Gastrollar

Artículo de Jorge Guitián
Un pequeño evento gastronómico celebrado hace unos días en las cuencas mineras de Asturias fue suficiente para poner sobre la mesa muchas de las problemáticas del sector gastronómico más allá de las grandes ciudades.
Por Jorge Guitián
17 de diciembre de 2021

El rural está de moda. Como la sostenibilidad. Más allá de que luego se den pasos reales en esas direcciones, los mensajes gustan. Hemos decidido que los compramos como lectores y como espectadores, así que la tendencia ahora va en esa línea.

Y está bien que así sea, porque aunque en muchos casos no pase de ser una pose, un discurso elaborado pensando en lo que el espectador quiere escuchar, algo, quiero creer, quedará de todo eso.

La prueba de que la temática gusta ahora mismo es que no ha habido debate, reunión, feria o congreso en los últimos meses que no le dedique parte de su contenido, cuando no el programa completo. Ahora bien, en muchos casos son programas diseñados desde grandes ciudades, con cocineros mediáticos, en muchos casos también de grandes ciudades y con programadores esencialmente urbanitas. Y, aunque toda aportación es buena, aunque solamente sea por ese poso que quiero creer que va quedando, uno se pregunta, frente a esto, si no hay talento, impulso y ganas suficientes desde el ámbito rural como para no tener que necesitar que vengan (vengamos) de las ciudades, una vez más, a decir qué es lo que conviene.

Uno se lo pregunta. O se lo preguntaba, más bien, hasta que conoció las ponencias de Gastrollar, un congreso de cocina rural que, desde la montaña central asturiana, abordaba estas mismas problemáticas.

No pude asistir buena parte del evento, por una de esas cuestiones que este año tan revirado se empeña en ponernos en el camino, pero sí que asistí a una de las jornadas y pude ver el resto del programa en streaming. Y si algo me gustó fue que, por una vez, el evento no tenía lugar en un auditorio enorme, con una gran convocatoria de prensa. Al contrario, los actos, itinerantes, se fueron celebrando en pequeños centros sociales y salas de actos de diferentes concejos, en pueblos que a veces no llegaban al centenar de habitantes.

Ahí estaban algunos de los cocineros que en mi opinión mejor representan la cocina del rural contemporáneo, como Luis Lera (restaurante Lera, Castroverde de Campos), Jesús Segura, que desde su Trivio (Cuenca) ha tejido una red de productores por toda su provincia, Javier Olleros (Culler de Pau, O Grove), Viri Fernández (El Llar de Viri, Candamo), Pedro Martino (Caces), Javier Farpón (Casa Farpón, Mamorana), Xune Andrade (Monte, San Feliz) y un largo etcétera, llevando el debate a Morcín, a Soto de Ribera, Lena o Mieres. Transmitiéndole a cocineros y productores rurales que eso que hacen cada día es importante, entre otras cosas porque lo hacen en el lugar en el que lo hacen. Y que no hace falta ir siempre a Oviedo, a Valladolid o a Madrid para que les digan lo importante que es.

Llevar el debate del rural al rural. Y de la mano de profesionales que ejercen en el rural. Tan sencillo y, sin embargo, tan novedoso. Porque allí estábamos, en el Centro Social de El Vallín, por ejemplo, hablando de la problemática de la producción cárnica para un grupo que combinaba a cocineros biestrellados con productores de aves, de gochu asturcelta o de vaca asturiana de montaña.

No es que esté en contra de que en estos debates participen expertos universitarios o del mundo de la administración. Creo que eso es algo necesario y enriquecedor. Pero sí que creo que es interesante que, a veces, la voz cantante la lleve el otro lado, el peldaño base de la pirámide. Porque tiene otras cosas que aportar. Y porque es su problemática, caramba, y no sé hasta qué punto obviarlos, o sacarlos al escenario como comparsa del cocinero (aquí mi agricultor, aquí la prensa especializada) no puede estar empezando, a estas alturas, a caer del lado de la apropiación cultural. De una apropiación cultural de proximidad, si se quiere, pero apropiación al fin y al cabo.

Hay que llevar más debates fuera de las ciudades. Hay que mancharse los zapatos de barro a veces. Y, sobre todo, hay que asistir, en silencio, y escuchar; no hacer siempre el papel del buen hombre blanco que viene a explicarte, a ti y a los miembros de tu tribu, cómo se hacen bien las cosas. Por tu bien, siempre, pero desde mi óptica, que yo controlo.

Y no es, insisto, porque desde la ciudad, la academia o la administración no haya muchísimo que aportar sino, sencillamente, porque es necesario que el rural crezca, también culturalmente. Es preciso que le devolvamos parte de la importancia que fue perdiendo a lo largo de los años. Que dejemos que exista, en definitiva.

Es esencial, si vamos a abordar el problema de la despoblación, el envejecimiento, el abandono del monte, la pérdida de biodiversidad, de oficios tradicionales, el problema de las telecomunicaciones, el de la escolarización o cualquier otro que seguro que se me escapa, porque en este caso tenemos para elegir, que demos un paso atrás. Aunque no estemos acostumbrados. Que no salgamos los primeros en la foto, que no pasa nada. Y esto es algo que ese pequeño evento asturiano tenía, creo, muy claro.

Así que, dando la bienvenida a todas las aportaciones, vengan de donde vengan, lo hagan de la mano de quien lo hagan, creo que el rural tiene que tener la voz. Más voz, más plural y más fuerte. Porque allí, lejos de las redacciones, de las presentaciones y de los congresos, están pasando cosas que marcarán nuestro futuro.

En los últimos años han nacido premios como los que con carácter pionero otorgó (y otorga) Gastroactitud o los que estrenaba este año La Vanguardia. No falta debate gastronómico en el que no se vaya incluyendo a algún agricultor. Recuerdo uno, que se adelantó a la tendencia, en el Málaga Gastronomy Festival, hace algunos años. Son hitos esenciales para crear conciencia de una situación y de sus problemáticas.

Pero quizás estamos en el momento de dar un paso más y de acompañar ese movimiento, siempre necesario, con ese posicionamiento radical que es dejar que el debate vaya al lugar en el que tiene origen el problema. Eso, tan obvio y tan raro, seguramente es el futuro. Un futuro que Gastrollar ha sabido ver y al que pudimos asomarnos desde la montaña central asturiana.