No es una guerra

Artículo de Jorge Guitián
El sector gastronómico, como el conjunto de la sociedad, atraviesa una crisis sin precedentes ante la que, a pesar de los meses transcurridos, seguimos sin saber muy bien cómo actuar. Tal vez haya llegado el momento de plantearnos que esto va a durar más de lo que nos hubiese gustado y de afrontar un futuro que no podemos encarar desde la confrontación.
Por Jorge Guitián
03 de noviembre de 2020

No, lo que estamos atravesando no es una guerra. Y aún así, nos las estamos arreglando para ir perdiendo. Lo que estamos atravesando –lo que ya hemos pasado, lo que estamos sufriendo y lo que nos queda por superar- es una crisis, sin más. Una crisis desconocida, de la que por no saber no sabemos ni cuánto podemos esperar que dure. Una crisis tremenda, sin precedentes en la historia reciente, pero una crisis, al fin y al cabo.

No es una guerra. No hay un enemigo que nos planta cara y nos ataca, hay una situación nueva que, como sociedad pero también como especie, tendremos que afrontar como hemos hecho en tantas ocasiones a lo largo de nuestra historia.

No es una guerra. Así que deberíamos dejar de referirnos a ella como si lo fuera, porque el lenguaje importa. Porque en las guerras hay enemigos, hay culpables, hay vencedores y hay vencidos. Lo que estamos viviendo nos afecta a todos, sin excepción, pensemos como pensemos, vivamos donde vivamos y votemos a quien votemos.

No es una guerra. No hay nadie que quiera quitarte derechos, nadie desea que te arruines porque, al final, esto es algo mucho más complejo, es una cadena y si caes tú antes o después caeremos todos. Lo que nos queda por delante no va a ser fácil, porque no sabemos muy bien qué tenemos enfrente y menos aún cómo afrontarlo, pero pasará. Y lo mejor que podría sucedernos es que el proceso y el día después nos encuentren haciendo frente común. Porque si a la crisis le sumamos el enfrentamiento no creo que podamos esperar grandes alegrías.

No es una guerra. Y me atrevería a decir, con todo lo que de traumático tiene esta situación, con los miles de víctimas, con los cientos de miles de empleos perdidos, que por suerte no lo es. Porque como nos tuviésemos que enfrentar a una guerra de verdad, con un enemigo real, el nivel de descontrol, de crispación y de desconfianza que hemos ido generando no permitiría augurar grandes éxitos.

Tendemos a vernos, en esta guerra que nos hemos montado en nuestras cabezas, como el Capitán Trueno de brillante armadura que planta cara al enemigo y lo vence a fuerza de arrojo, de no rendirse y de mandar whatsapps como el emoticono del brazo marcando músculo cuando, en realidad, estamos cada uno más preocupado de salvar su propio culo y de encontrar un culpable de nuestras miserias que de entender qué está pasando a nuestro alrededor.

No es una guerra, por suerte. Porque iríamos a ella sin mando, sin unidad y sin mucha convicción, cada uno por su lado, cuestionando lo que diga el de al lado. Pero, sobre todo, no es una guerra porque no hay un enemigo enfrente. Y en esto es en lo que más nos estamos equivocando.

No es una guerra porque esto no es una película de buenos y malos, porque en la vida real las cosas no siempre son justas y el protagonista rara vez acaba alejándose hacia la puesta de sol en su caballo blanco. La realidad es bastante más miserable que todo eso.

Sin embargo, si volvemos la mirada hacia el sector gastronómico español en los últimos 8 meses, lo que encontramos es un lenguaje crispado, bélico en ocasiones. Nos atacan. Nos quieren hundir. Con lo que nosotros hemos aportado. Enemigos dentro y fuera, en el sector, en la clase política, en la clientela que no nos entiende, en Europa, en China.

Y lo cierto es que no, que nadie te quiere –nos quiere- hundir. Y que en esto no hay más enemigos que los que uno quiera ver porque, insisto, no estamos en una guerra. Que alguien te lleve la contraria no lo convierte en tu enemigo. Y si lo hace, tenemos un problema.

Tenemos que empezar a entender, por nuestro propio bien, que esta situación va para largo y que el sector gastronómico sólo saldrá de ella, al menos tal como lo conocemos, si es capaz de cambiar de actitud y pasar a afrontar la crisis en clave constructiva.

Las cosas no van a volver pronto a ser como eran. Y quizás no vuelvan nunca. Saldremos de esta, sin duda –me refiero a que saldremos como sector. Habrá bajas, por desgracia, y todas y cada una de ellas serán lamentables- pero no necesariamente al punto en el que empezamos. Como la cosa se alargue, y tiene toda la pinta de ir a alargarse, cambiarán hábitos y costumbres, habrá medidas que hoy son temporales y que pasarán a ser permanentes y, sobre todo, el paisaje económico que nos encontraremos será otro.

Para atravesar ese nuevo paisaje más nos vale dejar los belicismos y empezar a entender que todos o ninguno. Y, sí, habrás notado que me incluyo. Es cierto, yo también soy parte de esto, aunque no tenga un bar. Porque el sector gastronómico es mucho más que casas de comidas y restaurantes, porque todos estamos sufriendo esta crisis y porque todos nos vamos a necesitar a todos para salir adelante en lo que nos espera.

Todos, sí: cocineros, empresarios gastronómicos, productores, distribuidores, comunicadores, organizadores de eventos, diseñadores, interioristas, personal de sala, sumilleres, bodegueros… Bien que nos sumamos todos, y ahí no hubo distingos, cuando se trató de sacar pecho e inflar las cifras para que las administraciones hicieran caso y ayudasen la pasada primavera.

Porque van a cambiar formatos, dinámicas, zonas de consumo dentro de las ciudades, el poder adquisitivo de mucha gente; porque van a aparecer nuevas propuestas que ni imaginamos y seguramente otras que hoy son parte de nuestro día a día van a desaparecer. Y eso habrá que articularlo, habrá que ponerlo en marcha, habrá que darlo a conocer, habrá que contarlo y, por supuesto, habrá que cocinarlo. Tendremos que dotarlo de contenidos. Tal como hemos hecho entre todos con esto que conocemos como gastronomía y que es mucho más grande que cualquiera de nosotros.

Creo que ya es suficiente de buscar culpables, de reprochar y de acusar. Está ya bien de señalar con el dedo. Porque no hay enemigos en esto y porque si alguien te está calentando la cabeza para que veas contrincantes, siento ser yo quien te lo diga, pero te está utilizando. Porque estamos todos en el mismo barco que se hunde mientras nos empeñamos en pelearnos por saber quién agujereó el casco.

Tenemos que abandonar ese lenguaje, ese marco conceptual, porque esto no es una guerra por mucho que lo que vayamos a encontrar cuando termine sea lo más parecido al paisaje después de la batalla. Más nos vale ir entendiendo que tenemos que abordar el futuro desde el espíritu de la reconstrucción, desde la colaboración y desde los objetivos en común, porque lo que estamos haciendo ahora mismo es afrontarlo a garrotazos.

No es una guerra y no lo ha sido nunca. Cada vez que he caído en la tentación de verlo desde ese punto de vista he recordado a una generación que se enfrentó, ellos sí, a una guerra mundial y atravesó a continuación la crisis de los años 30 solo para desembocar en la Segunda Guerra Mundial. Y, tras 30 años de travesía, consiguió reconstruir lo que hoy es Europa y salir adelante. Recuérdalo cada vez que sientas la tentación de pensar que aquel político o el crítico gastronómico de más allá quiere hundirte. A mí me funciona. El simple recuerdo me devuelve a la realidad de una bofetada. Y, por otro lado, detente un momento a pensarlo, ¿qué demonios gana hundiéndote?

No es una guerra, es una crisis que exige cabeza fría y que empecemos cuanto antes a pensar el futuro entre todos. Va a ser duro, va a haber momentos terribles, pero al final, como sociedad, como sector, saldremos. Podemos entenderlo y empezar a pensar la reconstrucción o podemos seguir sacándole brillo al garrote para atizarle al siguiente que levante la voz, que es lo que llevamos haciendo ocho meses. Y aquí estamos. Entre tú y yo: no creo que hayamos avanzado gran cosa así. Quizás sería el momento de replantearnos la estrategia y dejar de embrutecernos.

El sector gastronómico ha demostrado, antes y durante esta crisis, su capacidad de esfuerzo y su generosidad. Es el momento de apostar por esos valores y dejar de lado, de una vez, los rencores y las búsquedas de culpables. Ya hemos estado casi un año lamiéndonos las heridas -y es normal. Lo que nos hemos encontrado no podíamos ni imaginarlo- pero ahora toca reconstruir. Porque esto sólo lo vamos a levantar entre todos y porque cada día que sigamos dedicando a buscar enemigos es un día que le estamos restando al futuro del sector.