Pastoret, un capricho con forma de yogur

Un capricho con forma de yogur
Fotografía cortesía de Pastoret
Hay yogures, que son simplemente yogures, y hay yogures de los que no te olvidas. Los de Pastoret, una empresa familiar leridana de La Segarra, son de los segundos, auténticas delicias lácteas inolvidables que da gusto comer. No imaginabas un yogur así.
Por Toni Castillo
04 de abril de 2014

Comerse un yogur no volverá a ser lo mismo; no tras probar los yogures de la Pastoret, una empresa familiar de la comarca leridana de la La Segarra que combina tradición e innovación a partes iguales en una receta que consigue producto lácteos, no solamente yogur, que a más de uno y dos dejan sin palabras.

Imagina un yogur artesano. Imagina un yogur artesano al estilo griego más tradicional. Imagina un yogur artesano al estilo griego más tradicional con dados de manzana horneados y crocanti de almendra coronando la especialidad. Ahora, imagínate degustándolo. Lo que decíamos, sin palabras.

Un capricho con forma de yogur - imagen 2Fotografía cortesía de Pastoret

Por algo Pastoret, negocio fundado en el año 1992 con una larga tradición ganadera y agraria a sus espaldas, sigue una filosofía que conjuga procesos artesanales de elaboración, mantenidos a lo largo de generaciones en el seno de la familia Pont, con innovación y creatividad en su envasado y en las combinaciones únicas de sabores y texturas que crean. Productos nacidos a base de esfuerzo y trabajo a los que declarar nuestro amor.

Un capricho con forma de yogur - imagen 3Fotografía cortesía de Pastoret

Porque, como decíamos, estos maestros lácteos además de elaborar yogur en gamas como la Caprichos, la más gourmet y un verdadero capricho avalado, además, por el sello de calidad Elite Gourmet que reconoce los mejores productos de la despensa española; la Recetas Originales, de yogur cremoso sobre una base de fruta; y la Artesanal, de yogures de toda la vida con el sabor más auténtico; también producen queso fresco tradicional, crème fraîche, pastel de queso, flan tradicional, mató —una especialidad catalana— e incluso queso de cabra.

Una perfecta sinfonía de lácteos para paladares exigentes.