El año de los prodigios en el país de las maravillas

Artículo de Albert Molins
Termina un año que muchos consideran que es para olvidar, pero al final somos alacranes que no podemos evitar aguijonear a la rana que nos ayuda a cruzar el río.
Por Albert Molins
31 de diciembre de 2020

Este año que termina -¡por fin! dirán algunos- ha sido un auténtico año de los prodigios. Así, por ejemplo, la alta cocina ha descubierto que era mucho menos importante de lo que pensaba o de lo que la adulación le había hecho creer. Resulta que la mejor gastronomía del mundo (sic), a fin de cuentas, a la mayoría le importaba un higa.

La alta cocina descolocadísima, de hecho, tras leer alguna cosa que he leído los últimos días. Se ha dado cuenta de que para el 99% de la población es transparente, y que sus problemas le son ajenos. Y no le entra en la cabeza que a ella -que se creía el activo más importante de la marca España- los gobiernos no hayan considerado prioritario rescatarla. No es la banca, mira tú por dónde.

Al final, los grandes han tenido que soportar las mismas restricciones que los bares Manolo de este país de las maravillas. Nadie ha acudido a su rescate, probablemente porque los gobiernos no tienen ni dinero ni la voluntad de endeudarse, y porque hacerlo hubiera sido enormemente impopular, en el sentido amplio del término.

Y que nadie se confunda. El palo que se está llevando la hostelería, toda, no me hace feliz. Para nada. Creo que ha habido un café para todos bastante torticero, con mucha manga ancha para algunos -las terrazas y los que se han pasado las normas por el forro, especialmente-.

Por otro lado, algunos también han descubierto que fiarlo todo al maná del turismo fue una mala decisión. Vivir de espaldas a tu propia gente y hacerlo con la soberbia habitual va a hacer que muchos restaurantes tarden en volver a abrir, si es que lo hacen algún día. Tampoco me alegro, claro. Aquí solo hago de notario y soy consciente de que en estos restaurantes trabajaban personas que, con sus familias, ahora están en la mierda.

También hemos descubierto o redescubierto, por si quedaban dudas, que el mundo lo dominan empresas como Amazon, Glovo o Mercadona, por poner solo tres ejemplos. Un día quisimos jugar a ser Fausto y ahora el Diablo se cobra su parte. No hay más. The winner takes it all.

A pesar de todo, escuchamos la llamda de socorro de muchos pequeños productores -la mayoría no sabíamos ni que existían- que, súbitamente, se habían quedado sin nadie a quien vender y que se organizaban. Descubrimos que otra forma de consumir era y es posible y que podemos comprar directamente lo que comemos a quien lo produce. Ya veremos qué queda al final y, en todo caso, fue bonito mientras duró.

Y durante tres meses cocinamos e hicimos pan como nunca lo habíamos hecho antes, porque de repente decidimos que teníamos tiempo, cuando seguramente lo que sucedió era que estábamos mortalmente aburridos. Pero fueron, eso, tres meses y después se nos pasó. Como el sarampión o como esta pandemia de mierda que como todas las anteriores también pasará.

Perdonen que barra para casa, pero este año prodigioso también ha visto como un medio gastronómico, como este Bon Viveur en el que me leen, pequeño y de la periferia -o sea ni de Madrid ni de Barcelona- ha apostado por empezar a publicar una sección de opinión gastronómica, y dar megáfono a los parias de la Tierra, famélica legión, aunque también cuenta con algún notable representante del establishment. Sinceramente ya era hora, qué cojones.

Pero sobre todo, este año nos ha puesto cara a cara con nuestra vulnerabilidad. A todos. Sin excepción. Los dinosaurios un día también dominaron este planeta y se extinguieron. ¿Por qué motivo nosostros íbamos a ser distintos y ser -como especie- eternos e inmortales? La diferencia entre un virus y un meteorito casi seguro que es solo su tamaño.

Pero nuestra esencia es la del alacrán que no puede evitar clavar su aguijón a la rana que le ayuda a cruzar el río, y en estos nueve meses de epidemia hemos demostrado que básicamente somos estúpidos y egoístas. Ni el estado ni el mercado nos salvarán jamás. A ver si nos lo metemos en la cabezota.

¡Feliz Año Nuevo!