Bonviveurianos a la brasa

Artículo de Fernando Huidobro
Su medio es la letra, su vida sueño, su hábitat la noche, su morada la luna a la que saltan para rearmarse huyendo de y buscando la poesía. Se ganan la vida como escribanos de fortuna, siempre disparando preguntas molestas, defendiendo causas pérdidas, atacando al poder único e incomodando a todo quisque. Si quieren contratarlos, pregunten por El Equipo B.
Por Fernando Huidobro
30 de diciembre de 2020

“B” de Bonviveurianos, sinónimo de libres, outsiders, buenvividores, disfrutones, sin pelos en la lengua de tanto comer y tragar, antisistema gastró, rebeldones, armados y peligrosos, endemoniados escribanos del comer a los que se nos condenará -aunque primero tengan que atraparnos- por herejes o brujos, o quizás sólo por no hacerlo al dictado de los que mandan en la cosa. Pero a nosotros ya no se nos quemará en la digna y propia montaña de leña y leños de altas llamas que nos correspondería por derecho consuetudinario y sobrados méritos propios. Ahora nos arderán discretamente y por lo bajini en las brasas ocultas de los bajos hornos cual pavos malcocinados y chamuscados, fuera de la vista de los mortales y curiosos, sin ser exhibidos en la pira pública, sin servir de escarnio general ni advertencia particular a los jóvenes díscolos que andarán con ganas de emularnos y mucho menos servirá para engordar la vanidad propia de todo mercenario de las palabras que alcanza el privilegio de ser quemado. Queridos compañeros de guerrilla: parecerá un siniestro accidente del que nadie sabrá nada, jamás, tenedlo por seguro.

Nada de aquel antiguo rito público pasará, la crueldad de los assassins de los purgados se ha sutilizado en extremo y sus métodos también; nada volverá a ser igual de honroso, pues aquella bella pira y sus fuegos de artificio serán sustituidos por otra triste PYRA o por un enorme y feo JOSPER que harán las veces de crematorio. De estas modernas armas sólo saldrán nuestras cenizas para ser esparcidas por las redes entre los cuatro allegados que nos queden. Es el signo de los malos tiempos tecnológicos.

El escribidor rebelde y bonviveuriano morirá así sin altanería ni altivez tras sufrir la peor de las torturas para él imaginable, requemado por fuera pero crúo y vivito por dentro, a manos de cualquier chiquilicuatre josperiano, asado al plebeyo carbón -de encina en el mejor de los casos- y con el añadido de unos sintéticos taquitos apelmazados de hierbas aromáticas o atadillos de sucedáneo de sarmiento. Nada de maderas nobles ni troncos de olivo, tronkos. Nosotros, que siempre soñamos con un acabose a manos, por ejemplo, de un andaluz parrillero mayor como Juan Valdés/Castillería o de un vasco señor del fuego como Bittor Arguinzoniz/Etxebarri, tenemos ahora que mal llevar cada noche la pesadilla de vernos metidos en un moderno semihorno de estos horripilosos manejado por pirómanas manos irrespetuosas que no sabrían dar el punto a nuestra madurada carne, que siempre tiró al monte, ni aunque hicieran de pinche del mismísimo chef del mismísimo demonio pinchapapas tras 666 stages en las cocinas del infierno y en las de Diverxo, además.

Así que nosotros, los parrandistas irredentos, arderemos en las putas brasas que no en el violento y soberbio fuego purificador, porque éste no va a tener ya quien lo domine por culpa de estos infernales chismes que han incendiado los santos oficios de verdugo y de parrillero. En consecuencia, tanto estos cocineros de barriga pegada a la hoguera, manos resecas y encendidas mejillas, como nosotros, comedores de panza desapegada, manos redactoras y meninges osadas y calenturientas, estamos que echamos humo. Ellos porque los confundirán con estos pajilleros parricidas que nada respetan y que están aquí para matar su oficio que caerá así en el descrédito y el olvido; nosotros, porque nos quitarán, ya digo, el amor propio de morir con dignidad y orgullo lacerados por las mordaces llamas del fuego vivo, que son las que otorgan la vida eterna del recuerdo tras la muerte.