la Nutella que no necesitamos y ya quisiera saber en cuántas casas no hay un bote.

Pero la diferencia entre el fabricante de la Nutella y los Heura, Impossible Food, o Beyond Meat, entre otros es que el primero no me miente diciéndome que le preocupa mi salud y la del planeta. A raíz de la garzonada, en un programa de radio hablaban de una de estas compañías y destacaban la de pasta que habían levantado.

Alucina vecina, porque se ponía como ejemplo del interés que hay por los productos que imitan la carne, sanos y sostenibles. Pues ya me perdonarán, pero no. No tengo pruebas, pero sospecho que el interés que hay detrás de estas compañías, tanto por parte de los inversores como de sus creadores enterpreneurs, no es nuestra salud ni el medioambiente, sino las patentes. A ellos cambiar el mundo, por mucho que lo repitan, se la suda. Y a sus inversores más.

Ya somos mayorcitos para creer en cuentos de hada y pensar que el capital tiene otra ideología e interés que no sea el beneficio. Y lo que tiene valor en estas empresas no es que vayan a salvar el mundo -que no lo van hacer está tan claro como que el chuletón no les va a matar a ustedes-, sino un método de producción que es reproducible aquí y en Pernambuco.

Así que coman y sean felices haciéndolo. Lleven un estilo de vida saludable y que no maltrate en exceso al planeta. No necesitan justificarse, pero si lo hacen háganlo con sentido común. Suele ser suficiente.