Pelea de gatos

Artículo de Albert Molins
La disputa entre dos gastroinfluencers pone sobre la mesa el tema de la publicidad encubierta como si fuera una gran novedad, cuando lleva tiempo instalada en la comunicación gastronómica y de hecho es un modus operandi de lo más habitual.
Por Albert Molins
10 de noviembre de 2022

La gran noticia gastronómica (sic) de la semana pasada fue la pelea de dos influencers gastronómicos en Instagram, que un día fueron muy amigos e iban a hacer el pamplinas juntos por los restaurantes. Pero se ve que han discutido y ahora no se juntan y se acusan de cosas horribles. Hasta se han bloqueado, condena que ya se sabe que en este mundo de las redes sociales equivale a la pena de muerte o algo peor, si es que tal cosa existe. Imagino que no.

Casi todo el mundo, hasta yo, habla de la disputa gastroamorosa entre Sezar Blue —el del sombrero de paja— y Pablo —el mazas— y toma partido por uno o por otro, como si hubiera uno de los dos que fuera mejor o simplemente salvable. Ya les digo yo que no. Son dos majaderos y lo que es peor es que son dos ignorantes. Bueno sí hay una cosa peor. O dos. La primera es que estos dos tiparracos —lo siento, pero no me voy a andar con tonterías— tengan la relevancia que tienen en términos de audiencia. La segunda es que se dedique tanta atención, incluso yo, a tales personajillos de la farándula gastro. Pero ya se sabe, cuando se convierte algo serio y honroso como la gastronomía en un puto circo, pues send in the clowns. Y hasta aquí.

Pero hay algo que me tiene mucho más perplejo y es que haya gente seria diciendo que el tema realmente importante es el que subyace debajo de la pelea de estos dos, que no es otro que el de la publicidad encubierta en la comunicación gastronómica. Es que es para flipar. ¿De verdad que AHORA esto es lo importante? ¿No lo era la semana antepasada, el mes pasado, el año pasado o hace cinco? ¡Pero si es uno de los temas recurrentes del periodismo gastronómico —y casi diría que de la humanidad— desde que aquí empezamos a atar los perros con longanizas!

¿De verdad que tienen que venir dos zopencos para que normalicemos hablar de los publirreportajes de los que se nutren —y viven—casi en exclusiva algunos medios gastronómicos? ¿O de la tiranía que han ejercido algunas agencias de comunicación? ¿O de los viajes de prensa a cuerpo de rey? ¿O de las invitaciones a restaurantes que han recibido toda la vida del señor las señoras y señores de la crítica?

Que no vamos a normalizar nada, ya se lo digo yo. !Qué va! En el fondo la peleíta de estos capullos nos va a venir de perlas para volver con el rollo y la mentira de siempre, que es la siguiente. Una noche, un conocido crítico gastronómico me soltó que el problema es que la gente anda confundida y cree que lo que pasa en las redes sociales es lo que sucede en la realidad y que, claro, eso no es así.

Lo que me dijo ese crítico esa noche es una verdad a medias o una mentira interesada, que acaba siendo lo mismo. Claro que las redes sociales y el mundo de los influencers reflejan la realidad. ¿A santo de qué las agencias de comunicación, los restaurantes y todo quisqui, no debería tratar a tipos como Sezar Blue y Pablo, que tienen mucha más audiencia, de una forma distinta a la que han tratado a los comentaristas gastronómicos? ¿Si a todos nos han invitado a restaurantes y a viajes de prensa por qué no les iban a invitar a ellos? ¿Y si nosotros tratábamos de esconderlo, por qué no iban a hacer ellos lo mismo? Pues claro que las redes sociales reflejan la realidad. Nos guste o no.

Ojalá, la discusión de chichinabo de estos dos tontos muy tontos sirviera para poner sobre la mesa y abrir un debate serio sobre este tema. No sé si se habló sobre eso en el reciente Congreso de Periodismo Gastronómico de Menorca. Creo que no. Seguro que en el siguiente. Seguro.

Pero mientras, vamos a seguir como siempre. Haciendo ver que eso es cosa solo de los influencers y de los instagramers que se venden por un plato de lentejas, pero que nosotros, los periodistas serios, de eso nada. ¿Que no? Por un plato de lentejas y dos huevos duros, que hubiera dicho Groucho Marx.

Es que no podemos ser más hipócritas. Bueno sí. Ay si los cocineros supieran que hay insignes cronistas que cuando escriben de ellos los ponen por las nubes, pero que en privado los ponen a bajar de un burro. Que digo yo que lo deben saber, ¿no? O los que se lamentan porque les ha tocado presentar en tal congreso a tal cocinero y claro, «ya me dirás tú, que cuento yo de este». Con estos ojos y estos oídos que Dios me ha dado, he visto y escuchado yo todo esto.

Es de risa. Somos un chiste.