Oloroso Poley en rama, la república de Moriles

Nueva etiqueta Oloroso Poley de Toro Albalá
Bodega Toro Albalá
Una de las enormes satisfacciones del mundo del vino es catar y recatar. En este caso recatar se puede hacer con el paso de los años, pues hay vinos que por prejuicios o dejadez simplemente los abandonas. Volver a ellos y encontrar una maravilla es una de las mayores alegrías que te puedes dar. Hoy en Bon Viveur traemos una de ellas.
Por Óscar Soneira
24 de diciembre de 2021
Vinos

"Con un chasquido eliminó gran parte de la vida en el universo. Tras eso, el genocida se apartó a cuidar de sus hortalizas. Un pequeño huerto en medio de un planeta desconocido del basto universo". Esto es un prosaico spoiler en toda regla.

¡Holi queridísimas winelovers! El personaje en cuestión es Thanos (que es más malo que el creador del Perro Verde), un mega villano. Todo esto viene a colación porque soy un friki irremediable. Hace unos días por la mañana, estaba junto a mi partner de gimnasio (Alicia) discutiendo acerca de la utilización o no de los guantes para las manos. Yo, como buen hijo de pintor de brocha gorda, soy del parecer que gato con guante no es buen cazador de ratones. Pero mi compañera me engatusó con un "¿y si te regalo unos de la Marvel?". Yo ya me vi con unos guantes dorados y cinco gemas cual Thanos cogiendo barras y mancuernas. Lo más seguro es que de un chasquido me cargase toda la rutina, con el segundo me haría una liposucción y con el tercero… la tableta.

¡Los guanteletes del infinito! Imaginad cinco gemas para trascender por el cosmos y los vinos. Pues hoy vamos a crear…

¡Los vinos del infinito!

Y con esta tontería voy a colar cinco de mis amadísimos vinos de Jerez y Montilla-Moriles. Ya tardaba yo en dar la turra con ellos. La primera Gema del Infinito es Poley Oloroso, antiguamente conocido como Marqués de Poley Oloroso. La nueva y republicana dirección comercial de Toro Albalá ha decidido quitar el marquesado y centrarse en el nombre. Así, más sigilosos que un ninja, han cercenado cual Robespierre todo título nobiliario en bodega. No voy a decir que celebro tal decisión, aunque mi republicanismo interno se alegra por la más tonta de las victorias. Lo que sí celebro es la entrada de Cristina Osuna en la dirección enológica, pues sin ella hoy no estaríamos hablando de este magnífico vino. ¿Pero quién es Cristina Osuna?

Tenemos a una química cordobesa cambiada a enóloga por esas cosas de la vida: “Cuando estudiaba química realicé las prácticas en Bodegas Moreno, ahí fue donde me picó el gusanillo del vino y al final acabé de enóloga”. Durante los quince años que lleva de enóloga, ha pasado de Bodegas Moreno a asesorar bodegas pequeñas de la zona. Hasta que un buen día recibió la llamada de Antonio Sánchez, el gran artífice de Toro Albalá: “Es un señor estupendo, con una cabeza genial. Piensa que tiene 81 años y ¡todavía está por la bodega!”.

Una de las cosas que más ha aportado Cristina en los vinos de Toro Albalá es frescura en general. Y no, no hablamos de esa típica que puede aportar la sangre nueva, sino de aportar y dotar a los vinos de ella. Cristina ha mirado a la bodega desde la base y otorga este descaro tan típico de los vinos generosos. “La acidez es un seguro de vida en los vinos. Pero esa sensación salina que tú me dices te recuerda a Sanlúcar, es Moriles”. Esa acidez, esa fruta joven, esa sapidez, no es fruto de otra cosa más que de una mano que busca en las botas un perfil y aparta cualquier pesadez o sensación abotargada en el vino. “Los vinos de aquí son como la gente, necesitan su ritmo y tiempo. Necesitan una crianza más larga y esto viene marcado por Moriles. Nosotros tenemos la bodega entre Moriles y Aguilar, al final Aguilar no deja de ser Moriles dejando todo ese carácter en nuestros vinos. Poseen una complejidad diferente, con una salinidad muy marcada y un punto cítrico que no sabemos de dónde le viene, pero nos encanta”. El buen hacer de Cristina en la bodega ha dignificado el nombre del Oloroso Poley.

La Gema de la Realidad. Esta gema otorga a su portador el poder de alterar las realidades, transformar materia inerte en viva, crear ilusiones… Todo esto y más es Oloroso Poley. Cristina ha transformado un vino que había dejado yo en el olvido, y sí claro, lo digo tranquilamente puesto que cuando un vino deja de seducirte, al final la relación acaba terminando. Ahora Poley es diferente, su imagen ya por fuera ha sido renovada creando nuevas ilusiones. Ilusiones que se ven arropadas por la nueva vida interna. Dejando de lado lo precioso de estas joyas a la vista, siempre es bonito ver cómo los oxidativos añejos visten de ámbar dorado las copas. Su perfume es increíble. Tostados fundentes de madera y fruto seco, guirlache recuperado en la memoria de mi infancia. Pasas, escarchados y madurez otoñal. Yodo. (Si alguien crea algún perfume de oloroso o amontillado, que sepan tienen un primer comprador) Su paso por boca es lo que ya acaba de conquistarme. Pierde cualquier atisbo de azúcar residual, ese carácter abocado es inexistente). Pleno y amplio, fresco y salino. La fruta escarchada, orejones y un tímido arrope, se visten con salino mar. Yodo que abraza, envuelve y acaricia cada molécula en tu boca… Y ¡chas! La mano que buscaba Moriles aparece dejando su huella, esa atrevida alegría que tanto agradece el vino. Irrumpe el ensueño dejando su recuerdo, pues como un niño travieso se ha reído frente a ti con descaro y te ha traído al mundo de nuevo para volver a jugar, o en este caso, beber.